Opinión

Hablemos de "Populismo"

Por Laura Arroyo Gárate

Comunicadora política. Directora del podcast “La batalla de las palabras”

Hablemos de "Populismo"Foto: Luisenrrique Becerra /Noticias SER

“Antes era “al pueblo se le gobierna”. Hoy es el pueblo el que tiene que gobernar.”

Pedro Castillo [^1]

"No hay cultura que pueda vacunar definitivamente el peligro del populismo”

Mario Vargas Llosa [^2]

Desde hace mucho sabemos que la palabra “populismo” es utilizada como un adjetivo peyorativo. Como un insulto. ¿Cuántas veces en un debate hemos oído “ese es un populista”? O, también “ese es un argumento populista”. Con este rótulo el debate se da por cerrado. No hay más preguntas su señoría. Ser “populista” o tener un argumento “populista” es el peor de los males. Es más, hay referentes y pensadores que llevan tiempo señalando que el “populismo” es el padre de los problemas y una amenaza contra la democracia, pero ninguno se detiene a definir lo que “populismo” es realmente. ¿Es el populismo una ideología? ¿Es una perversión de los sistemas democráticos? ¿O una consecuencia?

Lo primero que debemos saber es que “populismo” es una palabra sobre cuyo concepto hay matices. Pensadores, científicos sociales, académicos le dan significados distintos aunque coinciden en lo esencial. Tal vez el más reputado referente para hablar de “populismo” seriamente es Ernesto Laclau, un filósofo, teórico político y escritor argentino que estudió el fenómeno en su cuna: América Latina. Lo que Laclau señala es que el populismo es una estrategia de construcción de una frontera política [^3]. Es esta frontera la que delinea una distinción entre un “nosotros” y un “ellos”. Ahora bien, cualquiera que lea esta columna se haría una pregunta inmediata tras esta definición: ¿es posible hacer política sin trazar fronteras? Cuando hablamos de socialistas, demócratas, autoritarios, fascistas, republicanos, neoliberales, etc. ¿no estamos delineando inmediatamente una frontera? En efecto, la política consiste en la creación de identidades comunitarias que, por lo mismo, trazan diferencias con otras identidades políticas, pero la diferencia con el populismo es que ese “nosotros” y ese “ellos” se escapa de los clivajes tradicionales -que algunos llaman doctrinas y otros ideologías gruesas- como son el socialismo o el liberalismo, por citar dos ejemplos.

Desde el populismo, ese “ellos” hace alusión a un adversario concreto que en momentos políticos específicos apunta a esa minoría que conforma una élite o el establishment versus ese “nosotros” que conformaría el resto de gente común y corriente, lo que también es llamado “pueblo”. En esta línea, con una lectura propia, Carlos Meléndez, politólogo peruano que acaba de publicar el libro Populistas [^4] , apunta que el populismo es una cosmovisión de la realidad que hace la división de la que hablamos entre un “nosotros” (pueblo) concebido como puro y una élite o establishment concebida como malvada. Del mismo modo, la politóloga estadounidense y profesora de la Universidad de California Santa Bárbara, Kathleen Bruhn, define al populismo como una forma de ver el mundo político que, al dividir entre el pueblo y una élite corrupta, apunta a crear un concepto del mundo político como un conflicto moral entre el bien y el mal. Una polarización, como vemos, que excede las fronteras de lo racional y antes bien apela a las emociones en contextos que así lo permiten. Esto nos suena conocido en Perú, pero también en América Latina y desde hace algo más de una década, en Europa.

Pensadoras como Chantal Mouffe han hablado del proceso de “Latinoamericanización” de Europa [^5], señalando que tras la crisis de 2008, los países del viejo continente vieron reducidos sus estados del bienestar y a partir de esa precarización y recortes del “welfare state” denunciaron un proceso de oligarquización en sus países que abrió la puerta a que el populismo como esa estrategia de la que hablamos, se abriera paso pues fue capaz de hablarle a una mayoría ciudadana descontenta con las minorías elitistas que en plena crisis mantuvieron y ampliaron sus privilegios a costa de la precarización y austeridad para las mayorías. Partidos como Syriza en Grecia o Podemos en España, grafican bien este proceso. Sin embargo, en América Latina la historia es distinta porque no tuvimos estados del bienestar sino más bien oligarquías desde el nacimiento de nuestros estados-nación. Y es en este contexto que el populismo como estrategia que traza una frontera en términos de élite versus pueblo cobra no sólo peso, sino muchísimo sentido.

