Opinión

Sembrar en Chuicuni, al lado de la mina

Por Carmen Ilizarbe Pizarro

Antropóloga y politóloga, profesora del Departamento de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

Sembrar en Chuicuni, al lado de la minaFoto: Miguel Gutiérrez

Hace pocos días tuvimos la oportunidad de participar en el ayni, las labores comunales basadas en el principio ancestral de reciprocidad andina, para la siembra de papa nativa en la comunidad de Chuicuni en el distrito de Challhuahuacho, Provincia de Cotabambas, Apurímac. La comunidad se ubica a 3,700 m.s.n.m. y su historia se remonta al siglo XVII, de acuerdo al relato de su actual Presidente, el Sr. David Huillca Puma. La comunidad convive con el proyecto minero Las Bambas desde el 2005, a pesar de haber manifestado inicialmente su desacuerdo, y deberá hacerlo por lo menos hasta el 2039. Entendían que habría muchos cambios acelerados para los que no se sentían preparados, y no querían participar en desventaja. Hoy, los cuatro sectores que componen la comunidad son visiblemente afectados en su territorio, la vida cotidiana, las actividades productivas y su propio futuro como comunidad. La dura realidad que enfrentan no es una rareza en la provincia.

Los cambios forzosos que la gran minería ha traído a la región se dejan notar en toda Cotabambas, una provincia con porcentajes superiores al 90% de concesión de tierras para la gran minería. La monetización de todo, la integración forzosa al mercado, el consumismo, el altísimo costo de vida y la desordenada explosión urbana de algunos pueblos como Challhuahuacho son sólo algunos de los cambios impuestos con los que deben lidiar. En la provincia que cultiva la mayor variedad de papa nativa, tan apreciada en las ferias orgánicas de Lima y Europa, las comunidades de altura siguen sembrando y exigiendo el respeto de sus derechos comunales y ciudadanos, ante la indiferencia de nuestra sociedad y las nefastas acciones de los distintos gobiernos de inspiración neoliberal que apuestan ciegamente por el extractivismo.

Entre marzo y setiembre de este año la comunidad de Chuicuni hizo noticia al participar de un paro en alianza con otras cinco comunidades del Distrito, en protesta por el incumplimiento de compromisos previamente asumidos (empleo local, respeto a las zonas agrícolas y ganaderas, apoyo técnico para la producción, entre otros), para exigir acciones contundetentes frente a la afectación de fuentes agua, la contaminación del aire y el territorio constatadas por la propia OEFA (Resolución N° 000123-2022-OEFA/DSEM), así como contra la criminalización de la protesta y sus líderes.

En un contexto tan duro como este, ¿cómo se desarrolla la siembra? La comunidad de Chuicuni cultiva, literalmente, al lado de la mina.

NS_20220712a Foto: Miguel Gutiérrez

A todo lo largo de la comunidad se ve el proyecto minero Las Bambas. En algunas partes el tajo directamente; en otras la chancadora que suelta el polvo que afecta animales, personas y la propia tierra; y en otras los relaves que forman inmensas piscinas cercadas por el paisaje lunar que va dejando la extracción del mineral.

NS_20220712b Foto: Carmen Ilizarbe

También están próximas y desprotegidas las chullpas que hacen parte del sitio arqueológico de Marcapuchungo, que data de 1420 y ha sido declarado monumento arqueológico intangible de acuerdo a la Ley General del Patrimonio Cultural de la Nación Nº 28296, Decreto Legislativo 635-ED. Aquí coexisten las ruinas de un pasado remoto, en el que habitaban los ancestros a quienes las y los comuneros de Chuicuni llaman “gentiles”, con las modernas ruinas que va dejando el extractivismo. El paisaje lunar se va extendiendo entre los Apus.

NS_20220712c Foto: Carmen Ilizarbe

Con todo, la siembra de papa nativa ha iniciado tarde este año, como seguramente en cientos de comunidades de altura del Perú, porque las lluvias se han retrasado. El año agrícola no pinta bien. Sin embargo, sin perder la esperanza ni el buen humor y luego de sesionar en asamblea y decidir la repartición de las tierras comunales, en faenas colectivas, comienza el ayni en la chacra asignada a la familia de Enrique y Asunta. El trabajo es verdaderamente colectivo, la autoridad principal, los mayores, los más jóvenes, las mujeres y los varones cada quien cumpliendo su rol, participan por igual. “Todos para uno y uno para todos” podría ser una frase que en las culturas marcadas por el individualismo permitiera acercarse a traducir el significado del trabajo colectivo que permite asistir a todos, y especialmente a quienes son más vulnerables.

En Chuicuni las costumbres ancestrales están vivas, y a mucho orgullo. Vistiendo sus mejores ropas, don Raúl Ccoropuna nos cuenta que así comienza también el arariwa, la responsabilidad que asume quien recibe la chacra de vigilar y cuidar que haya buena papa y buenas semillas. Es necesario proteger la siembra del chicchi o granizo, y serán responsables hasta la cosecha, en el mes de mayo. Precisamente para afirmar ese compromiso y pedir un buen año, antes de empezar la faena cantan las mujeres las wankas, y los varones celebran al final gritando “chiuuu”.

