Opinión

Voto preferencial, las elites y los demás

Por Alicia del Águila

Socióloga, doctora en Ciencias Sociales con mención en Historia. Docente de la Pontificia Universidad Católica del Perú

La eliminación del voto preferencial es hoy un punto central en la agenda de la reforma política. Al respecto, quisiéramos dejar algunos elementos para el debate.

Como punto previo, recordar que el sistema electoral debe analizarse en su conjunto, y este, en relación con cada contexto. Además, como han señalado varios politólogos, tomar en cuenta que las leyes, por sí solas, no modelan definitivamente las estructuras y prácticas políticas.

Dicho esto, también sería importante recordar que el voto preferencial se aplica en diversos países, incluyendo democracias muy sólidas, como Chile, Suecia, Holanda, Dinamarca, Noruega, Islandia, Suiza. En esta última, incluso, los electores pueden marcar sus preferencias por tantas opciones como candidatos tiene una lista. No tiene, pues, un efecto necesariamente negativo. Por ejemplo, una investigación hecha en Suecia encontró que el voto preferencial permitiría que la ciudadanía diera cuenta de sus preferencias por partido y candidatos, contribuyendo al posicionamiento de los líderes dentro de las agrupaciones políticas. O sea, refrescando el juego interpartidario[^1].

En el Perú, los diálogos por la reforma, promovidos por diversos organismos, habían dejado un mensaje sobre este tema, especialmente fuera de Lima: Para la mayoría ciudadana, el voto preferencial no aparecía como un problema sustantivo, pero para varios era incluso positivo, pues desconfían de las elites partidarias. En todas las elecciones revive la frustración de selecciones a dedo, sobre todo desde Lima. Entonces, surgió una propuesta de reforma, que Juan de la Puente denominó “la triada”: Eliminación del voto preferencial, atada a la alternancia de género y a la democracia interna. De este modo, la efectiva democracia interna y la elección paritaria quedaban vinculadas a aquella reforma.

Sin embargo, en el Congreso, estos tres componentes se están debatiendo por separado. Sobre la alternancia, todo apunta a que, una vez más, no pasará. Por cierto, decir que no se aprueba porque “no se ha eliminado aún el voto preferencial” no sólo es morderse la cola, sino un pretexto (con voto preferencial, la alternancia tendría menos impacto). Sin voto preferencial ni alternancia, es de esperar menos mujeres en puestos elegibles. Por otro lado, tampoco se está debatiendo su vínculo con las elecciones internas organizadas por ONPE y arbitradas por el JNE. Sin estos componentes, sólo eliminar el voto preferencial puede tener los efectos contrarios a los deseados por sus promotores.

Entonces, ¿habría que eliminarlo de todos modos? En el debate mediático actual, quienes son contrarios al voto preferencial argumentan que este es negativo y deteriora el sistema político. Entre otras razones, se dice que promueve una “descarnada” competencia intrapartidaria en campañas electorales. Al respecto, bastaría recordar cómo son las primarias en USA; ver cómo, después de decirse “vela verde” (Obama y H. Clinton, por ejemplo) y de gastar cantidades de dinero “estratosféricas”, una vez acabada la campaña, se mantiene la unidad partidaria. No pasa nada. Asimismo, cabría recordar que en el Perú, ni siquiera tenemos propiamente competencia intrapartidaria, pues, con excepciones, la mayoría de partidos no tiene esa “robustez” institucional.

Además, se señala como otro efecto negativo, el dispendio incontrolado en publicidad electoral. Pero este es exagerado precisamente porque no hay regulaciones ni sanciones efectivas. Y no sólo en campañas electorales ¿O no sufre Lima una “polución publicitaria” permanente? ¿No es producto de una desregulación salvaje, por ejemplo, el tramo de la Panamericana que lleva a las playas del sur? Ello es algo inconcebible en países medianamente ordenados, y a nadie se le ocurriría decir que el problema es que hay “demasiada competencia”.

El tema de la publicidad está en relación a un asunto de fondo: El financiamiento político y la filtración de recursos ilícitos. Se dice que sin el voto preferencial se podría vigilar mejor los aportes. Pero, ¿es un tema de cantidad (de fondos) o de ineficiencia? Creemos que se trata, sobre todo, de lo segundo. Por ello, en las elecciones peruanas, tampoco se ha avanzado de manera sustantiva en el freno al financiamiento ilícito. Hay que avanzar en inteligencia financiera, integración de la información (“ventanilla única”), ajustes normativos para la mejor vigilancia de los organismos electorales, y en voluntad política.

Por lo demás, la eliminación del voto preferencial no conllevaría necesariamente a la reducción del peso del dinero en la política. Coincidiendo con Mauricio Zavaleta, encuentro que incluso podría llevar a que los primeros puestos de las listas, al pasar estas a ser cerradas, se encarecerían aún más. Sin VP ni democracia interna, las decisiones o “arreglos” en las elites partidarias tendrán más impacto (por tanto, serán más caros).

En suma, no sólo no podemos afirmar que necesariamente el VP constituya un obstáculo a la consolidación de nuestra democracia, sino que, en este contexto y como se está debatiendo la reforma en el Congreso (por temas separados), eliminarlo sí podría afectar aún más la calidad de la representación en el país. Seguiríamos alejando los partidos de la gente.

[1^]: OlleFolke, TorstenPersson y Johanna Rickne “Preferential voting and the election of Party leaders: evidence from Sweden”. IFN Working Paper No. 1002, 2014