Opinión

Vienen tiempos recios

Por Carlos Reyna

Sociólogo

Vienen tiempos reciosImagen: Noticias SER

Hace poco, en medio de la crisis producida por la pandemia y por la polarización política, Bolivia sacó adelante la formación de un nuevo gobierno. Este está sólidamente asentado en una clarísima mayoría de votos que incluye su hegemonía en ambas cámaras legislativas. El estilo del Presidente Arce trasluce un cierto aprendizaje respecto a los errores polarizantes de Evo Morales, quien ha vuelto a su partido pero respetando el rol que corresponde a su ex ministro de Economía.

Ayer mismo, en Ecuador, se realizó la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Con la ayuda del voto nulo promovido por Yaku Pérez, del movimiento Pachacuti, las ganó el candidato de derecha moderada, Guillermo Lasso. Su adversario, el correista Andrés Arauz, reconoció rápido el resultado, y lo mismo hizo el propio Rafael Correa. Ambos mostraron disposición de su movimiento a dialogar con el gobierno entrante de Lasso.

En la Asamblea legislativa, las bancadas de izquierda ecuatoriana, en las que se incluye Pachacuti, tienen mayoría. Son cuatro bancadas partidarias, 5 minibancadas de dos integrantes cada una y nueve grupos políticos representados por un solo asambleísta. Algunos dirían, horror de fragmentación, pero la polarización no parece que vaya a ser tanta.

Vienen tiempos recios

De alguna manera, entonces, tanto en Bolivia como en Ecuador, su política discurre por cauces más o menos previsibles. Y así mismo ocurre con Chile. Comparada con nuestros vecinos, nuestra política parece devorada hasta los huesos por la incertidumbre y la oscuridad. Los resultados de ayer solo nos han hundido más en las fauces de esos demonios perturbadores. Tanto que ya es casi universal en el Perú preguntarse si somos o no capaces de gobernarnos, si nuestra democracia es viable.

De hecho, si uno quiere resumir en una frase lo que ha ocurrido ayer, esta podría ser la adecuada: la primera vuelta ha comenzado a parir un gobierno condenado a caer. El parto terminará en el mes de junio, pero lo que nacerá tiene escrito su destino.

Si sale elegido Pedro Castillo, el tridente Keiko – De Soto – Lopez Aliaga hará de todo por poner su cabeza en un cesto. Bajo el mando de la señora K, sus bancadas serán implacables. A su entrenada mano dura no le faltará talento para cohesionarlas y reclutar congresistas de otras bancadas para sus fines, pues tiene patentado el copyright del transfuguismo.

Y si sale elegida Keiko, las pulsiones vengadoras de la hija del recluso no se detendrán con su indulto. Su mano dura querrá más y más poder. Y López Aliaga, Villa Stein, el Almirante Montoya, y los fujimoristas enrolados con De Soto, también pedirán lo suyo, sembrando polarización y confrontación en los cuatro puntos cardinales. Sus adversarios, por supuesto, no se quedarán impávidos y el Perú será, otra vez, un campo de batalla sin desenlace previsible.

Cómo fue, qué pasó

¿Cómo llegamos a esto que frente a nosotros, Ecuador, Bolivia y Chile nos parecen paisajes nórdicos?

Entre otras cosas porque tuvimos décadas de plagas desoladoras que ninguno de nuestros vecinos tuvo, o si las tuvieron fueron de menor gravedad: el senderismo terrorista, la hiperinflación alanista, el neoliberalismo fujimorista, una corrupción transversal a toda la sociedad y los gobiernos, una pandemia con la mortandad más arrasadora de todo el planeta.

Pero lo peor no fueron estas plagas. Lo peor es que cada gobierno reaccionó con medidas que en lugar de proteger más a la ciudadanía popular, la desprotegió y excluyó más. Guerra sucia de los militares. Shocks económicos cercenadores de derechos para alentar inversiones. Impunidad de los corruptos. Acción limitada y dolosa ante los cientos de muertes diarias por falta de oxígeno.

Y todo esto coronado y remachado por un sistema político diseñado ex profeso para poner barreras a la participación efectiva de los ciudadanos en las decisiones nacionales. La única vez que lo podemos hacer es cuando vamos a elegir a los que van a decidir en nuestro nombre, como ayer. El resto del tiempo ellos deciden nomás. Las propuestas de reforma política presentadas hace un tiempo, apenas han acariciado este sistema político que es el más excluyente de la región. Por eso casi nadie se dio cuenta, cuando nos asaltó el covid, que teníamos la salud pública más vulnerable de toda América Latina.

