Opinión

¿Qué estamos aprendiendo con la pandemia del Covid-19?

Por Carlos Flores Lizana

Antropólogo y Profesor

¿Qué estamos aprendiendo con la pandemia del Covid-19?Foto © Luisenrrique Becerra | Noticias SER

El presente artículo lo escribo en medio de la cuarentena obligada, pero necesaria para contener el avance de este virus mortífero y desconcertante que nos amenaza cada día. Mi deseo es ayudar a sacar provecho de esta experiencia inédita que nos ha tocado vivir como país y como planeta, con más de un millón de infectados en este momento. Todos estamos afectados, sobre todo los más pobres ya que enfrentar esta reclusión domestica forzosa, no es lo mismo en una casa de la Planicie o Las Casuarinas, que desde algunos barrios de Villa el Salvador y otros semejantes, donde no hay agua ni desagüe y donde sobre todo se vive al día, es decir que si no junto diez soles no habrá que comer en la casa. Pero más allá de esta primera comprobación dolorosa e injusta creo que estos días con las noticias y los anuncios del presidente Vizcarra cada mediodía, estamos comprobando varias cosas que como en un espejo mágico nos están mostrando qué clase de ciudad y de país somos.

Lo que más me hace pensar es que hay miles de familias que no tienen agua ni desagüe y que sobreviven en medio de arenales o pedregales secos, con ingresos que no cubren ni la comida ni el vestido de los niños. Los índices de desnutrición en los niños de cero a cinco años lo dicen todo. Además, Lima es la ciudad con más enfermos de TBC pulmonar de América Latina y los resistentes a este mal son cientos. La prensa que -muy útil en estos tiempos-e parece no conocer esta realidad, muchos de los conductores de radio y tv cuando opinan o preguntan muestran desconocimiento y hasta cinismo frente a lo que viven –hoy- los pobres. Por ello, debemos aprender a escuchar y ver las noticias, con ojos y oídos críticos. Por otro lado, no es sólo ignorancia, muchas veces es intencional la manera de dar, seleccionar e interpretar los hechos periodísticos. Hay muchos interesados en que no se sepa lo que pasa, y lo que esta realidad clamorosamente injusta exige, que es un cambio real, sobre todo a la clase política y empresarial.

El otro fenómeno que se ha manifestado como un monstruo real, es el abandono de la salud pública del país y de quienes laboran en dicho sector. Sobre todo las enfermeras, técnicos, y empleados que laboran en el sistema. No tanto los médicos, ya que muchos de ellos trabajan en dos o tres lugares y usan el sistema público para “jalar a sus consultorios o clínicas privadas” a muchos pacientes. La pandemia me da la impresión que está obligando al Estado, a invertir a la fuerza en este sector, que está tan olvidado como la educación. En esta lucha se los ha visto ser “la primera línea de defensa de la ciudad amenazada” y nos hace tomar conciencia sobre el valor de las profesiones donde se cuida a las personas. Varias veces lo ha manifestado el presidente y otros miembros del gobierno. Las alabanzas y muestras de gratitud se han extendido a los policías, a los miembros de las fuerzas armadas, a los trabajadores de limpieza, los choferes de los buses de todo tipo de transporte y camiones que aseguran que no nos falten los alimentos, etc. A nivel social y más popular, los aplausos de cada noche a las ocho para agradecer a los trabajadoras de salud, policías, bomberos, empleados de las farmacias, etc, son una expresión de nuestra gratitud.

Con estos datos creo que la enseñanza está clara, la vida, la salud, la seguridad, los alimentos, las medicinas son más importantes que otras tonterías como la guerra, los parques, el futbol, y otras “cosas” semejantes, etc.

