Opinión

‘Salidicidios’: remedios para una crisis mal diagnosticada

Por Laura Arroyo Gárate

Comunicadora política. Directora del podcast “La batalla de las palabras”

‘Salidicidios’: remedios para una crisis mal diagnosticadaFoto: Reuters

Que vivimos una crisis es una obviedad. Que hay un gran despliegue de espacios para plantear -menor es el espacio para debatir- salidas a la crisis, también. Sin embargo, hay también una generalización sobre el tipo de crisis que atravesamos. Debido a esta generalización imprecisa, las preguntas sobre el carácter de la crisis (el diagnóstico) y, sobre todo, el enmarcado de la misma en un contexto histórico son aspectos que se pasan por alto cuando permitirían delinear con mayor precisión el tipo de crisis de la que estamos hablando(1). Si algo ha quedado claro, eso sí, es que durante el año y medio de Gobierno de Castillo se ha hegemonizado una idea de la crisis que vivimos y es necesario también problematizar esta hegemonía.

Ricardo Cuenca, entrevistado por Glatzer Tuesta para Ideeleradio, apuntaba sensatamente a algo clave de lo que se habla poco: ¿qué democracia construimos desde el 2001? A veces, da la impresión de que no estamos dispuestos a cuestionar nuestro propio proceso limitado e insuficiente en el camino democrático que construimos desde el fin de la dictadura fujimorista. Y este cuestionamiento además de válido es profundamente necesario cuando vemos, como hoy, que la crisis se agudiza. Ojo, se agudiza, no nace. Por otra parte, cuando hablamos de “crisis”, el sentido común que se ha ido planteando este año y medio desde todos los frentes del poder (incluido el político, pero sobre todo el mediático) es que la crisis es actual. Con suerte, algún espacio mediático sitúa el inicio de la crisis en 2016 y la incapacidad del fujimorismo de aceptar su derrota, pero ahí termina el contexto. De ahí que todas las “salidas a la crisis” planteadas dentro de este marco evadan un ejercicio previo que es importante hacer: ¿hemos vivido alguna vez en no-crisis?

La crisis sistémica se agudiza porque siempre ha estado latente. El retorno a la democracia fue un paso para quebrar la crisis y, sin embargo, la construcción de nuestra democracia no fue ni mucho menos inclusiva. Una democracia con desigualdad no lo es realmente(2) por más cifras macroeconómicas en azul que quieras publicitar. Una democracia que no garantiza derechos a las mayorías sociales y permite el predominio de capitales privados que lucran con los mismos, tampoco. Una democracia donde para construir un partido político tienes que realizar una labor titánica y millonaria que excluye en la práctica a determinados sujetos de la representación en un país es, cuando menos, limitada. Una democracia que impone una visión de desarrollo por sobre las múltiples visiones de bienestar de sus pueblos, no dialoga y por tanto no representa. Y podríamos seguir dando ejemplos. La pregunta, por tanto, no es sólo ¿cómo salimos de la crisis? Sino también, ¿por qué recién queremos salir hoy de ella? Y esta respuesta nos explica mejor el tipo de crisis que vivimos.

La razón por la que antes no era necesario pensar en salidas para la crisis, es porque no existía la noción de que estábamos en una. Y esto se debe a que los poderes no aceptaban que vivíamos en una crisis pues, esto es también una obviedad, los centros de poder en el Perú han vivido bastante bien con las limitaciones democráticas que mencionamos líneas arriba. Esto cambió y se acabó con la llegada de Pedro Castillo a la Presidencia y no porque Castillo haga nada ya que su programa de cambio y transformación se ha perdido en alguno de los cajones de Palacio de Gobierno, sino porque siempre se asumió que no era de los “suyos”, de quienes han ostentado siempre ese poder que fue incapaz hasta el año pasado de entender que ya vivíamos en crisis. Esa crisis que estaba lejos de San Isidro y La Molina, pero muy cerca de todas las otras Limas y ni qué decir fuera de la capital.

Es por ello que cuando pensamos en la crisis, de manera casi automática nos remontamos al hoy y la pensamos en coordenadas de presente y no de pasado, ni históricamente, ni mucho menos estructuralmente. Al entrar la crisis al debate público recién se la caracteriza como un mal originado por este periodo político, ya sea por el Gobierno, ya sea por el Congreso, ya sea por la oposición (que excede los escaños), etc. Y de este modo el diagnóstico se rompe.

Con esta introducción de fondo quiero hablar de la que parece ser la nueva salida a la crisis impulsada desde diversos sectores de la oposición -como siempre, con excelente prensa- en los últimos días: Dina Boluarte. Es normal, creo, que exista un interés por buscar actores y actrices que salgan de lo que consideramos el entrampamiento entre dos poderes. El problema está en que muchas veces en nombre de la estabilidad perdemos de vista el análisis de fondo y por tanto las consecuencias de ciertas salidas que antes son salidicidios. Van cuatro apuntes.

