Opinión

Hablemos de “Democracia”

Por Laura Arroyo Gárate

Comunicadora política. Directora del podcast “La batalla de las palabras”

Hablemos de “Democracia”Foto: Luisenrrique Becerra para Noticias SER

“Depende del Congreso oponerse a este asalto contra nuestra democracia. Y cuando terminemos aquí caminaremos, y estaré con ustedes, hacia el Capitolio y vamos a aplaudir a nuestros senadores y congresistas valientes y probablemente no aplaudiremos a algunos. Porque nunca recuperaremos nuestro país con debilidad.”(1)

(Donald Trump, horas antes del Asalto al Capitolio el 6.01.2021)

“No es que estemos preocupados por nuestra candidatura, no. Aquí se trata de defender la democracia. Se trata de defender las libertades. Se trata de defender el futuro de nuestro país y que se respete cada uno de los votos de nuestra población.”(2)

(Keiko Fujimori denuncia en rueda de prensa “fraude en mesa” en las elecciones de 2021)

Sobre la palabra ‘democracia’ parecemos tener dos grandes acuerdos: el primero, que es la mejor forma para gobernarnos; el segundo, que está amenazada. La evidencia de lo segundo es el quiebre en el sentido de la palabra ‘democracia’ que, según quien la enuncia puede significar una cosa y su contraria. Pensemos, por ejemplo, en la segunda vuelta electoral donde “en nombre de la democracia” ocurrieron dos hechos elocuentes. El primero, la denuncia de fraude realizada no solo por la formación política perdedora y su candidata Keiko Fujimori como principal portavoz de esta denuncia, sino también por los distintos actores políticos cuya cercanía ideológica a la propuesta fujimorista les hizo defender una tesis falsa como sabíamos debido a las observaciones internacionales realizadas para dichos comicios. Ese es el caso de Lourdes Flores Nano, Luis Galarreta, Erasmo Wong -dueño de Willax que sigue siendo un altavoz mediático importante de esta tesis falsa-, el excandidato presidencial y actual candidato a la Alcaldía de Lima Rafael López Aliaga, la actual congresista Adriana Tudela, el abogado conservador Fernán Altuve o el premio nóbel Mario Vargas Llosa, por citar a algunos.

Esta tesis basada en argumentos falsos no ha impedido que dichos personajes la continúen sosteniendo con lo cual construyen una narrativa que no sólo está basada en una irrealidad, sino, y esto es lo grave, que merma los cimientos de nuestro sistema democrático al poner en entredicho las instituciones encargadas de velar por el desarrollo de los comicios por un lado, y, por otro, al restar legitimidad al actual Gobierno liderado por Pedro Castillo desde antes de que asumiera el cargo. Esta consecuencia no es menor y, al margen de las posiciones críticas o de defensa del gobierno actual, lo cierto es que el efecto de quiebre de la democracia como sistema -y como palabra- no se queda en ningún caso en este gobierno. Hay pasos que, una vez dados, son imposibles de retroceder. O, como se dice popularmente en las redes sociales “de defender un fraude inexiste, no se vuelve”.

Puede que haya quien piense que la comunicación política y las narrativas y relatos que instalan no tienen efectos concretos. Esto es un error. Claro que los tiene, no sólo porque al vaciar de sentido una palabra se fractura en lo concreto una sociedad, sino que, además, en este caso específico, vemos que constituye un argumento político que justifica la utilización de instituciones del Estado y del dinero público para abogar por dicha narrativa falsa. Ese es el caso de la Comisión Investigadora que en el Congreso de la República sigue en vigencia investigando algo que nunca pasó. Y para hacerlo utiliza dinero que podría destinarse, cuando menos, a investigar cosas reales.

