Opinión

“Si no hablo, no existo”: La labor feminista de Chola Contravisual

Por Claudia Arteaga

Profesora e Investigadora de cine documental peruano

“Si no hablo, no existo”: La labor feminista de Chola Contravisual

Chola Contravisual es un colectivo de jóvenes feministas radicadas en Huancayo que, como indica su página web, buscan alcanzar en sororidad “existencias dignas, libres y felices para las mujeres y lxs disidentes de las normas sexuales y de género”. El colectivo se inició en Lima en 2015 cuando Geraldine Zuasnabar, huancaína y entonces estudiante de comunicaciones, se unió a otras compañeras para generar una memoria de las movilizaciones feministas que surgieron con la campaña “Déjala decidir” y la marcha de “Ni una menos” (ésta última realizada al año siguiente). En este contexto de movilizaciones, el colectivo apostó por el medio audiovisual adoptando los principios de un cine guerrilla, lo cual las llevó a aprender su arte en el hacer gracias a la asistencia de otrxs compañerxs activistas y de tutoriales de Youtube. Su acercamiento al audiovisual surgía, entonces, en conexión con una visión del feminismo como acción en oposición a un activismo que se quedaba en el panfleto. Más significativo aún, este feminismo de la acción nacía de la necesidad de las Cholas por generar herramientas propias para la construcción de una mirada antipatriarcal, antirracista y decolonial que las condujera al autoexamen y la liberación propia. Este proceso de creación más allá de la coyuntura se agudiza una vez que el colectivo se traslada a Huancayo, a donde Geraldine regresa después de haber terminado sus estudios en Lima. De regreso, ocurren dos cosas: la apertura de la casa cultural feminista, la Munay, en donde hasta ahora realizan talleres y conversatorios. Lo segundo fue la pandemia. Con el covid y su exacerbación de todas las desigualdades, las Cholas deciden realizar una serie de seis cortos, de pocos minutos cada uno, llamada “Mejor chola que mal acompañada”. La serie está disponible en el canal Youtube del colectivo.

Pero, ¿cuál es esa liberación propia para mujeres heteros, cisgéneros, no-binaries y de las disidencias sexuales, que son encima racializadas por ser cholas y serranas? ¿Cómo se llega a ésta? La serie nos ofrece estampas de la vida cotidiana de una mujer feminista, en la soledad física en su casa en Huancayo. Son estampas de rabia, pero también de sanación. El primer capítulo abre con el sonido de las calles, de los ambulantes, de la radio que toca un huayno a los lejos. Nos introduce a los ritmos de un barrio que no se encuentra en el centro de la ciudad de Huancayo. Una mujer –NinaLu Hatunnina Sulla, la protagonista de la serie y también cantante de huayno y rap— aparece con el pañuelo verde feminista en la muñeca mientras prepara su mate de coca. Su voz fuera de la imagen nos transmite pensamientos sobre sí misma: “un día descubrí o me hicieron descubrir que mi color de piel no era bonito/ que debía silenciar mi Quechua porque daba vergüenza/ “¡Millahuypa sunqunllu! (da asco su corazón o el asco de su corazón)”. A la vergüenza por el color de la piel, Ninalu responde con rabia: “Reniego de esta humanidad dañina. Elijo no pertenecer”. En otro episodio (el tercero), la protagonista se mira en el espejo de su baño, después de trabajar su jardín y con sus manos manchadas de lodo, en donde se reconoce del color de la tierra. Dice: “No es carca, no es sucio”. Las palabras surgen para implosionar la aparente calma de la imagen y la apatía del encierro. Nos sitúan en el pensamiento político que surge del día a día en un momento pandémico donde cabe cuestionarlo todo, y en un ámbito tan recurrente en las narrativas feministas como es la casa. Aquí, sin embargo, la casa es el hogar colectivo de la Munay y no el espacio devaluado o “improductivo” del capitalismo. No es el espacio tampoco de la producción. En una entrevista, Geraldine señaló que la labor feminista de la Chola Contravisual se funda en crear y no en “producir”. Así, la labor creativa se opone a una visión explotativa de la labor que imprime su sello de culpa y sacrificio en el cuerpo de las mujeres. En “Mejor chola”, la Munay es el espacio del arte y la reconstitución de una misma. Es el espacio del goce también, porque de la rabia y la des-identificación se pasa -en un momento del primer capítulo- a la mirada punzante pero provocativa de Ninalu llamando a la complicidad sorora.

