Opinión

Un maestro presidente: Pedro Castillo

Por José Carlos Ortega

Licenciado en Antropología (PUCP). Magíster en Antropología - Programa Trandes (PUCP - Universidad Libre de Berlín).

Un maestro presidente: Pedro Castillo

Bandeándose de una orilla a la otra en una canoita, meciéndose temerariamente en un huaro o viajando en un motokar o moto lineal, los maestros del Perú se distribuyen así en la totalidad del territorio nacional. No hay funcionario público más representativo, admirado y seguido que un docente de escuela. Sin embargo la clase pudiente e intelectual de Lima, la conservadora capital criolla del siglo XVI, descubrió con espasmos como un hombre campesino de la época contemporánea podía acumular 19% de intención de voto a nivel nacional. Con una tiza este maestro que desea ser presidente ya escribió la fecha del bicentenario en una pizarra de adobe: 11 de abril del 2021. Ahora es deber continuar la clase para que los ciudadanos del país puedan aproximarse a la celebración del bicentenario como la más importante instancia pedagógica de nuestra historia como república.

La vida y discurso de Pedro Castillo es una muestra relevante y representativa de miles de docentes rurales que han experimentado – desde su formación como ciudadanos peruanos en las aulas de paredes de adobe, techo de paja o irapay y piso de tierra – las circunstancias ominosas del olvido y desprecio de las élites económicas e intelectuales metropolitanas. Maestros y maestras que han muerto ahogados, desbarrancados e invisibilizados en la búsqueda perpetua de dar educación a los y las jóvenes más marginados ahora tienen la histórica oportunidad de revertir los sufrimientos experimentados por ellos, sus familias y alumnado en general. Pero no es una chance de venganza ni de resentimiento como los medios de comunicación capitalinos intentan vanamente convencer al hermano peruano, sino de justicia.

Comunican desde la ignorancia maliciosa de un director periodístico que ha ordenado a un pobre practicante mellar la honra de todo aquel que vaya contra los intereses de una casta que lo emplea. ¡Cuán pobre es la educación superior en ética y contenido periodístico peruano y cuán frágil es el mercado laboral para aquellos periodistas que se niegan a ser sencillamente un maniquí que replica consignas de sus jefes! Encabezados de terror, música de fondo macabra, conductores con voces entonadas para el chisme y ángulos de cámara aberrantes para crear un ambiente negativo a la voz de un peruano. No mencionarlo en este columna sería mentir y obviar para los futuros lectores peruanos la vana discreción del periodismo limeño.

Nos enseñaron a despreciarnos, a vivir distantes el uno del otro, a creer en adjetivos invisibles, a vivir como ovejas cuando nuestra piel y alma rugen en peruano. Nos enseñaron a despreciar a nuestros abuelos y abuelas y a sus pueblos de origen; nos enseñaron a mordernos nuestra lengua en las cuencas, en las alturas y llanuras peruanas. Nos enseñaron a olvidar quiénes somos en el marasmo de una vida arrojada al servicio de otros, a sentir poco, a pedir nada… durante doscientos años.

Nos quieren silentes como objetos de museo, que seamos adornos para sus fotos, que carguemos sus bultos, que atendamos sus demandas. Los intelectuales progresistas de Lima se horrorizan al ver como un otrora sujeto de estudio puede tener ideología, voz y voto. Lo prefieren como un entrevistado anónimo “para un proyecto” o “una consultoría”. Abundan los especialistas en campesinos, en sujetos periurbano-marginales, en cholos. Condicionan su participación en política nacional siempre y cuando atiendan sus agendas interdistritales pues ni siquiera es una demanda de una ciudad, sino de círculos cerrados que se contemplan y concientizan a sí mismos por los siglos de los siglos. No quieren tomar posición pues en la circunstancial neutralidad dan pasos discretos en la maratón y fruncen el ceño cuando un campesino se niega a ser un participante anónimo. Admiran en silencio escolástico a referentes ideológicos que se negaron a ser sepulcros blanqueados, pero ahora, en este momento, son tan todo y nada en el evento histórico en el cual están viviendo. ¿Se conforman con ser un pie de página de una alguna futura tesis de licenciatura donde se nombren como los intelectuales del ausentismo, de la nulidad, del voto en blanco, del voto liminal? Soy consciente de los límites para realizar el milagro, pero ustedes no se configuren como esos límites. Pregúntense, ¿por qué intentan mantener distancia en el desigual privilegio?

Un maestro ya ha escrito en una pizarra de adobe una fecha oportuna para iniciar una nueva pedagogía como país. ¡Qué circunstancial que haya nacido en Caxamarca! Esta región del encuentro entre hispanos y andinos hace casi quinientos años ahora da luz a un docente campesino descendiente de colonos de hacienda. Ahora este maestro desea ser presidente de la República del Perú en su bicentenario. Quien no es andino o descendiente de esclavos de hacienda no entendería este contexto jamás: en Caxamarca fuimos vencidos, en Caxamarca fuimos redimidos. La historia es una mano que escribe en círculos y el 6 de junio del 2021 es el momento.