Opinión

Tres imágenes de Pedro Castillo Terrones en el bicentenario

Por Luis Chávez Rodríguez
Tres imágenes de Pedro Castillo Terrones en el bicentenario

I. El Lápiz

El lápiz es el símbolo de la opción política que se encamina claramente a ganar las elecciones 2021 del Perú, en segunda vuelta. Opción que para un 18 % de electores representó desde la primera, la mejor que el Perú podría lograr a sus 200 años de vida republicana. Unas nuevas elecciones en un país tan diverso como el Perú, que no se divide esquemáticamente entre un “mal menor” y otro mayor. Ese lápiz que Pedro Castillo, de modo natural, eligió como símbolo fue parte de su victoria en la primera confrontación electoral y en la campaña de esta segunda vuelta está desenvolviendo su amplio potencial significativo.

El contexto es el de unas elecciones presidenciales paradigmáticas, por tratarse del bicentenario de la Declaración de la Independencia del Perú. Momento esperado que alcanza al país en el punto crítico de una pandemia mortal que propone un renacimiento del Perú y del mundo entero. Así un lápiz, en las manos de un profesor de primaria de áreas rurales, no es solo un acierto simbólico en la estrategia de una campaña política que le permitió a Pedro Castillo recomponer alianzas precolombinas, norte-sur, y enfrentar con éxito a los candidatos de la capital limeña, sino un referente que remite al precario estado de la educación en el Perú.

En esta segunda vuelta, el lápiz amarillo con su borrador en la cabeza, que casi todos hemos tenido alguna vez en nuestras manos, nos sugiere corregir lo que está mal y, si es necesario, aprender a escribir de nuevo. Escribir, por ejemplo, la palabra democracia, en cuyo campo semántico encontremos a sus compañeras, equidad y honradez, para tener un país decente. Escribir democracia y aprender bien su significado, ya que en 200 años de República peruana, no lo hemos comprendido, incluyendo entre los neófitos a un premio nobel peruano y ciudadano del mundo globalizado, que ahora anuncia la brutalidad de un golpe de estado para un país que podría ser gobernado por un profesor de escuela si no ganara su candidata. Al parecer no tenemos ni idea de lo que es una democracia, al contrario se ha pervertido su sentido hasta el punto que a estas alturas de nuestra historia es sinónimo de mercantilismo y corrupción.

Si se da el caso, como al parecer será, tomando en cuenta que la otra opción denominada como el “mal menor”, es la opción de la delincuencia como forma de apropiación del Estado y programa de gobierno, que sean pues los profesores campesinos los que enseñen a los doctores de la capital.

II. El caballo

Pedro Castillo fue a votar montado en un caballo alazán que se encabritó en un tramo del recorrido y comenzó a cocear hasta pararse temerariamente en dos patas. El animal, arisco por la multitud que lo rodeaba, podría haber tumbado al candidato, si no fuera por su reflejo de jinete y la ayuda de sus acompañantes, con quienes logró controlar al equino con vigor y pericia de chalán. Lo jaloneó con los arneses, presionó fuertemente las piernas sobre los estribos y mantuvo el dorso erguido sin perder la estabilidad sobre la montura. De este modo, aquietó al caballo que dejó de corcovear y volvió a su paso garboso para continuar el camino hasta las inmediaciones del colegio 10446, “Salomón Díaz”, en el distrito de Tacabamba, provincia de Chota. Un séquito numeroso de simpatizantes, a pie, que apretaba en la comitiva, se puso nervioso y al ver las cabriolas del caballo abrió el paso para que el jinete domeñara a su animal. Cuando Castillo controló la situación, la multitud explotó en una algarabía, atenuando sus temores y retomando la certeza de que el camino estaba abierto. El candidato de Perú libre, en pleno dominio del elegante animal, continuó un trecho más y luego desmontó sosegado y continuó su camino al local de votación, junto a sus numerosos y entusiastas partidarios, para dejar su voto victorioso…