Un pueblo retraído en su bronca

Cuando comenzó la pandemia, ya el nuestro era un pueblo harto hasta la médula de sus políticos y sus gobiernos. El Caso Odebrecht y las escenas de la megacorrupción han sido solo un espectáculo confirmatorio con luces y cámaras de lo que ya se percibía. Con el dolor, el miedo, y la acción raquítica desde el gobierno frente al lucro privado con la muerte, se fue acumulando el resentimiento, la furia y la pérdida de toda expectativa para esperar algo importante de los protagonistas políticos.

Por eso hubo, cuando empezó la campaña electoral, ese gran desinterés y semioculto repudio del electorado popular a los candidatos. Una parte de los candidatos de izquierda, de centro y de centro derecha no quisieron aprovechar políticamente, para sus campañas, la bronca popular contra los gobiernos del periodo pandémico. Tampoco para declarar la guerra a todas las instituciones ni para desembalsar decenas de ofrecimientos demagógicos. Una cierta corrección formal los contuvo.

Pero los derechistas más extremistas, o el radical Pedro Castillo, no tuvieron ningún escrúpulo en usar esos recursos a todo trapo y les funcionó. Y así pudieron rebasar a sus competidores, hasta llegar a este extraño resultado de la primera vuelta: el primer lugar lo ocupa un radical de “izquierda” (lo entrecomillo porque más me parece un populista de derecha por sus posturas respecto a derechos, género e impuestos) y lo escolta ese trío de fujimoristas que segregan autoritarismo, conservadurismo y discursos discriminatorios repletos de mentiras.

Razones y sentimientos

En cada decisión de voto no hay elementos puramente programáticos o racionales. También hay sentimientos que se quieren expresar. El voto por Castillo es fundamentalmente un voto expresivo del rechazo a una política y unas instituciones excluyentes. Y no tanto porque sus propuestas fueran las de expropiar todo y disolver todo, sino porque en el huelguista y profesor con sombrero de Puña sus votantes vieron la mejor expresión de su bronca y de sí mismos. El mapa de sus votos lo deja clarísimo. Ese voto expresivo es también racional en sus términos. Pero no está claro si su beneficiario sabrá qué hacer con él ni qué pulsiones lo gobiernan.

En cambio el voto por el tridente autoritario y ultraconservador sí que tiene casi pura irracionalidad. Es el voto embotado por el miedo de los electores de esas partes de Lima y de esa costa que temen perder lo mucho, o poco, que obtienen de este orden excluyente y discriminador. De los que creen que es verdad que Alberto Fujimori es un ejemplo de político, que hay una conspiración internacional contra la Virgen María y que De Soto es un sabio.

¿Hay razones para creer?

Verónika Mendoza y la corriente que lidera apostaron casi todo a la racionalidad política. Sus discursos intentaron darle un curso programático, no de ira desbocada, a los sentimientos de injusticia y desprotección de la mayoría del país. Y lo hizo de manera elocuente y por momentos altamente emotiva. Pero encontraron a un país mayoritariamente trabajado por las calumnias de sus enemigos desde hace años, y remontarlas requiere tiempo. Pese a no pasar a la segunda vuelta, se ha consolidado como la líder de la izquierda peruana y se ha ganado el respeto incluso de sus adversarios. A su lado va un equipo de cuadros notables. Si superan el reto de darle visible permanencia y continuidad a su proyecto político desde hoy mismo, crecerán en su enganche con el país.

El Partido Morado es uno de esos raros casos en que sus militantes superan en calidad política a su candidato y líder. Por eso es que su votación termina siendo tan baja pese a que como partido, desde su propia perspectiva, tienen mucho que aportar al país. Solo tienen que perseverar.

Hace apenas cinco meses muchos jóvenes mostraron que hay razones para creer. Y ayer jóvenes y adultos volvieron a darlas en su voluntariado espontáneo para cubrir las deserciones en las mesas de votación.

Vienen tiempos difíciles, recios como diría Vargas Llosa, que esta vez como nunca prefirió el silencio, intuyendo quizás que no iba a pesar en nada. Pero como diría Vallejo, que cada día escribe mejor, Perú al pie del orbe yo me adhiero.