Y tal vez este es el aspecto principal de la palabra que tenemos entre manos. El “populismo” que es señalado como la causa de los males, como una perversión de los sistemas democráticos o como una amenaza al mismo, es en realidad una consecuencia de la crisis de las democracias representativas. Hay quienes se empeñan en poner la carreta delante de los caballos pues eso impide hablar del “populismo” seriamente, pero además les permite dotar de un sentido interesado una palabra que ya cuenta con mala prensa. Es así que vemos que cada vez que un personaje político habla de redistribución económica, apoyo estatal, recuperación de las soberanías nacionales, tope de precios en contextos de crisis o intervención estatal en sectores estratégicos es tachado de “populista” sin más. Como vemos, este no solo es un significado falso de la palabra, sino que cuenta con una agenda muy concreta por neutralizar en el debate propuestas -y a quienes las defienden o aplican- de izquierdas sean estas socialistas, comunistas, socialdemócratas, etc.

Pero, como decíamos, lo que queda claro es que el populismo es una estrategia exitosa debido al quiebre ya existente en una democracia representativa donde las mayorías no se sienten realmente representadas. Al respecto, preguntada sobre si el populismo es una amenaza contra la democracia, Bruhn apunta: “Yo creo que el populismo es consecuencia o síntoma de una crisis de la democracia representativa, más que una causa; pero que también puede empeorar la situación. Si la gente estuviera contenta no votaría por un populista.” La pregunta sobre el populismo, entonces, debería venir de un paso atrás: ¿qué es aquello que le permite a esta estrategia calar tan hondo en nuestras sociedades? ¿Hasta qué punto nuestras democracias están siendo realmente representativas? [^6]

Para Meléndez, en el caso peruano el populismo como cosmovisión o ideología delgada como la define en su libro, cuenta con un aliado fundamental: la informalidad. Es esta particularidad peruana la que haría no sólo que el caldo de cultivo de discursos y personajes populistas sea potente, sino que además hablamos de ciudadanos y ciudadanas populistas. Es en ese afán cotidiano por “sacarle la vuelta a las normas” que los peruanos y peruanas trazamos una identidad propia. Y, como hemos visto, no hay nada más populista que ir en contra de las normas establecidas, sean estas de cualquier tipo. Es ahí desde donde podemos explicar nuestras propias identidades comunitarias y, por supuesto, la forma en que delineamos nuestras propias fronteras políticas. Tal vez, el detalle que acompaña esta características es que, de momento, no existe algo así como un “ellos” hegemónico en Perú. De ahí que “pueblo” pueda ser utilizado tanto por Keiko Fujimori para hablarle a quienes insisten en la narrativa del fraude o por Castillo para hablarle a quienes quieren una nueva Constitución. Mientras ese “ellos” no sea hegemónico, hay, como diría Meléndez, “populismo para todos los gustos”.

Llegados a este punto, es imposible terminar este texto sin hablar de “pueblo”. Sabemos que esta palabra está también en disputa y sería justo dedicarle una columna entera. Pero me parece valioso resaltar el análisis de José Carlos Agüero, historiador y activista por la memoria, que señala que algo que nos dejó la década de 1990, tras sufrir las secuelas del Conflicto Armado Interno así como la instauración de un capitalismo bárbaro y corrupto por parte del fujimorismo, fue justamente la vaporización de los vínculos sociales. Como bien sabemos, “pueblo” hace alusión a lo común, a lo colectivo, al poder de la unión. Es interesante que tras décadas de neoliberalismo veamos no sólo sus efectos concretos y materiales en las vidas de la gente como cuando hablamos de la falta de derechos garantizados o la precarización de los empleos, etc.; sino también en la forma en que nos interrelacionamos como compatriotas. Que el tejido social y lo colectivo se haya visto golpeado hasta derruirse en las últimas décadas es lo que causa que hoy ese “pueblo” sea tan difícil de significar. El lenguaje construye la realidad y lo que vemos es que la noción de “pueblo” como un sujeto unitario no existe a la fecha en Perú. De ahí que sea este un significante vacío que en cada elección cuenta con candidatos que le dan conceptos interesados.

