Opinión

Sobre mocos, babosidades y otras secreciones del miedo político al postextractivismo

Por Eduardo Gudynas

Analista en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES).

Sobre mocos, babosidades y otras secreciones del miedo político al postextractivismoImagen: captura de video

Cambiar las “babas cerronistas” por “mocos aranistas-mendocistas-caviares” fue la imagen que empleó Aldo Mariátegui para criticar a la nueva premier, Mirtha Vásquez, y a todo el recambio ministerial.

Fiel a su estilo, confrontacional, y por momentos rudo, Mariátegui calificó a Vásquez de “fanática antiminera”, “ultraizquierdista” y “antimilitar” por haber estado en una asociación ciudadana promotora de los derechos humanos, y tras todo eso agrega que es “seguidora de la escuela del ‘anti-extractivismo minero’ creada por el neomarxista uruguayo Eduardo Gudynas”. Después de semejante alusión, publicada hace unos días atrás, quedé entreverado en un fragor de calificativos que hace inevitable compartir algunas reacciones.

En primer lugar, no conozco que exista una escuela del “anti-extractivismo minero”, y mucho menos que esa frase describa el trabajo realizado junto a muchas otras personas y organizaciones, sea en Perú como en países vecinos. En cambio, lo que sí conozco son las propuestas de transiciones postextractvistas. Las diferencias en las palabras no son menores; no es lo mismo etiquetar de “anti” ideas que en verdad proponen paulatinas alternativas. En esa confusión, sea por ignorancia o sea adrede, Mariátegui revela que no está entendiendo los debates en marcha.

Es que extractivismos y minería son dos categorías distintas. Los extractivismos son un tipo de minería, caracterizada por la elevada remoción de recursos naturales y su alta intensidad, encadenados a una inserción exportadora subordinada. Por lo tanto, algunas actividades mineras serán extractivistas y habrá otras que no lo son. Al mismo tiempo, esa distinción explica que las alternativas en cuestión se conocen como transiciones, ya que los cambios son paulatinos y articulados, y son postextractivistas porque su fin es superar la dependencia de los extractivismos.

El calificativo “anti”, y en especial el más frecuente de “anti-minero”, hasta donde puedo saber se originó en sectores conservadores que lo usaron para denostar a las organizaciones locales que denunciaban a los extractivismos. Para reforzar sus campañas, ese “anti-minero” se lo mezclaba con el “anti-desarrollo” o “anti-pobreza”, alimentando la imagen de comunidades que rendían el culto al primitivismo y llevarían a la debacle a un país. Sin embargo, en las propuestas postextractivistas no se utiliza ni se defiende la etiqueta “anti”, aunque por el contrario, muchos de los promotores de los extractivismos podrían ser señalados como anti-vida o anti-ecología. Los grupos locales no deberían quedar atrapados en el slogan de usar el calificativo “anti”.

Las transiciones postextractivistas implican aplicar efectivos y rigurosos controles ambientales y sociales sobre esas actividades, mientras que al mismo tiempo se busca potenciar sectores alternativos que los puedan reemplazar. Sus criterios están en asegurar que provean comparativamente más empleo, demanden menos energía, no sean contaminantes, y que prioricen las necesidades del propio país. Sus metas están en la calidad de vida, erradicación de la pobreza y preservar la Naturaleza (los interesados en más información pueden consultar la biblioteca en transiciones.org). Nada de esto es sencillo, y nadie dice que lo sea, y por ello esas alternativas se presentan como transiciones. Eso además permite avanzar asegurando la información y la participación, lo que hace a toda la propuesta profundamente democrática.

Más allá de estas aclaraciones, el hecho que Mariátegui tenga que recurrir a las imágenes de secreciones como babas y mocos para rechazar la mera idea de alternativas a los extractivismos, revela cuestiones más profundas. En ello no hay argumentos ni ideas para enfrentar la necesidad de una agenda postextractivista, y como no los tiene repite un poema satírico de José Joaquín de Larriva (1780-1832).

En la décima original de Larriva se usaba esa imagen para cuestionar el mero cambio de personas mientras persistía la dominación, con lo cual era a la vez un reclamo por la emancipación. Por lo tanto, si se usara como analogía aquel poema del siglo XIX, pero en forma seria y rigurosa para el siglo XXI, se podría decir que cambian los gobiernos pero se mantiene el autoritarismo embebido en los extractivismos.

En cambio, Mariátegui está más interesado en el golpe de efecto en usar palabras como mocos y babas, y eso lo ubica también en el pasado, pero en aquel donde se defendía a los extractivismos como un acto de fe. Aferrado a la mitología de concebir que Perú solo puede ser minero o petrolero, solamente eso y nada más que eso, teme ante cualquiera que pudiera romper ese orden que se presenta como sagrado. Estamos ante una incapacidad en pensar alternativas distintas a los extractivismos, y también en aceptar que otros pudieran hacerlo.

Esto revela el aspecto más notable de la nota de Mariátegui: recurrir a las burlas muestra claramente el miedo, casi el pánico, que sienten ante las transiciones postextractivismos. Los defensores de los extractivismos ya no cuentan con argumentos creíbles para defenderlos, porque se ha acumulado un enorme caudal de evidencias de sus impactos sociales, sanitarios y ambientales, así como de lo endeble que son los supuestos beneficios económicos. Al estar huérfanos de evidencias solo les queda recurrir al slogan, la burla, o a demandar que no se piensa en alternativas de cambio. Habría que preguntarse si en vez de mocos y babas, las secreciones en juego no sería el sudor del temor.

Algo similar está ocurriendo en Chile y Colombia. Ante el avance de la Convención Constituyente chilena, los sectores conservadores exigen impedir que se aborde los derechos de la Naturaleza precisamente porque ponen en cuestión a los extractivismos. En Colombia, ante el inminente agotamiento de las reservas petroleras, los conservadores rechazan cualquier opción postextractivista y en cambio reclaman todavía más extractivismos, en ese caso volcándose al fracking. En esos dos casos también se observa que ante la orfandad de argumentos para defender a los extractivismos se insiste desde la prensa y academia convencional en prohibir pensar y discutir alternativas.

Si el postextractivismo fuera apenas una manía de algunas ONGs o un tópico de discusión en seminarios, el poder político y empresarial ni se molestaría en reaccionar. El que lo haga en Perú, como en los otros países, muestra que se sigue difundiendo la convicción que las alternativas a los extractivismos no sólo son necesarias sino también urgentes.