NinaLu, con sus palabras y miradas penetrantes, deconstruye el espejo ajeno para declararse: “Soy india, soy chola, soy serrana, soy del campo viviendo en la ciudad. Soy terca y rebelde. Soy feminista. Estoy en cuarentena, pero no silenciada, porque si no hablo, no existo”. “Si no hablo, no existo”, dice Ninalu, reinventando el viejo tropo cartesiano de “pienso luego existo”. Mientras que Descartes, el filósofo francés, ponía con esta frase la razón sobre el cuerpo, validando al “yo” singular masculino como dominador del mundo, “Si no hablo, no existo” es la acción feminista de tomar la palabra para nombrarse y pensar la realidad en lugar de dominio como ámbito de vínculos. El cuerpo, lejos de ser el espacio liberal de la casa sola y cerrada, es, como la Munay, el espacio de las conexiones. A lo largo de la serie, vemos a Ninalu hablando con su abuela (en una muy breve conversación telefónica), así como conectándose afectivamente con el quechua, sus muertos, los alimentos y con Freddycha, el perro de la Munay. A medida que los pensamientos de NinaLu avanzan hacia una reconstitución propia, vemos que el espacio también transita: la protagonista empieza la serie desde la casa comunitaria y termina en el campo, fuera de la ciudad. La escena final revela el gesto liberador que es sanar e intervenir en la memoria personal. De esa manera, este “feminismo de la acción” pasa de la vergüenza impuesta a la des-identificación, de la rabia como motor de ruptura con un sistema de invalidación, a la sanación. La sanación significa aquí la apertura para resolver las heridas causadas por el racismo, el clasismo, el machismo, la discriminación lingüística. Es el grito que abre las costuras, que no se ahoga en el sufrimiento.

Toda la serie se trata, entonces, de construir el propio espejo, como diría la feminista boliviana María Galindo. En eso reside la contravisualidad de las Cholas. Para el estudioso inglés Nicholas Mirzoeff, la visualidad, contrario a lo que se puede pensar, no se relaciona a las imágenes o los aparatos tecnológicos que las producen, sino al privilegio de construir imágenes sobre otrxs; imágenes que se normalizan mediante su repetición en distintas instancias públicas. Las miradas que generan los medios de comunicación, así como las películas comerciales bien “hechas” reproducen o son resultados de paradigmas de belleza y tecnologías que simulan y sobrepasan, con sus estereotipos, la realidad. Estas formas predominantes de ver generan lo que el pensador caribeño, Franz Fanon, llamó la “estética de respeto por el status quo”; es decir, un sentimiento de aceptación complaciente frente a lo que se percibe como “lo apropiado”, lo sentido como bello o estéticamente aceptable. Lo contravisual sería, entonces, la acción de crear puntos de fuga a este cerco de imágenes que ningunean, exotizan y crean a las mujeres cholas de disidencias sexuales como una alteridad inferior. Las Cholas Contravisuales con esta serie emprenden esta tarea colectiva de una contravisualidad en un contexto tan hostil como el peruano, en donde el machismo se propone incluso como gobierno, y en donde los feminismos son percibidos con el temor con que se percibe la llegada de algo nuevo. Eso nuevo es una forma de verse (y vernos) con primacía del goce y en función de una necesidad por sentir un arraigo desde lxs cuerpxs, los barrios, los contextos en términos propios y no alienantes u opresivos.

Esta propuesta lidia también con otros obstáculos, pero ya en términos de las políticas culturales de apoyo a la creación audiovisual que tienen el reto de generar mecanismos de financiación, exhibición y formación cinematográficas más descentralizados y sostenibles. Como muchos trabajadorxs audiovisuales y periodistas ya han reclamado por mucho tiempo, hacen falta acciones de largo plazo que garanticen una cinemateca, una escuela de cine al alcance de la gente, y que incorporen modos diversos de producción audiovisual. Estos son algunos aspectos básicos necesarios para fomentar un cine donde quepan muchas miradas, entre ellas, transformadoras y feministas.

Esperamos con ansias el primer largometraje del colectivo sobre la legendaria cantante folklórica huancaína, Flor Pucarina.

Ficha técnica

Realización colectiva: NinaLu, Gerita, Wen, Vecky, Ren y Lilith Producción: Chola Contravisual. Año: 2020