Opinión

¿Reescribir la historia del rock nacional?

Por Fernando Pinzás

Músico, investigador musical y periodista

¿Reescribir la historia del rock nacional?Foto ©Publicación “Wanka Rock"

La historia del rock peruano se ha venido escribiendo (dentro de lo poco que se ha escrito) básicamente desde Lima. Una académica feminista iría más allá: desde hombres limeños, excluyendo a las mujeres o, no cuestionando las causas de su poca participación. Ahondar en el centralismo y la discriminación excede los límites de este artículo. Bastaría recordar un incidente lamentable que grafica como el racismo bloqueó la consolidación de una gran escena rockera verdaderamente peruana y no solamente limeña.

A inicios de los años 70, Los Datsuns de Huancayo habían llegado decididos a conquistar la capital para grabar un nuevo disco y dar varios conciertos y presentaciones en televisión. Fue en el set de un programa, recuerda el músico Octavio Cartagena, que el conductor, el desaparecido Nacho Cané Pardo, les preguntó de qué barrio de Lima eran. Cuando respondieron que venían de Huancayo, el presentador “saltó hacia atrás”. “‘Cuidado con las pulgas’, nos dijo. ‘¿Y dónde está tu chullo? ¿Dónde están tus ojotas?’ nos preguntó. Hasta ese extremo, imagínate la fobia que nos tenían. Por eso que el grupo no ha sonado muy bien en Lima, por esa limitación que nos han hecho siempre”, recuerda el músico wanka.

La anécdota, relatada al investigador musical Arturo Vigil, es recopilada en “Wanka Rock: Primera historia del rock en Huancayo (1962 – 1979)” del prolífico escritor Francisco León, que ha sido reeditado a inicios de este año. Se trata de un trabajo notable y que marca tendencia por ser un primer intento en estudiar escenas rockeras fuera de Lima. Aunque padece de limitaciones metodológicas, “Wanka Rock” es base para futuras investigaciones más amplias sobre el rock en el Valle del Mantaro. Al igual que en Lima, en Huancayo la cultura del rock llegó a través de los cines y se manifestó con matices propios, con sus matinales, presentaciones en fiestas patronales y hasta un Woodstock wanka organizado en el Colegio Santa Isabel. Y por supuesto, con sus bandas.

El autor recopila 37 grupos y 2 solistas. Muchos de ellos no pudieron grabar y solo dejan algunas imágenes y recuerdos sicodélicos. Los más recordados, son además de los Datsuns, La V Rebelión, cuyo vocalista César “Cuto” Candiotti fue todo un visionario. Tan solo busquen en Youtube su tema Salcabamba, una proyectada fusión de santiago y jazz grabada con el grupo Tercera Oficina a inicios de los años 80.

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Una investigación de este tipo es necesaria en un país que sufre de mnemofobia. Lamentablemente, la cobertura dada a este libro ha sido nula. Si en este país se lee poco, menos aún se lee de música. Las librerías y la golpeada industria editorial tienen otras prioridades como los libros de autoayuda y la crónica de candidatos. De hecho “Wanka Rock” es editado por el propio autor. Y es que a veces tocar puertas es perder el tiempo.

No es el único libro publicado este año que aborda al rocanrol desde un enfoque disidente, regional. En Ica, el docente y escritor César Panduro ha sorprendido con “La ruta del adiós: memorias del rock subterráneo iqueño (1998 – 2002)”. Sí, el rock subte no fue un fenómeno que se limitó a Lima. Las grandes ciudades del Perú han tenido sus propias narrativas punk y metal, es decir, sus propias escenas underground, con sus propios acontecimientos fundacionales, bandas, fanzines, maquetas, personajes, leyendas. El libro de Panduro no es una historia sino las memorias de quien ha sido protagonista de una movida contracultural, incomprendida, minoritaria y apasionada. Vista de lejos, para algunos puede parecer “causa perdida”. Pero para quienes la vivieron, estos movimientos marcan una ética cuya huella no desaparece incluso cuando se alejan para “integrarse al sistema”.

En esa misma línea está “El camino de Rebeldía. Su paso por la escena metal y punk del altiplano peruano”. Su autor, Joel Pacheco Curie, integró la banda puneña Rebeldía y relata acá la evolución del punk y del metal en esa región.

La selva no es ajena a la difusión y apropiación del rock. James Matos, investigador en temas de cultura amazónica ha escrito dos interesantes artículos biográficos para “Cielo Rock – Una visita al panteón del rock peruano”, libro presentado a inicios de este 2021 por Contracultura. El primero es sobre Tony Marin, recordado intérprete nacido en Iquitos, que en los 60s lideró la notable banda Los Teddys. En su único LP, “Doce Psicoéxitos”, recientemente reeditado por la española Munster Records, hay versiones de la stoniana Jumpin’ Jack Flash y de Hello, I Love You de The Doors, con ese saborcito tropical, además de composiciones propias. Marin luego destacó como intérprete de baladas y bajo el nombre Tony Marin y los Tierra Roja incursionó en la cumbia, ya en los 70s. Su versión de The House of the Rising Sun de The Animals es desgarradora. Otro síntoma de rock amazónico vino de “Chocho” Alván, también explorado por James Matos. Iquiteño como Tony Marin, el músico integró Los Zheros, grupo de cumbia cuyo tema Cuarto Oscuro siempre se incluye en antologías de rock peruano de los años 60. El legado de Alván permanece en sus hijos José “Chochito” y Bettina Alván, miembros de los famosísimos Explosión de Iquitos.
También en el libro Cielo Rock se incluye un artículo de Cocó Herrera, incansable investigador y difusor del rock en Arequipa. Ahí se destaca la figura del dibujante y músico Alfredo Villavicencio, exvocalista de los grupos Opus y Catedral de Humo.

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¿Por qué son tan desconocidas estas historias? Entender las tradiciones rockeras fuera de Lima es también entender al país. Escribir la historia del rock peruano no es solo relatar a los artistas más exitosos sino también entender la cotidianidad de esta música, que para muchos es un estilo de vida. Cada uno de estos libros e investigaciones nos demuestran que este género, si bien de origen foráneo, ha podido absorberse con dinámicas distintas al contexto de cada ciudad, a veces viendo a Lima pero también desarrollando un espíritu propio.
Que estos primeros esfuerzos se publiquen en el año de este Bicentenario son una señal. Y qué mejor manera de luchar contra el centralismo y la discriminación que con buena música