  1. Lo primero siempre es reconocer los apoyos que sostienen ciertas medidas y que generalmente son ignorados por “solucionólogos” que merecen el término y por analistas bienintencionados que pueden pasar esto por alto: así como el adelanto electoral no goza de apoyo popular (pese a algunas portadas tendenciosas), la carta Dina Boluarte no es considerada tampoco una salida por las mayorías que contarían con ella como presidenta si esta situación llega a ocurrir. No olvidemos que tal vez el principal bastión de Pedro Castillo es que, por las razones que sean (nos guste más o menos), cuenta no sólo con un 31% de aprobación, sino que llega a esta aprobación tras un crecimiento sostenido en los últimos meses. No se puede plantear “salidas” a la crisis desconociendo este hecho objetivo como, lamentablemente, se hace sistemáticamente desde diversos frentes.

  2. Hay quien ha señalado que la gran diferencia entre Vizcarra y Boluarte es el carisma y que, por tanto, ella lo tendría más difícil para consolidar un apoyo popular. A mi juicio, me preocupa más el punto uno ya que calificar el carisma de alguien resulta subjetivo y, por tanto, debatible. Sin embargo, lo que sí es un hecho, es que Boluarte parte de una desventaja mayor debido al menor nivel de conocimiento que se tiene de ella que el que se tenía de un ex gobernador regional como fue el caso de Vizcarra. Construir desde ahí un perfil y en un escenario tan fracturado como agresivo no sólo es una tarea difícil, sino imposible. Aquí tiene una tremenda debilidad. Ahora bien, alguien podría pensar que dada la crisis de representatividad ser menos conocida es incluso una ventaja. Tiene razón. Pero está eliminando otra variable fundamental en el análisis: la crisis sistémica que atravesamos se ha agudizado, este no es el escenario PPK-Vizcarra. ¿Por qué? Porque esta crisis ha delineado y podríamos decir que hasta ha solidificado dos espacios en disputa: las élites versus Pedro Castillo. ¿Cómo sería leída Boluarte en la Presidencia en este contexto? Como alguien que al sacar a Castillo y prestarse a ocupar su lugar es útil a las élites. Esa es su principal dificultad. Y no podemos sacarla del análisis.

  3. En este escenario el apoyo popular a Boluarte sería esquivo y muy precario. Pero vamos ahora al actor que está en frente: el Congreso. Hay quien plantea el análisis haciendo un paralelismo entre Vizcarra y Boluarte. Sin embargo, creo que la comparación más pertinente es la que debería hacerse entre el Congreso que vacó a Vizcarra y el Congreso golpista actual. ¿Podríamos decir que hablamos del mismo Congreso? Creo que no. Este Congreso es mucho más agresivo y no lo digo solo por el “matar o morir”, pero esa frase habla sola. ¿Acaso hemos olvidado que el Congreso anterior vacó a Vizcarra cuando su aprobación era altísima? La estrategia delineada entonces fue la misma: sacar a uno primero, sacar al otro después, ponernos nosotros. ¿Qué ha cambiado entre ese Congreso y este? Que el actual Congreso es todavía más golpista aritmética y políticamente. Pensemos además que Perú Libre no estaría dispuesto a aceptar a Dina Boluarte como Presidenta tras sus propios quiebres internos. Hablamos de dos Congresos, entonces, que no sólo cuentan con la misma estrategia, sino que en este caso, la ha hecho concreta desde el 28 de julio de 2021, ni esperaron una semana. ¿Este será el Congreso que permitirá gobernar a Boluarte? Cuidado.

  4. Es verdad que el Congreso ha dado antesayer señas de querer conciliar con Dina Boluarte al archivar en subcomisión la denuncia contra la vicepresidenta. No es casual que esta acción ocurra la misma semana en que se votará la tercera vacancia presidencial que no cuenta aún con los votos para prosperar. Es evidente que para parte de la oposición congresal Dina Boluarte es un “mal menor” con respecto a Pedro Castillo. Pero, ojo: no es un “mal menor” general, es un “mal menor” temporal. Si bien puede haber un sector de congresistas y de analistas que hemos oído estos días en todas las vitrinas mediáticas considerando deseable ver a Dina Boluarte al mando liderando una transición que lleve a un adelanto electoral, es evidente que para el ala golpista del Congreso esto no es así. Para ellos, Dina Boluarte es la mejor forma de abrir por fin el candado que sigue cerrado por el empate entre dos poderes del Estado. Y no lo digo yo, lo dicen ellos mismos.