Ese caballo no era un caballo cualquiera, era un caballo como el que había cabalgado también en las calles de la capital, Lima, en el cierre de su campaña. El alazán que montó era un hermoso ejemplar asociado a una clase social y económica concreta en la estratificada sociedad peruana, cuyo nombre completo es: “caballo peruano de paso”. Castillo cabalgó el caballo de la clase criolla peruana, que funda su tradición en los antiguos encomenderos y posteriores gamonales costeños, quienes lo usaron en sus plantaciones durante siglos y que en la época republicana lo criaron delineando su especie a través de una cuidadosa selección y cría, que los llevó a identificarlo como la especie insignia por su refinado “paso lateral” y la soberbia catadura de sus dimensiones corporales (fragmentos de un artículo, long-form, publicado originalmente en Servindi: El caballo de Pedro Castillo, 20-04-21).

III. El maestro

Qué duro es, Padre mío, escribir del lado de los vientos,/ tan presto como estoy a maldecir y ronco por el canto./ Cómo hablar del amor, de las colinas blandas de tu Reino,/ si habito como un gato en una estaca rodeado por las aguas. Cómo decirle pelo al pelo/ diente al diente/ rabo al rabo/ y no nombrar la rata.

Antonio Cisneros

-En el Perú pasan cosas insólitas,-dice el profesor Pedro Castillo, candidato de Perú Libre-, yo para ser candidato he pedido licencia de mi trabajo y otros para estar aquí tienen permiso del poder judicial-. Remata el maestro, mientras una cara de pocos gestos de la candidata Keiko Fujimori de Fuerza Popular se queda mirando y remirando su guión, al otro lado del estrado. No se permite ni siquiera un parpadeo por la contundencia del argumento o algún temor por la alusión a los 30 años de cárcel que le espera de no ganar las elecciones y perder el juicio que tiene pendiente. Al frente, el auditorio ordenadamente dispuesto en la plaza se ríe y celebra la ocurrencia.

En otro momento le toca el turno a la candidata de Fuerza Popular, venida desde Lima hasta Chota, el país periférico, donde inusualmente se hace un debate de tanto interés nacional como este. Ella dice, sin esconder su incomodidad por haber hecho el largo viaje a debatir en una provincia:

-Pero he querido venir hasta acá para decirle al señor Pedro Castillo, basta de mentiras, basta de infundir odio, miedos y venganzas-. Pronuncia las palabras de modo mecánico, como si hubiera escogido los sustantivos exactos para hundirlos en el pecho de su adversario sin ninguna mediación. Pero lo que le sale es, más bien, la exacta descripción de un pasado reciente de la historia fujimorista, que el auditorio provinciano no olvida y lo escucha con molestia. Su actitud recuerda el periodo de la dictadura de su padre, que ahora purga condena, y la reciente actuación en el Congreso de la República de su partido político, acusado de “organización criminal” por la Fiscalía de la Nación. Después de una pausa, en un nuevo arrebato pauteado, al parecer, a través del audífono inalámbrico que trata de esconder en la oreja derecha, arremete nuevamente con agresividad. -Y sobre todo le he venido a decir: ¡No te corras Pedro, no te corras!

-No me voy a correr como se corrió su padre hacia el fin del régimen fujimorista-, contesta el maestro, con una cautela ancestral, a prueba del tiempo, que sus seguidores toman con humor en la plaza de Chota.

El llamado antifujimorismo no es ni odio ni venganza ni mentira, es la historia reciente y triste del Perú para la mayoría de los peruanos que siguen siendo pobres a pesar de las riquezas de nuestro territorio, viene repitiendo en esta segunda vuelta el maestro Pedro Castillo, en otras palabras. De este modo termina el primer debate descentralizado, como si esta confrontación hubiera sido interpretada a partir de un guión previamente ensayado, con poco tiempo de anticipación, para que desde Chota, tierra del profesor Pedro Castillo Terrones, se nos diera a todo el país una clase de historia del Perú en su bicentenario y en medio del dolor de la pandemia.