Opinión

“Una Herida Menor” de Rocío Silva Santisteban

Por Violeta Barrientos Silva

Escritora y abogada feminista

“Una Herida Menor” de Rocío Silva Santisteban Composición: Noticias Ser

Rocío y yo nacimos el mismo año con meses de diferencia, durante los años sesenta. La nuestra, ha sido una generación difícil puesto que nos ha tocado vivir entre dos mundos; nos educamos durante la dictadura militar nacionalista, en un tiempo en que los militares o los guerrilleros entraban a Palacio y tomaban el poder, un poder que ahora no se encuentra sino deslocalizado y sobre todo fuera del país. Nos formamos para llevar a cabo el proyecto de crear un Estado Nación, que luego se perdería en el proceso de globalización a partir de los años 90. Crecimos con el anticomunismo occidental de Superman y James Bond durante la Guerra Fría. Existía ya un ferviente anticomunismo católico nacional, y sin embargo, por excepción, surgía en la iglesia católica un grupo que llamaba a hacer una iglesia con los pobres y a un “proyecto de liberación” latinoamericano. Nos sentimos también llamadas por este proyecto que daba sentido real a lo que los Evangelios preceptuaban, a lo que habíamos aprendido de la doctrina cristiana en los colegios de monjas.

Ambas estudiamos derecho y literatura en paralelo, en aquel tiempo una combinación frecuente en muchos escritores, en un país en que el campo literario oficial ha estado subordinado al poder político y al económico, y en donde se reconocía como Literatura a una disciplina escrita y no oral, y por lo tanto, en castellano e inserta en una tradición occidental de la que no éramos centro sino periferia.

Los setenta y ochenta, entre proyectos nacionalistas y feministas, una democratización del país se abría paso en el país, una nueva poesía surgía haciendo mítines y coros, pero la pobreza y la violencia de esos años, así como los cambios en un mundo que ahora se globalizaba solamente desde el mercado, al que se le sumaba una revolución en las comunicaciones con el internet, acababan con una era al cerrar el siglo, partiendo en dos nuestras vidas.

Rocío publica su primer libro en 1984, Asuntos circunstanciales, el mismo año en que Mariela Dreyfus publica Memorias de Electra, con el precedente de Noches de Adrenalina, de Carmen Ollé aparecido en 1981. Ellas, junto a Patricia Alba y a una aguerrida Dalmacia Ruiz Rosas que declamaba poemas en centrales sindicales, serán un grupo de mujeres que, aunque no conformaban un grupo poético, como aquellos masculinos que existieron entre 1960 y el 2000, coinciden en expresar una voz de mujer desde una existencia situada en un cuerpo femenino y un deseo sexual que hasta entonces había sido invisibilizado.

Eran años en que el feminismo de la diferencia francés se expresaba sobre la sexualidad de las mujeres desde la obra de Luce Irigaray, en Ese sexo que no es uno, o Ética de la diferencia sexual, refiriéndose a que hay dos sexos, masculino y femenino, y no que uno se define en relación al otro, o que debería “igualarlo”, tal como lo había sugerido el psicoanálisis cuando afirmaba que la mujer adolecía de la “envidia del pene”, y que su placer dependía del placer que un hombre podía brindarle. Irigaray subrayaba la invisibilidad de la sexualidad femenina simbolizada en aquel órgano improductivo, imperceptible, y solo destinado al placer, el clítoris. Eran tiempos también en que se configuró una crítica literaria feminista en EEUU y en Europa, crítica que tuvo ecos dentro de los círculos feministas que alentaba el Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán y que contaba entre sus integrantes a mujeres vinculadas con la creación y la crítica literaria como Mariela Sala, Diana Miloslavich o Pilar Dughi.

Esta dimensión de la experiencia humana vivida y expresada desde dos sexos distintos, con voces propias sobre el cuerpo y la sexualidad, no caló en la crítica literaria peruana cuando se refería a la “poesía nacional” al menos hasta terminar el siglo XX. En realidad, la única voz desde esos temas era la de las mujeres puesto que un hombre reflexionara sobre su propio cuerpo y sexualidad, sin ser homosexual, era imposible. Sin embargo, los silencios masculinos allí donde las mujeres empezaban a decir cosas, no fueron materia de discusión.

En un contexto de crisis económica y violencia política, el movimiento feminista de los años ochenta, había sido pequeño dirigiendo un impacto hacia las políticas públicas, hasta la llegada finalmente, en los años noventa, de varios fenómenos que marcaron un cambio en la economía, la cultura y la forma de hacer política. La poesía entonces al empezar este milenio, no era más la que aglutinaba a espectadores para oírla como parte de una movida contracultural, ni la que tenía al poeta como vocero de una utopía social. Eran tiempos de mercado, carrera personal, y poesía virtual.

En 2007, Rocío publica “Hijas del terror”, un poemario que recibe el Copé de Plata y que concentra poemas que reenvían a la violencia sobre los cuerpos de las mujeres durante los tiempos del conflicto armado interno. Rocío escoge para esta antología, el poema “¿Le tiene miedo a la sangre?”, que alude a aquella sangre femenina, que es la sangre menstrual mes a mes. Alude a esta sangre que produce una serie de creencias populares y que la antropología con enfoque de la diferencia sexual, ha estudiado en teorías como la de Francoise Héritier, por las que la dominación sobre la mujer se basa en que su sangre es residual, mientras que la del hombre se derrama cuando él lucha. Héritier también señala que la violencia contra la mujer no responde a ninguna lógica natural, sino a un exceso de cultura patriarcal. Lo que se nos presenta en ese poemario es precisamente, el ensañamiento contra mujeres desarmadas que forman parte de la población civil, por parte de hombres armados de cualquier bando.

De otro lado, esa sangre femenina se vuelve poder también pues suscita miedo, es el “poder de la perversión” según Julia Kristeva, pensadora y crítica desde la diferencia sexual, el poder de lo que resulta desconocido, excluido socialmente, despreciado como la mujer en un cuerpo que ya fue útil para la reproducción o un cuerpo que es aún lozano como una Venus, pero que atrae al pecado. Esta es una constante en la poesía de Rocío; el poder desde lo femenino, el forcejeo con un mundo patriarcal en una relación amorosa heterosexual. En Asuntos circunstanciales(1984), Este oficio no me gusta(1987), Mariposa negra(1993), Condenado amor(1996), Turbulencia(2005), libros que son parte de esta selección, está presente el deseo desde el sujeto mujer, oscilante entre el pecado y su afirmación, el suicidio como protesta ante el dolor vivencial, el cuerpo y su deterioro, el cuerpo y sus líquidos, lo limpio y lo sucio como metáfora del pecado.

Texto leído en la presentación del libro “Una herida menor” realizada en la Fería del Libro Ricardo Palma