Opinión

Todos somos culpables

Por Augusto Rubio Acosta

Escritor y gestor cultural

Todos somos culpablesFoto: Luisenrrique Becerra/Noticias SER

En el Perú de este tiempo habita un país que muere y otro que bosteza. Y en el intersticio de la diaria convulsión, de la tragedia social que experimentamos y sufrimos, sobreviven aún quienes tienen esperanza, quienes desde una crítica constructiva imaginan y proponen una nueva nación preguntándose por la utilidad de la memoria, por lo positivo que es posible rescatar de nuestro legado histórico y por la forma de recuperarlo, enarbolarlo y volcarlo en los proyectos de vida que a contracorriente (a pesar de todo) brotan de la tierra y salen adelante para hacerle frente al aciago destino de ser peruanos.

La actual realidad política, la degradación de quienes desde los altos cargos públicos en los poderes del Estado están llamados a resolver los graves problemas que aquejan al país haciendo uso del diálogo y de la confianza que el pueblo depositó en ellos a través de las urnas, es desconcertante y ha generado -sobremanera- el más grande escepticismo que hayamos podido ver en una desencantada ciudadanía que ya no cree en el significado de la palabra gobierno, mucho menos en la democracia o en la falacia del sistema en el cual vivimos.

Con un presidente apabullado de denuncias e indicios de corrupción en su más íntimo entorno, ante un Congreso poblado de lobistas e incapaces arrodillados ante el empresariado y el poder económico, la crisis de los partidos políticos (convertidos en carteles o asociaciones para delinquir) se acentúa encaminándolos a la extinción, inequívoco signo de estos tiempos marcados por individualismos, desideologización y liderazgos de caudillos decimonónicos en un país estancado, nada educado, sin salida aparente.

¿Qué tiene que suceder para que quienes duermen o bostezan transformen su resignación en una posibilidad de país que tuerza el rumbo hacia mejores horizontes?, ¿qué tiene que pasar para que incrédulos y escépticos conviertan su desazón y su ira en un programa político?, ¿cómo sanar como ciudadanos si la hediondez, la indignidad y la miseria del país nos es enrostrado en cada quiosco de periódicos, en cada noticiero televisivo, en toda instancia y a cada momento?, ¿por qué es necesario levantarse y dejar atrás la anomia y la depresión en que hemos vivido y continuamos perpetuando?

La respuesta a estas preguntas pasa por cómo estamos asumiendo nuestra responsabilidad frente a la crisis que nos agobia. Nosotros elegimos a quienes hoy gobiernan, todos somos culpables. Nos corresponde ahora salir del fango, del pozo ciego en el que estamos hundidos; nos corresponde solucionar las cosas y embarcarnos en una emancipación definitiva mediante la lucha contra las reglas y modos de vida de una sociedad caduca como la que heredamos de nuestros padres y no hemos querido o podido transformar con el tiempo. No va a bastar la emancipación política, por supuesto; habrá que pelear la misma en el campo económico, la emancipación como seres humanos permitirá al fin realizarnos como seres sociales, en comunidad y armonía. Para ello es necesario cambiar las reglas de juego, hablamos de un nuevo marco constitucional como punto de partida para tiempos nuevos. “Estamos aquí para vivir en voz alta” (Émile Zola) o estamos para sentarnos a ver cómo el país termina de venirse abajo delante de nosotros.

Para sanar es necesario recordar, no lo olvidemos. Y el Perú tiene tanto de qué aprender para sanar y reconciliarse con su pasado; uno histórico, pero también uno reciente, herida abierta que aún sangra y necesita del concurso de todas y todos para terminar de cicatrizar y -a su vez- de alcanzar justicia.