Opinión

Recordemos el año 1990: cómo surgió Fujimori en la segunda vuelta

Por Nicanor Domínguez

Historiador

Recordemos el año 1990: cómo surgió Fujimori en la segunda vuelta

El candidato derrotado en 1990, el escritor Mario Vargas Llosa, compuso un libro de memorias sobre la campaña electoral, que terminó de escribir en febrero de 1993. Es su evaluación sobre aquella intensa experiencia política. El libro tiene la ventaja de haber sido escrito al poco tiempo de los sucesos que narra, cuando aún no se conocían a cabalidad los detalles ocultos detrás de varios de los participantes. El novelista nos ofrece, por tanto, una perspectiva “vivencial” del proceso histórico experimentado. Los “descubrimientos” ocurridos durante la campaña para la segunda vuelta son de gran interés. De éstas memorias, tituladas ‘El pez en el agua’ (Lima: Santillana, 2010), provienen los siguientes párrafos.

“A eso de la una [de la tarde del día de la elección, 8 de abril de 1990] subieron a verme [en el hotel Sheraton] Mark [Malloch Brown, de la consultora norteamericana “Sawyer Miller Group”], [mi primo] Lucho [Llosa] y [mi hijo] Álvaro con la primera proyección: yo raspaba el 40 por ciento y Fujimori el 25 por ciento. El dark horse confirmaba su notable implantación en todo el país. Mark me explicó que la tendencia era a que yo siguiera creciendo, pero, viendo su cara, supe que me mentía. Si esas cifras se confirmaban, el electorado no me había dado el mandato [o apoyo suficiente para ganar en primera vuelta] y habría una mayoría parlamentaria hostil a nuestro programa” (pp.494-495).

“[…] a las dos y media de la tarde me alcanzaron una segunda y más completa proyección nacional. De inmediato, advertí la catástrofe: había perdido tres puntos --estaba en 36 por ciento--, Fujimori mantenía su 25 por ciento, el APRA bordeaba el 20 por ciento y las dos izquierdas, juntas, el 10 por ciento. No se necesitaban dotes de adivino para leer el porvenir: habría una segunda vuelta en la que apristas, socialistas y comunistas volcarían en bloque sus votos a favor de Fujimori, dándole una victoria cómoda” (p.495).

“Cuando abrí de manera oficial la segunda vuelta, el 28 de abril, con un mensaje por televisión titulado «De nuevo en campaña», llevaba dos semanas de intenso trabajo, recorriendo los distritos marginales de Lima. En aquel mensaje prometí que haría «lo imposible para llegar no solo a la inteligencia sino también al corazón de los peruanos»” (p.543).

“A muchos dirigentes del Frente y amigos de Libertad, la nueva estrategia, más humilde y popular, menos ideológica y polémica, les pareció una oportuna rectificación, y pensaron que de este modo recuperaríamos el electorado perdido, aquel que había votado por Fujimori. Pues nadie se hacía ilusiones sobre el voto aprista o el de las variantes socialista y comunista. También nos alentaba el cada vez más decidido apoyo de la Iglesia. ¿No era el Perú un país católico hasta la médula?” (p.544).

“Si la guerra electoral había sido sucia en la primera vuelta, ahora fue inmunda. Gracias a informaciones espontáneas que nos llegaban de distintas fuentes, y a averiguaciones hechas por la propia gente del Frente Democrático o por los periodistas y medios que apoyaban mi candidatura, como los diarios Expreso, El Comercio, Ojo, el Canal 4, la revista Oiga y, sobre todo, el programa televisivo de César Hildebrandt, En Persona, el misterio en torno al ingeniero Fujimori comenzaba a disiparse. Surgía una realidad bastante diferente de esa, mitológica, con que lo habían revestido los medios de comunicación controlados por el APRA y la izquierda. Por lo pronto, el candidato de los pobres no era nada pobre y disfrutaba de un patrimonio considerablemente más sólido que el mío, a juzgar por las decenas de casas y edificios que poseía, había comprado, vendido y revendido, en los últimos años, en distintos barrios de Lima, subvaluando sus precios en el registro de la propiedad para reducir el pago de impuestos, como mostró el diputado independiente Fernando Olivera, quien había hecho de la lucha por la moralización el caballo de batalla de toda su gestión y quien con este motivo presentó una denuncia penal contra el candidato de Cambio 90 ante la 32.a Fiscalía por «delito de defraudación tributaria y contra la fe pública», que, naturalmente, no prosperó” (p.561).

