Opinión

Por qué 1 + 2 no es 3: la victoria de Pedro Castillo

Por Daniel Salas
Por qué 1 + 2 no es 3: la victoria de Pedro CastilloFoto: Semana Económica

Hace unos días, un amigo y contacto en Facebook que suele intercambiar sus opiniones sobre la situación política actual se mostraba preocupado por la posible elección de Pedro Castillo. Yo le respondí que no se preocupara, ya que, para mí, era fijo que ganaba Keiko Fujimori.

Mi apuesta se basaba en un simple ejercicio aritmético: si sumas todos los votos de la derecha como votos en favor de Keiko Fujimori y suponiendo que todos los votos de Juntos por el Perú se decantarían hacia Perú Libre, las sumas no le daban a Castillo la posibilidad de ganar. Para más información, mi apuesta consistía en un buen cebiche en un buen lugar. Mi amigo aceptó la apuesta y, aunque todavía falta un poco más de un mes para la segunda vuelta, tengo que suponer desde ya que perdí, es decir, que Pedro Castillo va a ganar de todas maneras a menos que caiga un meteorito sobre la Tierra.

¿Cuál fue mi error? No tomar en cuenta lo que enseña la economía conductual que, a diferencia de la economía clásica, considera los factores psicológicos y sociopsicológicos que inclinan a los actores a cierto tipo de acción. Para mayor vergüenza mía, es un tópico que discuto en una de mis clases. Es decir, es un conocimiento científico que, a pesar de conocerlo, no lo apliqué.

Hay un muy ilustrativo coescrito por Dan Ariely en el que, mediante varios experimentos, se demuestra el valor del cero. En muchos casos, las personas prefieren cero (nada) a uno o a dos. El factor que irrumpe en la lógica aritmética normalmente es el sentido de justicia. Si yo percibo que voy a ganar 1 a cambio de que tú ganes 10, voy a tender a preferir no ganar nada porque consideraré que tu ganancia es excesivamente superior a la mía. Bajo esa racionalidad, que incluye el factor de justicia, cero es mejor y mayor que 1.

De manera que la famosa frase “hay sumas que restan” no es un simple adagio. Contiene una teoría que la respalda. Se puede decir que la invisibilidad de Castillo es la invisibilidad del cero.

Una vez que Castillo queda primero por un margen significativo frente a Fujimori, el principio de justicia se activó y la aritmética dejó de ser relevante. ¿Por qué?

A diferencia de Pedro Castillo, que es un personaje nuevo en la escena política nacional (pero no regional), Keiko Fujimori ha tenido demasiado tiempo de exposición política y ha jugado todas las combinaciones posibles de sus cartas: la primera vez, mostrándose como la candidata que continuaría la obra de su padre y reclamando su libertad, ante un proceso que las masas fujimoristas consideraron injusto; la segunda vez, expresando lo contrario, es decir, firmando una carta de compromiso por la democracia, los derechos humanos y prometiendo no indultar a su padre; la tercera vez, es decir, en estas elecciones, tratando de recuperar el capital político de su padre y prometiendo que lo indultaría (habiendo calculado que en su segunda oportunidad un número de fujimoristas consideró una traición el haber prometido lo contrario). A esto hay que añadir lo obvio: la actuación obstruccionista de su bancada que puso a la democracia peruana en jaque.

Castillo en cambio tiene más posibilidades de jugar con lo que ha ganado. Y aunque no está claro qué movidas hará, es decir, en qué orden mostrará el capital político obtenido, es percibido como un jugador más abierto que su contrincante. Por ahora, la gran mayoría de promesas son inviables por dos restricciones, la primera más visible que la segunda. Es decir, por un lado, las limitaciones constitucionales, que ya han sido expresadas por varios expertos. Por otro lado, y no menos importante, las limitaciones de recursos: no hay dinero para llevar a cabo mucho de lo que promete. Por ejemplo, es imposible destinar el 10% del PBI a la educación y otro 10% a la salud, por más impresionantes y deseables que sean dichas metas. Las primeras podrían ser resueltas de manera violenta, pero con un alto costo en conflictos sociales e incluso un golpe de Estado (legitimado por el hecho de que violar la Constitución es ya un golpe de Estado). Las segundas no van a poder ser resueltas y provocarán la emergencia de ciudadanos frustrados y desengañados que protestarán contra el gobierno que eligieron de buena fe.

Ahora bien, las promesas, como sabemos, no valen en principio por su veracidad sino por su impacto emocional y el capital social de quien promete. A estas alturas, el capital social de Keiko Fujimori es casi cero, porque ya ha sido gastado, es decir, nadie le cree; mientras que el capital social de Castillo es muy superior por la sencilla razón de que no lo ha gastado. Este impacto emocional no estuvo presente en mi simple y burdo cálculo aritmético. Malentendí qué era el voto conservador en el Perú y soslayé, en mi cálculo, el hecho (del cual sin embargo era consciente) de que tanto Castillo como Fujimori eran votos conservadores. Pero no estoy solo en esto, ya que este voto conservador también fue omitido por partidos progresistas como el Partido Morado o Juntos por el Perú, cuyo discurso estaba más dirigido a las visiones de las clases medias progresistas.

