Opinión

Temor y rechazo en la segunda vuelta de Lima Metropolitana

Por Alfredo Quintanilla

Psicólogo

Temor y rechazo en la segunda vuelta de Lima MetropolitanaFoto © Luisenrrique Becerra | Noticias SER

El aviso, que se hizo tendencia, circuló en las redes sociales a fines de mayo: “No recibimos perros de familias comunistas” con un añadido que parecía salido de un parlamento del teatro del absurdo: “En Perrotel Boutique amamos a los animales y sabemos que en Venezuela por hambre, han tenido que comerse a sus mascotas” (sic). La advertencia de Alan García contra “el candidato de Venezuela”, como tachó en 2006 a Ollanta Humala, se había multiplicado a extremos irracionales. Tal era el clima de tensión que se instaló en la sociedad peruana en las ocho semanas que separaron la primera de la segunda vuelta electoral.

El efecto de la campaña que señalaba que el triunfo de Castillo sería un desastre que pondría al Perú en la situación de Venezuela, con expropiaciones generalizadas, congelamiento de ahorros, caos institucional, represión, fuga de capitales y parálisis de la economía, con la consiguiente hambruna y emigración masiva, tuvo su contraparte en la que señalaba que, de ganar la señora Fujimori, el Perú se convertiría en un narco estado con la multiplicación de la corrupción y de la violencia que eso supone y la instauración de una dictadura por varias décadas.

Para remate de los largos meses extremadamente duros para la mayoría de las familias peruanas, que se habían visto lanzadas de nuevo a la pobreza, el último día de mayo, el gobierno anunció que, revisadas las cifras de muertes por la Covid 19, éstas ascendían a más de 180,000, es decir el triple de lo que se había computado. Muchos asimilaron el mensaje de los publicistas y vieron la fecha de la segunda vuelta como el Armagedón que anunció el Apocalipsis, la batalla definitiva entre el bien y el mal.

El desigual enfrentamiento propagandístico (la ultraderecha puso la artillería pesada), que llegó a polarizar la sociedad y hasta romper amistades y lazos familiares, a los ojos de un politólogo extranjero como Steve Levitsky no tenía razón de ser, puesto que, como dijo “Ni Castillo es comunista ni Keiko representa a la democracia”. Pero, como bien afirma Imelda Vega Centeno, nuestra cultura popular es un sistema de creencias que se rige no por evidencias, sino por la ley de verosimilitud. Es decir, basta que un dicho o una noticia parezcan verdaderos para que resulten creíbles, por lo que las fake news de uno y otro lado terminaron por cargar de temor e incertidumbre por el futuro inmediato a millones de peruanos.

La teoría política habla del elector racional que hace un balance entre beneficios y perjuicios a la hora de escoger a un candidato, pero ¿es posible detectar el temor como motivo principal en una elección? Hasta donde se sabe no hay instrumentos para medir asuntos tan subjetivos como el temor, la incertidumbre o la aversión. Pero es un hecho de la realidad que el temor y la protesta existieron como movilizadores de la decisión política de cientos de miles, cuando no de millones, de limeños y peruanos.

Una visión telescópica de los resultados electorales de Lima Metropolitana en las dos vueltas electorales del 2021, que proporciona la ONPE, tomando en cuenta que Lima siempre tuvo un voto conservador, permite apreciar a lo lejos cuál fue la incidencia del temor generado por la propaganda derechista desde que se conocieron los resultados de la primera vuelta el 12 de abril, cuando ubicaron al outsider Pedro Castillo y el partido marxista leninista que lo respalda, en el primer lugar, con el 19% de los votos válidos.

El clima de enfrentamiento llevado a extremos apocalípticos por algunos publicistas tuvo dos efectos observables con un método telescópico, aunque sin los detalles que pueden ofrecer las encuestas o más aún las entrevistas a profundidad. El primer efecto, hizo que 383,686 limeños que no habían votado en la primera vuelta, acudieran presurosos a hacer su cola a emitir su voto en la jornada electoral del 6 de junio. A diferencia del pasado en que en las segundas vueltas solía votar menos gente (- 0.33 % en 2016 y – 0.63 % en el 2011), esta vez, los votantes aumentaron en un 8.5%.