“De otro lado, se descubrió que Fujimori era propietario de un fundo agrícola de doce hectáreas --Pampa Bonita--, que le había cedido gratis el gobierno aprista, en unas tierras privilegiadas, las de Sayán, en las cercanías norteñas de Lima, esgrimiendo, para justificar aquella cesión, un dispositivo de la Ley de Reforma Agraria sobre el reparto gratuito de tierras ¡a los campesinos pobres! No era este su único vínculo con el gobierno aprista. Fujimori había tenido, durante un año, un programa semanal, en el canal del Estado, concedido por órdenes del presidente García; presidido una comisión gubernamental sobre temas ecológicos; asesorado al candidato aprista en la campaña de 1985 sobre el tema agrario, y el APRA había utilizado a menudo sus servicios para distintas funciones. (Por ejemplo, el presidente García lo envió como delegado del gobierno a una convención regional en el departamento de San Martín.) Si no militante aprista, el ingeniero Fujimori había recibido encomiendas y privilegios del gobierno aprista solo concebibles en alguien de confianza. Sus alegatos en contra de los partidos tradicionales y su empeño en presentarse como alguien impoluto en los trajines políticos era una pose electoral” (pp.561-562).

“Todo esto salía en la prensa afín a nosotros, pero quien batió el récord de las revelaciones fue César Hildebrandt, en su programa En persona, de los domingos. Magnífico periodista, sabueso tenaz, investigador acucioso e incansable […]. Aunque amigo y bastante próximo a algunos sectores de la izquierda, a los que siempre dio tribuna en sus programas, Hildebrandt mostró a lo largo de la campaña de la primera vuelta una clara simpatía por mi candidatura, sin que ello le impidiera, desde luego, criticarnos a mí y a mis colaboradores cuando lo creía necesario” (pp.562-563).

“Pero, en la segunda vuelta, Hildebrandt asumió como un deber moral hacer cuanto estuviera a su alcance para impedir lo que él llamaba el salto al vacío, pues le parecía que un triunfo de alguien que a la improvisación aliaba la picardía y la falta de escrúpulos, podía ser como el puntillazo para un país al que la política de los últimos años había dejado en ruinas y más dividido y violento que nunca en su historia. En persona multiplicó cada domingo los testimonios y las denuncias más severas sobre los negocios personales --limpios o dudosos-- de Fujimori, sus vínculos encubiertos con Alan García y el carácter autoritario y manipulador de que había dado muestras durante su gestión, en el rectorado de la Universidad Nacional Agraria de La Molina. Muchos colegas de Fujimori en este centro de estudios se movilizaron, también, temerosos de que fuera elegido. Dos delegaciones de profesores y empleados de la Universidad Agraria vinieron a verme (el 19 de mayo y el 4 de junio) en acto público de apoyo, encabezados por el nuevo rector, Alfonso Flores Mere […], y, en esos encuentros, los profesores molineros abundaron en razones que algunos de ellos hicieron públicas en el programa de Hildebrandt sobre los riesgos en los que podía incurrir el país, llevando a la presidencia a alguien que, como rector de esa universidad, había mostrado un temperamento autoritario” (p.563).

“¿Se desencantarían de Fujimori con esta campaña de revelaciones esos peruanos humildes, que, en la primera vuelta, habían votado por él identificándose con su imagen de persona independiente, pobre, pura y racialmente discriminada, David que se enfrentaba al Goliat de los millonarios y blancos prepotentes?” (pp.563-564).

“Aparte de las noticias diarias de asesinatos de activistas del Frente en distintos lugares del país, que rodeaban la segunda vuelta de sobresalto, el gobierno, a fin de contrarrestar las denuncias sobre las propiedades y los negocios de Fujimori, había reflotado su propia campaña por supuestas evasiones mías de impuestos, a través del director de la oficina de contribuciones del momento, el diligente general de división Jorge Torres Aciego (al que Fujimori premiaría más tarde por sus servicios nombrándolo ministro de Defensa y después embajador en Israel), quien seguía enviando diariamente a sus funcionarios con fantásticas acotaciones a mis declaraciones juradas de los años anteriores, en medio de una espectacular publicidad. La proliferación de volantes por las calles de Lima y provincias con las más esperpénticas denuncias era inconmensurable, y a [mi hijo] Álvaro [como vocero de la campaña] le resultaba imposible darse tiempo para desmentir todos los infundios, e incluso, para leer aquellas decenas o centenas de hojas y panfletos lanzados en la campaña de intoxicación de la opinión pública por Hugo Otero, Guillermo Thorndike y demás amanuenses publicitarios de Alan García, que, en esas últimas semanas, batieron todas las marcas en la fabricación de mierda impresa” (p.567).

Esta historia continuará...