Ahora bien, no todas son malas noticias. Como señala Agüero, todo el proceso de despolitización social debido a la fragmentación y precarización de los sujetos dentro de un sistema que apuesta por el individualismo radical ejemplificado en ese “sálvese quien pueda”, no es irreversible. Si bien se ha vaporizado lo que permite la existencia de un “pueblo”, sigue existiendo un potencial y una tradición emancipatoria. De hecho, la segunda vuelta electoral que vivimos es una evidencia de ello y, más allá del resultado concreto de un Gobierno que preocupa y merece oposición seria desde las izquierdas, lo cierto es que ese “pueblo” fue clave para hacerle frente no a una candidatura liderada por Keiko Fujimori, sino a todo un entramado de poderes que se situó claramente en el ala opuesta de quien hoy está en Palacio de Gobierno. Y solo esa evidencia es una noticia que alienta.

El “populismo”, pues, no es una ideología, sino antes bien una estrategia de construcción de lo político. No es la causa de las crisis de las democracias sino, por el contrario, la consecuencia de las grietas en las democracias representativas. Asimismo, el populismo es un rótulo utilizado por quienes con sus anteojos ideológicos buscan señalar cualquier medida o política de izquierdas como populista, quebrando así el sentido de esta palabra. Y, por cierto, hablar de “populismo” significa también entender que existe un populismo de derechas y uno de izquierdas, donde el primero se apoya en esta estrategia con la finalidad de estrechar la democracia construyendo un “nosotros” que excluye a quien piensa distinto, tiene una orientación sexual distinta, apoya la educación con perspectiva de género, defiende medidas de protección al medioambiente, etc.; y, el segundo, utiliza esta estrategia para ensanchar la democracia delineando una frontera donde el “nosotros” incluye a migrantes, a disidencias, a manifestantes, etc. Un populismo de derechas que es muy bien ejemplificado por todos aquellos partidos y movimientos de extrema derecha a nivel mundial y sobre quienes no se acuña el rótulo “populista”.

No caigamos en las trampas de quien señala solo un lado del tablero con la intención de hacer crecer al otro. Que sirvan estos apuntes para ello.

Estas reflexiones son producto del sexto episodio del podcast “La Batalla de las palabras” que pueden oír completo aquí

Spotify: https://open.spotify.com/episode/6UiP7eNGFYNjjxjG3AYP4Q?si=BX17eNOfSpCXKh72fmU4Xg

YouTube: https://youtu.be/6MNJJ_zeoKk

[^1] Declaraciones de Pedro Castillo: https://www.youtube.com/watch?v=Www_jp1z7YY

[^2] Entrevista a Mario Vargas Llosa: https://www.youtube.com/watch?v=k3PQhLThnzg

[^3] Laclau, E. (2005) La razón populista. S.L Fondo de cultura económica de España

[^4] Populistas: ¿Cuán populistas somos los peruanos? Un estudio empírico: Populistas | Penguin Libros

[^5] Mouffe, C. (2018) “Estamos asistiendo a un fenómeno de latinoamericanización de los países europeos” / Entrevistada por Natalí Schejtman. Infobae https://www.infobae.com/america/cultura-america/2018/11/29/chantal-mouffe-estamos-asistiendo-a-un-fenomeno-de-latinoamericanizacion-de-los-paises-europeos/

[^6] Más sobre la palabra democracia en “Hablemos de democracia” (Laura Arroyo). Noticias Ser: https://www.noticiasser.pe/hablemos-de-democracia