El 18% de votos en primera vuelta obtenido por Castillo es una cifra raquítica en términos históricos. Si agregamos los votos nulos, blancos y los ausentismos, apenas alcanza el 10.1% según cálculos que he leído. En el caso de Keiko Fujimori, su voto efectivo se reduce a 8%. La distribución de los votos demuestra además que Keiko Fujimori ya dejó de ser un “voto popular”, pues está casi ausente en los sectores más pobres. El destapado razonamiento de la ex candidata de Juntos por el Perú Marité Bustamante partía de supuestos numéricos ya superados (y por eso los estudios estadísticos y los análisis de campo deben estar siempre revisados, siempre actualizados, pues los cálculos históricos, aunque muestren una tendencia, no siempre sirven). El menospreciado “voto táper” que suponía Bustamante se basaba en cifras históricas obsoletas que no tomaban en cuenta la volatilidad de los electores peruanos, el resentimiento de las clases condenadas a la pobreza y el desempleo, especialmente en un tiempo de desconcierto y crisis, como es la pandemia.

Castillo crece y Fujimori cae no porque repentinamente el electorado peruano se haya vuelto marxista-leninista-mariateguista, como proclama el ideólogo y presidente de Perú Libre Vladimir Cerrón, sino porque la suma de votos de la derecha presupone que esos votos fueron de derecha, cuando en realidad eran votos conservadores, por un lado, y expresiones de hartazgo, por otro. Si Rafael López Aliaga o Hernando de Soto estuvieran en la posición de Castillo, la brecha en favor de ellos también se habría abierto porque ambos poseen mayor credibilidad y reputación que ella. Aclaro que uso aquí las palabras “credibilidad” y “reputación” en un sentido puramente subjetivo.

Toda acción es racional por el mero hecho de ser humana, decía Ludwig von Mises. Max Weber en cambio sostenía que toda acción en racional en cuanto posee sentido. La posición de Mises apunta a la racionalidad individual, parte del presupuesto de que toda acción humana busca un cambio de mejora de su statu quo (como puede ser algo tan nimio como acomodarse en el sofá o tan radical como el suicidio). Weber, en cambio, al vincular la acción con el sentido, se refiere a la conexión con el otro, quien comprende, interpreta o malinterpreta la acción del actor. Ninguno de ellos, sin embargo, sostiene que “racional” equivale a “lógico” o “razonado”. Ambos aceptan que la racionalidad del actor está sujeta a sesgos y restricciones (sociales, cognitivas o de información, etc.).

Una manera de ver la economía conductual, también llamada economía del comportamiento, es como un cuestionamiento de los presupuestos de la teoría de la acción racional. Otra manera de verla es como la profundización en los sesgos y las restricciones de los actores que conducen a la acción irracional.

Una objeción frecuente al considerar las elecciones de los agentes, por ejemplo, en su papel de electores, como irracionales, es suponer que el analista toma una postura paternalista pues él sí sabría, mejor que el individuo que es objeto de estudio, qué elección sería mejor para él o ella. A esta objeción se le puede responder señalando que todos somos actores que optamos decisiones racionales e irracionales, incluyendo el analista. Y que ocultar la irracionalidad de nuestros actos es negar la posibilidad a todos de tomar mejores decisiones por nosotros mismos. Ser conscientes de nuestros sesgos es mejor que no serlos. La objeción también cierra la posibilidad de que pequeños cambios (“nudges”, como diría Thaler) pueden lograr que el actor opte por mejores decisiones para su salud y su comunidad.

La burguesía, preocupada por el arribo de una política que, en mi opinión, será destructiva para la economía y no obtendrá los resultados prometidos para los pobres, ha insistido en el error histórico de pensar desde su racionalidad menospreciando la de los demás. Un aspecto positivo de las enseñanzas de la economía conductual es que, desde el punto de vista de la irracionalidad, somos iguales.

Otro aspecto necesario de atender, especialmente para los progresistas, es reconocer que en todo actor habita un “homo œconomicus”. La tesis de los indígenas como protectores del “medio ambiente” me parece tan errada como la tesis de los indígenas como seres intrínsecamente irracionales y culturalmente retrasados. Ambas posturas suponen una inconmensurabilidad, una incapacidad de comunicación que se decanta o bien en la colonización o el exterminio o bien en su canonización como seres especialmente conectados con la espiritualidad y la naturaleza. Ambas interpretaciones, implican, en la práctica, grandes errores que, en mi opinión, han derivado en una lucha ideológica irrelevante e incomprensible, para los sectores pobres y marginados.

Perdí mi apuesta, pero ello carece de valor social. Las apuestas irracionales que los actores políticos y económicos han estado realizando por al menos dos décadas sí la tienen y es enorme, catastrófica, como estamos viendo hoy.

Bibliografía

Kahneman, D. (2011). Thinking, fast and slow. New York, NY: Farrar, Straus and Giroux. Ariely, D. (2009). Predictably Irrational: The Hidden Forces That Shape Our Decisions. New York: Harper. Mises, L. von (1998 [1949]). Human Action. A Treatise on Economics. Auburn, AL: Mises von Mises Institute. Weber, M. (1944 [1922]). Economía y sociedad. México D.F.: FCE.