Y esta es una cuestión clave: Dina Boluarte acabaría con el dique de contención actual contra este Congreso que sigue siendo el Gobierno de Castillo ya sea por las formas, discursos o incluso ciertas estrategias que no dejan de ser sólo performativas, pero que le permiten sostener un empate entre poderes. Ese 31% de aprobación lo evidencia. Dina Boluarte pondría fin al empate y eso, lo sabemos, supone que un equipo gana. No hace falta que diga quién gana si pita el árbitro.

Lo que alarma más, sin embargo, es detectar cierta miopía en quien cree que este Congreso golpista de hoy dejará de serlo mañana por Dina Boluarte. Creo que es evidente que ella supone un primer paso en la ofensiva que el Congreso lleva protagonizando desde julio de 2021: fraude falso, peticiones de vacancia, peticiones de adelanto electoral sin ninguna reforma política que cambie al menos el elenco electoral, cambio constitucional sin consulta popular, reducción de los votos requeridos para suspender hasta por 36 meses a un Presidente (esto es de vergüenza) y hoy, Dina Boluarte.

En un Congreso en clave “matar o morir”, Boluarte podrá respirar por el archivo de su denuncia hoy, pero no podrá hacerlo mañana. Se encontrará acorralada por un Congreso que habrá logrado su objetivo: una presidente elegida por ellos y, por tanto, para ellos. Sin el apoyo popular que sostiene cierto empate actual, ella estará hipotecada políticamente. Amordazada. Amenazada.

Y es verdad que Boluarte gozaría, y de manera justa, con toda la legitimidad institucional y legal de ser la que sucede a Pedro Castillo si se le saca del cargo. Pero en el Perú de hoy la legitimidad institucional es igual a CERO. Eso es parte de la crisis. Que me disculpen los colegas periodistas, pero hablar de legitimidad institucional es como hablar de la legitimidad del poder mediático. De hecho, ya estamos viendo la insistencia de la gran prensa por enarbolar la carta de Dina Boluarte como alternativa y, al hacerlo, lo que logran es debilitar su figura y restarle legitimidad. Pueden lograr, eso sí y lo vemos, instalar el ruido como dinámica coyuntural en el país, pero no son capaces ya de hegemonizar sus posturas políticas porque hay una disputa abierta producto de la crisis. Por ello, mientras más quieren endosarle legitimidad, más se la restan. Paradojas de una crisis que, evidentemente, no es solo política, es sistémica.

Ojalá la realidad fuera distinta y contáramos con un Congreso con otras correlaciones de fuerza y con un Gobierno decente que cumpliera lo prometido en campaña y no estuviera embarrado hasta el cuello con sospechas de corrupción siguiendo la ruta de todos los gobiernos anteriores -no hay ni originalidad en este caso-. Pero la realidad no es así y, por lo mismo, nos corresponde pensar en el tipo de “estabilidad” que dicen que alcanzaríamos hoy con una vacancia presidencial y con Dina Boluarte asumiendo la Presidencia. Primero que nada, porque hablar de estabilidad en un contexto de crisis sistémica es mentir. No hay estabilidad posible. Y, en segundo lugar, porque es evidente que Boluarte no puede ser ni mucho menos el dique de contención que sigue siendo necesario contra un Congreso golpista y mafioso. Pero, sobre todo, por aquello con lo que iniciaba este artículo. La crisis sistémica no es de hoy ni empezó en julio. Se agudiza hoy y se seguirá agudizando, me temo, si para empezar no diagnosticamos correctamente el tipo de crisis que atravesamos. Una crisis de la que este Congreso y el Gobierno de Castillo son hijos, no padres. Una crisis de la que no saldremos en el corto plazo por más medidas pequeñitas y limitadas que se propongan si no incluyen un gran encuentro social de actores que no puede circunscribirse a quienes han tenido siempre algo de voz cantante en el escenario político.

No es un escenario auspicioso ni mucho menos feliz el del empate mediocre y precario. Pero me parece más honesto que encender una mecha que nos lleve a cambiar mediocre y precario por violencia y conflicto. Es más necesario que nunca poner las luces largas del carro para poder ver más allá del día de mañana y del titular del momento. Hemos vivido ya el 14 de noviembre, ya hemos perdido a Inti y Bryan. Aprender a veces es entender que la realidad puede traer solo malas noticias. Y aceptarlo para a partir de ahí construir con mucha paciencia.


(1) Méndez, C. ¿Cómo llegamos a esto? La República. Agosto. https://larepublica.pe/opinion/2022/08/28/como-llegamos-a-esto-por-cecilia-mendez/

(2) La batalla de las palabras. Temporada 1. Episodio 3. DEMOCRACIA.https://open.spotify.com/episode/6RFUNI3v5W3K1qwtqxJtEO?si=RZzM0t2ARUa5TaUYKzlH-g