NS_20220712d Foto: Miguel Gutiérrez

Se comparten también chicha, coca, comida, risas, juegos y bromas. Estas tradiciones, registradas en los años 70 por los antropólogos Ricardo Valderrama y Carmen Escalante en la magnífica etnografía “Nosotros los Humanos. Ñuqanchik Runakuna. Testimonio de los quechuas del siglo XX”, publicada en Cusco en 1992 por el Centro de Estudios Regionales Bartolomé de las Casas, siguen vivas y son la fibra con la que se entretejen solidaridades, reciprocidades, y fortaleza colectiva.

NS_20220712e Foto: Miguel Gutiérrez

La tecnología utilizada también es ancestral. En un terreno escarpado como este sólo las chakitakllas hacen posible la agricultura. Demandan gran fortaleza y técnica, y se complementan con el paso rápido y preciso de las mujeres echando la semilla. Es impresionante la rapidez con la que se abren surcos, se echa la semilla y se sella la tierra, a casi 4000 metros de altura.

NS_20220712f Foto: Miguel Gutiérrez

Las comunidades originarias del Perú son nuestra despensa y son también el conocimiento sobreviviente de la depredación de sabiduría que la conquista implicó por más de 500 años. Las economías comuneras de esta región son diversificadas, al menos desde los años 70, si tomamos en cuenta la abudante bibliografía sobre la economías rurales en el Perú, y en el caso de Cotabambas la etnografía ya citada de Valderrama y Escalante. En esa diversificación económica se integran actividades como la agricultura, la ganadería, el tejido, el comercio, la migración estacional para el trabajo en diversas actividades por jornales que complementan los ingresos, incluyendo la minería, aunque difícilmente en sus localidades pues una política clara aunque silenciosa de los proyectos mineros es, contra lo que ofrecen los convenios, no contratar a personas de la zona.

La agricultura es, sin embargo, la actividad más importante para el sustento humano de ayer, hoy y mañana. Decían Valderrama y Escalante en 1992 que “[e]stas zonas se constituyen en un banco de germoplasma de papa natural. Con una gran variedad de papas nativas, adaptadas a la altura y de gran resistencia a las plagas y enfermedades, lo cual requiere de un tratamiento serio desde el punto de vista tecnológico y científico.” (p. XXII)

NS_20221207g Foto: Miguel Gutiérrez

¿Qué ha hecho el estado peruano desde entonces para proteger y reproducir esa diversidad, tecnificar la agricultura, y vincular respetuosa y creativamente a las comunidades originarias del país a los sucesivos proyectos de desarrollo nacional?

La tan mentada diversificación productiva no ha sido en nuestra historia republicana, menos aún en lo que va del siglo XXI, objetivo del Estado peruano. Por el contrario, el Estado mantiene tercamente una suicida vocación por la acumulación en base a actividades extractivas de materia prima, sin desarrollar capacidades industriales y con una dinámica centralista y anti-regional. En esta lógica política que ofrece ventajas y subsidios al capital internacional, al punto que el patrón de acumulación de ganancias en el Perú supera al patrón de ganancias en los Estados Unidos (véase al respecto el excelente informe de Germán Alarco, César Castillo y Favio Leiva, “Riqueza y desigualdad en el Perú. Visión Panorámica”, Lima: OXFAM, 2019, pp. 41-69), las corporaciones mineras no operan dentro de límites que les impidan dañar la agricultura, la ganadería, ni las poblaciones ancestrales y sus saberes. El proyecto estatal es tan monoproductivo y anti agrario hoy como hace 50 años. Quizás por eso, la minería en la región se resiste a ser moderna y usar tecnología de punta para minimizar al máximo posible la contaminación de las tierras, el agua, el aire, la gente y los animales. Han apostado por lo más rentable para ellos, es decir lo más barato, pero más desventajoso para las regiones. No habido cambios sustantivos en la matriz productiva nacional en las últimas décadas. Más aún, nuestra dependencia del extractivismo ha acentuado los ataques sobre la agricultura y la ganadería, las formas de producción más importantes para la vida humana.

¿Puede la minería articularse productiva y no destructivamente con la agricultura y la ganadería en los Andes peruanos? La respuesta a esta pregunta es urgente pues la minería es una actividad que usa ingentes cantidades de agua superficial de lagunas y ríos e incluso del agua subterránea que sale a la superficie por puquiales y manantes. Y es más urgente aún en el contexto del cambio climático que va aumentando la temperatura y las sequías y reduciendo las lluvias, sin descontar el hecho de que en este tiempo hemos de enfrentar nuevas pandemias, guerras y enfrentamientos por recursos básicos para la sobrevivencia humana que harán que la producción para el autoconsumo cobre mayor importancia frente a las importaciones.

Quizás un cambio de perspectiva, desde la compleja realidad que hoy enfrentan las comunidades originarias peruanas, como la comunidad de Chuicuni, nos permita desarrollar una agenda de trabajo adecuada a los retos de nuestro tiempo, que reclama respuestas y acciones urgentes.