Otro tema un poco más profundo, en términos de experiencia humana vital, es que esta pandemia nos está obligando a hacer, es mirar a nuestra familia y su realidad compleja pero siempre enriquecedora. Nos ha obligado a estar juntos horas de horas, a comunicarnos más, a valorar y cuidar a los más débiles entre los nuestros. Me refiero al miedo por ejemplo que nos da de exponer a alguno de nuestros hijos para que salga de la casa a comprar o conseguir lo que todos necesitamos. Nos ha obligado a estar solos y a pensar en la posibilidad de enfermarnos y de morir, porque como dicen nuestros mayores “nadie tiene la vida comprada”, “hoy estamos, mañana quien sabe”, etc. Todos nos sentimos vulnerables, inermes, indefensos ante un virus minúsculo pero mortífero. Nos ha dado la posibilidad de dar lo mejor de nosotros ya que más allá de ser limitados y tremendamente egoístas algunas veces, también somos capaces de renunciar a nuestros derechos en favor de nuestros hijos, esposa, amigos, vecinos o desconocidos en el momento que nos lo pidan o veamos que lo necesitan.

Hablando de egoístas tenemos a los comerciantes que se aprovechan de la situación y acaparan para especular después, los que no hacen caso y salen como siempre sacándole la vuelta a las normas, mezcla de ignorancia y falta de autoestima, a los empresarios y banqueros que están callados esperando como proteger solo sus intereses, etc.

Personalmente soy creyente en Jesús de Nazaret, y eso nos está ayudando en casa, ya que cada día oramos, agradeciendo lo que podemos comer cada día, hacer muchas cosas en casa, contar con una esposa, estar sano física y mentalmente (aunque en estas situaciones nuestras “rayas” se empiezan a mostrar con mayor intensidad), contar con familiares, amigos y amigas, vecinos, tener medios de comunicación como el internet y los celulares, radio, televisión, libros que leer, nuevos proyectos que llevar adelante – en mi cado libros-, en fin tantas cosas por las que estar agradecidos. Creo que la esencialidad del mensaje cristiano que dice San Juan, creer en Jesús y amarnos unos a otros, se muestra esencial para vivir la fe en muchas iglesias que necesitan precisamente volver a lo esencial.

Otra gran lección nos viene de la naturaleza que nos está agradeciendo el descanso que le estamos dando. No solo en nuestra ciudad como tal, sino en el mar, el aire, los suelos, el ruido, la creación de basura, el comer más sano, hacer ejercicios físicos que nos posibilita el tener tiempo y días de descanso obligado. Este descanso a la Madre Naturaleza o Pachamama, para los que como yo, somos de tradición quechua, es tan reconfortante que a nivel planetario la capa de ozono se esté cerrando y recuperando significativamente. Los delfines han regresado a nuestras playas y los canales de Venecia se han limpiado, los osos a Madrid, los patos silvestres a las fuentes de Roma, etc. Esta capacidad de parar esta máquina alocada que parece nuestra sociedad posmoderna, industrial, consumista y altamente robotizada, nos muestra que sí podemos hacerla detener para respetar mejor el ciclo natural de su conservación y renovación cíclica. Vemos que podemos gobernar mejor nuestro mundo explotador y ambicioso de poder y ganancia, que nos está llevando a destruir sin compasión la única casa que tenemos. Vemos que podemos diseñar otra manera de vivir, consumir, usar y administrar lo que tenemos y transformamos. Los jesuitas están apuntando a construir una economía social y solidaria, como esperanza real para lo que se viene pasada esta crisis.,

Para terminar, creo que un gran favor que nos está haciendo esta situación de inamovilidad social es que la delincuencia casi ha llegado a cero, y esto nos debe llevar a pensar cómo cuando se quiere lograr un objetivo es posible lograrlo. Un flagelo, tan doloroso y destructivo como el sicariato, el robo, el narcotráfico, la prostitución, el tráfico y explotación sexual de niños y adolescentes, en fin tantas cosas que destruyen la convivencia y la vida de las personas. En estos días pienso que las mujeres tienen que cuidarse para evitar embarazos no deseados, producto del enclaustramiento, y también en el riesgo de que aumente la violencia sexual contra los niños y adolescentes, ya que la pobreza, la ignorancia y la insatisfacción son malos componentes para vivir estos días de cuarentena.