El segundo hecho elocuente que tras la segunda vuelta electoral nos habla del quiebre de la palabra ‘democracia’ en nuestro país, fue la acción realizada por Fuerza Popular y sus abogados -representantes de los estudios de abogados más prestigiosos de Lima- con la intención de anular mesas de votación y, por tanto, eliminar votos concretos realizados en dichas mesas que, curiosamente, se encontraban en las zonas más alejadas a la capital y en donde había ganado el actual Presidente Pedro Castillo. Si en el primer caso la principal alerta tiene que ver con las consecuencias de desconocer las reglas del juego que permiten que cualquier sistema democrático goce de buena salud, en el segundo caso encontramos otra variable que habla también del carácter de nuestra precaria democracia. Si una democracia es definida etimológicamente como el gobierno del pueblo o el gobierno de todos, y su concreción real mayoritaria se expresa en el derecho que tenemos todos a elegir a los representantes que actuarán en nuestro nombre, dice mucho de nuestro país que haya habido una intención tan clara por restar ese derecho a un porcentaje de la ciudadanía. Y, por cierto, este porcentaje no es arbitrario, no es resultado de un sorteo ni del azar, sino que está directamente relacionado a una discriminación histórica que tiene que ver con el lugar de nacimiento, la lengua materna, las condiciones económicas y, en suma, la clase social a la que pertenecen. Dicho en sencillo, nadie propuso eliminar los votos del distrito de San Isidro, pero sí de algunos pueblos indígenas. ¿Es posible una democracia sin todos?

Sin duda, uno de los temas fundamentales al ser confrontados con la palabra ‘democracia’ tiene que ver con las reglas del juego que permiten no tanto garantizar consensos, algo loable e importante, sino, sobre todo, gestionar los disensos. A nivel mundial, y en Perú lo sabemos bien, esta capacidad de aceptación de reglas de juego ha disminuido notoriamente por parte de quienes pierden elecciones y que, acto seguido, inician cruzadas no contra el Gobierno elegido, sino contra su legitimidad. El riesgo, como decía, no acaba con los gobiernos específicos, sino que se extrapola a toda una sociedad donde estas reglas dejan de ser asumidas como intrínsecas de las sociedades democráticas. Y entonces transitamos de la oposición a una postura política a una oposición del sistema democrático que “solo gusta cuando ganan los míos”.

Y, sin embargo, es también reduccionista pensar que la democracia se ciñe únicamente a las reglas del juego relacionadas con los procesos electorales. De ahí que lo interesante de hablar de la palabra ‘democracia’ tenga que ver también con las otras palabras que dotan de sentido al término. Ese es el caso de tres que, en concreto, forman parte de lo que una ‘democracia’ plena debiera representar: igualdad, Estado y confianza.

Para el experto en campañas electorales y ex director de la campaña de Gabriel Boric, Sebastián Kraljevich, la democracia no puede desvincularse de la igualdad pues, en sociedades desiguales el ejercicio de la democracia no es parejo. Es verdad que desde un punto de vista idílico podríamos decir que el día de las elecciones el voto de una ama de casa o un guachimán vale exactamente lo mismo que el de Roque Benavides o cualquier multimillonario. Pero esta afirmación es parcialmente verdad porque no nos cuesta igual a todos y todas ejercer el voto. Pensemos en quienes viven en zonas alejadas de sus espacios de votación, el costo del traslado supone una desventaja para quienes no pueden costearlo o, les resulta difícil hacerlo. En la misma línea, Kraljevich nos cuenta que mientras trabajaba con el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo con la intención de pensar en fórmulas para que más gente votara, analizó a los swingers (quienes deciden si ir a votar el mismo día de las elecciones) y pudo comprobar cómo un importante segmento de mujeres populares no iban a votar pues no tenían con quién dejar a los hijos el domingo electoral.

Se trata, como vemos, de un problema material. El costo del transporte, las labores de cuidados, la precariedad del empleo que implica que alguien deba trabajar ese domingo para poder mantener a su familia y, por tanto, no podrá votar, etc. son factores decisivos en el ejercicio democrático ciudadano. Mientras las desigualdades continúen acentuando ventajas para unos y desventajas para muchas no hablaremos de una democracia cabal. Ambas palabras se encuentran entrelazadas.

La pregunta que cae de madura es: ¿quién se encarga de acabar con estas desigualdades? Patricia Zárate, jefa de Estudios de Opinión del Instituto de Estudios Peruanos, resalta el papel del Estado en la construcción de democracias más fuertes y sólidas. “Para una democracia tienes que tener un Estado fuerte. Si no tienes un Estado es muy difícil construir una democracia. Y ese Estado es el que debería preocuparse por acabar con estas brechas y mejorar la redistribución (...) porque si bien el voto nos iguala, el costo es mucho mayor en las zonas más pobres. Si no tienes un Estado que vele por atender estas necesidades, va a ser muy difícil que haya un proceso democrático que se consolide.”