En la primera vuelta, para muchos, la presencia de 18 candidatos presidenciales constituía no una demostración de pluralismo y democracia sino la crisis del desorden y el desconcierto, por lo que un total de 474,862 limeños y limeñas -esto es el 8.40 %, menor que el nacional que fue de 12.35 % - dejaron sus papeletas electorales sin marcar, en una abstención que tenía más de crítica y censura que de indecisión, aunque también de desinformación. Un segundo efecto en la segunda elección de junio, fue la diminución radical de los votos en blanco que bajaron de 474,862 a sólo 28,404. Se sobreentiende que, muy probablemente, los que fueron a votar en la segunda vuelta no hicieron el esfuerzo para votar en blanco.

Un tercer efecto fue el de los limeños y limeñas rechazaron el dilema o encrucijada en los que se vieron arrinconados y esgrimieron con decisión su voto nulo contra ambos candidatos a quienes consideraron indignos de ocupar la presidencia de la República. Así, pues los nulos aumentaron de 320,409 a 353,353.

Sin embargo, el temor y el rechazo se manifestaron de manera diferente, dependiendo de qué clases sociales se asientan en determinados espacios territoriales. Como en toda gran ciudad, en Lima las clases sociales se distribuyen de manera desigual en todo su espacio, sin embargo, en algunos territorios, dígase distritos, hay mayor concentración de familias burguesas y en otros de proletarias o semiproletarias. El INEI y la demoscopía peruana y, en particular la electoral, ha clasificado a sus habitantes en cinco secciones de acuerdo a sus ingresos monetarios, por lo que en San Isidro habitan mayoritariamente familias de ingresos A -burguesas, “dueños del Perú” en la terminología de Carlos Malpica- lo que no niega que hayan pobres en su AH Medalla Milagrosa; en San Miguel serían mayoría los empresarios o rentistas pequeño burgueses de ingresos B, aunque también los hay de ingresos C; en Los Olivos destacan las familias de clase media emergente con ingresos C, provenientes de sueldos y salarios fijos; en Chorrillos estarían familias de ingresos D, proletarios con trabajos eventuales, inmigrantes, lo que no niega que hayan familias de ingresos A y B en su malecón. Por último, los pertenecientes al sector E de ingresos por debajo de la línea de pobreza, que se arruman en precarias casas se triplay y calamina en los cerros de Ancón (aunque haya ricos en los edificios de su malecón), Chosica, Huaycán o Manchay.

Así, mientras en San Isidro el número de ausentes de la primera a la segunda vuelta disminuyó en un 33 %, en el otro extremo socioeconómico y cultural, en Ancón, los omisos al voto disminuyeron en un 15%. Es evidente que, en el caso de los electores de San Isidro la propaganda sobre expropiaciones o confiscaciones de propiedades caló entre quienes más han acumulado en esta vida. Entre los pertenecientes a la nueva clase media creada por los éxitos del modelo neoliberal, en Los Olivos, los ausentes disminuyeron casi en un 19 %. En San Miguel bajó el ausentismo en 26.8 % y en Chorrillos el 20.7 %.

Interesante resulta también observar que mientras el voto en blanco disminuyó en los cinco distritos en más del 90%, en todos creció el voto nulo. Pocos de los que estuvieron indecisos para escoger a un candidato o candidata de la primera vuelta mantuvieron su voto en blanco. Sí es destacable el aumento de los votos nulos con su carga de protesta, rechazo y negación de ambos candidatos, en distritos de los sectores A/B como Jesús María, San Isidro, San Miguel y Miraflores en los que crecieron en 38.3, 37.1, 30.4 y 24.8 %, aunque la excepción fue Surco donde los nulos disminuyeron en un 4.3 %.

En el otro extremo, entre los pobres de la ciudad, en la segunda vuelta también aumentó el número de votantes críticos, que anularon su voto, aunque esto no niega que los haya entre los que optaron por cualquiera de los candidatos. Así en Ancón aumentó en 8.22 %, en Chorrillos, 10.6 %, comparados con los emitidos en la primera vuelta; en Chosica, 1.6 %. La excepción fueron los de Pachacámac (Manchay) en donde los nulos disminuyeron en 0.43 %.

La exigua mayoría obtenida por Pedro Castillo frente a Keiko Fujimori se debe, como han dicho los expertos, a la ventaja que sacó en todo el país, con excepción de la costa norte y centro. Su negativa a hacer campaña en la capital, que reúne a un tercio del electorado, se debió, posiblemente, a su rechazo al centralismo, a la debilidad orgánica de sus huestes frente a la inmensa superioridad de recursos de sus adversarios u otras consideraciones, pero no deja de sorprender que los 43,697 votos que obtuvo en Santiago de Surco, un distrito A/B, podrían haber sido los decisivos.