Igualdad y Estado son dos palabras que construyen el sentido de la palabra “democracia” en tanto plantean su horizonte. Y, sin embargo, podría parecer que esta labor es muy compleja y que nos queda muy lejos, pero hay buenas noticias. En el reciente informe titulado Barómetro de las Américas en Perú: cultura política de la democracia en Perú y las Américas 2021(3) hay un dato revelador y esperanzador. Si bien el índice de satisfacción con las democracias resulta muy bajo en nuestra región debido al rechazo que genera la forma en que nuestras democracias se concretan en los países que habitamos, el apoyo a la democracia como sistema, vale decir de manera intrínseca, es abrumadoramente mayor. Hablamos de un 61% de ciudadanos y ciudadanas que en la región apoyan la democracia como sistema de gobierno aunque solo un 21% está satisfecho con cómo se desarrolla. Este dato es una buena noticia que nos habla de una ruta posible a seguir por resignificar y recuperar el sentido de una palabra tan importante como es ‘democracia’. Hay confianza en el sistema democrático cuando lo entendemos en abstracto, sin embargo, es en su concreción donde surgen los monstruos.

Quienes nos definimos demócratas hemos de tener claro que toca defender una democracia entendiendo que sólo es posible si los disensos se resuelven dentro de los cauces y de las reglas del juego vigentes y, por tanto, que las oposiciones y expresiones de crítica pueden ser todo lo feroces que hagan falta siempre que respeten los resultados del juego democrático. El ánimo golpista que en se ha abierto camino en el Perú durante los últimos meses resulta, por tanto, una amenaza a la democracia, sobre todo cuando se inició antes de que Pedro Castillo llegara a Palacio. Del mismo modo, la renuncia a promesas de campaña por parte del Gobierno es también una amenaza para la democracia, pues, como hemos visto, apostar por acabar con las desigualdades estructurales es una condición de posibilidad para construir democracias plenas. Un Presidente que llegó a la Presidencia prometiendo esta transformación estructural no puede mirar de costado y renunciar a lo prometido pues, además de una falta a la ética y al compromiso con los electores, está también quebrando el sistema democrático.

Pero me gustaría añadir algo más. Si la desigualdad sigue siendo una norma, la democracia no será plena, pero esto no aplica únicamente a las condiciones materiales para acceder al voto, sino también a la participación y representación ya sea directa o indirecta de cada uno y una de las ciudadanas. No podemos hablar de democracia si excluye a algunos. Cuando vivimos una crisis sistémica como la actual, este no es un dato menor. Resulta evidente que un grueso porcentaje de peruanos y peruanas no se siente representado por una democracia donde no sólo a algunos les cuesta más ejercer su derecho al voto, sino que no cuentan con representantes que les representen de verdad en los espacios de poder, ya sea legislativo, ejecutivo, mediático, empresarial, económico, judicial, etc. Para Zárate hablar de democracia es también hablar de transparencia. Para Kraljevich, hablar de democracia es también hablar de igualdad. Voy a añadir mi palabra entrelazada a ‘democracia’: PLURALIDAD.

Tal vez, hoy que se debate en la agenda pública -como debe ser- la posibilidad de escribir una nueva constitución, nos toca pensar en esa pluralidad que no ha sido representada antes en la construcción de lo que es un pacto social. Sea hoy o no el momento, estés o no de acuerdo con el cambio de constitución, apuestes más o menos por una reforma que por una nueva o, incluso, si defiendes que se mantenga la Constitución del 93, estaremos de acuerdo -los y las demócratas- en que existe una pluralidad peruana no representada en la actual carta magna, al igual que en los espacios de poder del país. Y tal vez ahí tenemos una tarea pendiente y urgente para construir colectivamente el significado de una ‘democracia’ peruana que nos permita recuperar el sentido.

..... Estas reflexiones son producto del tercer episodio del podcast “La Batalla de las palabras” que pueden oír completo aquí

Spotify: https://open.spotify.com/episode/6RFUNI3v5W3K1qwtqxJtEO?si=5f812e9826c84096

YouTube: https://youtu.be/jRSVncR238Y


(1) Ver https://www.youtube.com/watch?v=5fiT6c0MQ58

(2) Ver https://youtu.be/yVUI9-zRJfE

(3) Ver informe aquí: https://iep.org.pe/noticias/dossier-viii-ronda-del-barometro-de-las-americas-en-peru-cultura-politica-de-la-democracia-en-peru-y-las-americas-2021/