Opinión

Populismo, mira quien habla

Por Carlos Reyna

Sociólogo

Populismo, mira quien hablaFoto: Andina

Un poquito de historia reciente. Hace 9 años, las elecciones generales de 2011 marcaron el regreso del apellido Fujimori a la competencia por la presidencia de la república. El fundador de la dinastía y “líder histórico del fujimorismo” -así lo reivindican aún ahora- estaba condenado desde 2009 por delitos gravísimos. La candidata fue entonces su hija Keiko, y el nombre de la agrupación fue el de Fuerza 2011.

No luzcas tus males

No le fue tan mal. Keiko sacó algo más del 23 % de los votos y pasó a la segunda vuelta para enfrentar a Ollanta Humala, que había sacado casi el 32 %. Pero dos errores determinaron su derrota. Tanto en la plancha presidencial como en la lista para el Congreso destacaban antiguos rostros fujimoristas. Y uno de sus temas centrales de campaña fue la lucha contra la corrupción. Mal jugado, porque estaba muy fresca la memoria sobre lo que había sido el gobierno del pater familias. Es decir, si eres enano, por favor nunca digas que tu gobierno será uno de altura

El 2016, con otro nombre, Fuerza Popular, Keiko volvió a ser candidata. También pasó a segunda vuelta y esa vez con gran ventaja sobre el segundo, Pedro Pablo Kuczynski. Obtuvo casi el 40 % de los votos contra apenas 21 %. Y hasta poco antes de la segunda vuelta parecía segura ganadora. En su campaña de primera vuelta había aparecido muy diferente del fujimorismo duro. Tomó distancia del padre. Puso en la plancha al empresario agrario, José Chlimper, y al antiguo izquierdista, Vladimiro Huaroc.

Pero, en la segunda vuelta, Keiko hizo una campaña muy agresiva. Peor aún, a pocas semanas de la segunda votación, se reveló que sus nuevas compañías eran aún peores que las anteriores. Reportajes periodísticos destaparon que el secretario general de su partido, Joaquín Ramírez, habría estado bajo investigación nada menos que por la DEA. Y además, que también había estado en investigación por presunto lavado de activos.

Además del alto cargo partidario, Ramírez era uno de los principales financistas de la campaña de Keiko y dueño de varias casas prestadas para esa campaña. Por si fuera poco, otros reportajes difundieron que Chlimper, su candidato a primer vicepresidente, había enviado audios adulterados para desacreditar la denuncia sobre Ramírez. O sea, si estas en la puerta del horno, fíjate que el panadero sea activo, pero que no lave el pan.

Y ahora último, ad portas del proceso electoral del 2021, Keiko ha reaparecido con un mensaje muy típico de una candidata. Refiriéndose a la crisis que vive el país, y al presunto peligro principal que nos amenaza, ha culminado el mensaje con esta arenga: “Enfrentemos sin miedo al populismo antes que sea demasiado tarde”. Parece que la moraleja del enano no termina de ser aprendida.

Hablando del populismo, el padre

Si vamos a emplear bien los términos y recordar bien los hechos, pocos personajes y corrientes de nuestra historia política reciente encarnan tan vívidamente al populismo como Fujimori y el fujimorismo. Un populismo de derecha pero populismo al fin.

Ernesto Laclau, agudo estudioso del fenómeno populista, señalaba que pueden haber populismos de izquierda y de derecha, pues se trata de una forma de hacer política que puede tener contenidos ideológicos diferentes, o incluso vagos, difusos. El autor argentino, fallecido hace poco, precisó además otros rasgos.

El populismo es una manera de actuar en política que aparece cuando es posible polarizar en dos bloques el campo político. Uno, el de los que detentan o se dice que detentan el poder. El otro, el de un amplio arco de gente cuyas demandas o expectativas no son atendidas por el primero.

Alberto Fujimori hizo eso en 1990. El irritante desprestigio de todo el abanico partidario abrió un gran espacio para que en las elecciones de ese año tuviera éxito el discurso que oponía a los no políticos contra los políticos. Y ese fue el discurso que mantuvo a lo largo de toda la década, convocando a los primeros contra los segundos y asumiendo su representación.

Para estar liberado de definiciones comprometedoras. y captar sin resistencias el apoyo popular, el populismo de Fujimori optó por la vaguedad ideológica. Llevó esto a tal extremo que llegó a decir que no admiraba a ninguna de las figuras de nuestra historia. Laclau refería que, para poder suscitar el apoyo de muy diversos sectores, el líder populista debe funcionar como un símbolo de sus expectativas o demandas, pero sin mayor contenido concreto, para que pudiera ser interpretable al gusto de cada cual. Lo llamaba significante vacío. Esto también fue llevado al extremo por Fujimori padre. Ningún presidente peruano hizo tan poca alusión a la historia y la cultura de nuestro país.

Otro rasgo que define al populismo es que su extremo opuesto es el institucionalismo radical. Este es la corriente o corrientes que pretenden que toda demanda popular debe esperar su atención por el marco institucional existente. Esa oposición define al populismo por negación, pero lo define al fin y al cabo. Y de hecho, desde los años 90, cuando surge, hasta ahora, ninguna otra corriente política importante ha sido más antiinstitucional que el fujimorismo.

Desde el golpe de Alberto Fujimori, en 1992, hay una larga ejecutoria de desestabilización institucional realizada por el fujimorismo. En los últimos 30 años, las instituciones del Estado han sido afectadas en alguna medida por cada uno de los sucesivos gobiernos.

Pero el gobierno fujimorista fue el que más amplia e invasivamente las ha afectado, instrumentado o corrompido. Llegó a hacerlo simultáneamente con los tres poderes del Estado más el Tribunal Constitucional, los organismos electorales, el Consejo Nacional de la Magistratura, las Fuerzas Armadas, la Policía Nacional y los Servicios de Inteligencia.

En la década de los 90 este antiinstitucionalismo fujimorista tuvo claros perfiles de dictadura, por el control que llegó a tener de todas las instituciones mencionadas. A ellas hay que sumar el corrupto apoyo de la mayoría de principales medios masivos de comunicación privados, mismo que fue pagado con dineros del Estado.

La hija

Ya bajo el liderazgo de Keiko Fujimori desde antes de 2016, el fujimorismo no ha podido mostrar de modo consistente su abandono del legado y de los modos políticos paternos.

Primero porque siguen llamando “líder histórico” a Alberto Fujimori, lo cual es una clara reivindicación de toda su actuación política, incluyendo aquella indiscutiblemente antidemocrática.

Segundo, porque hasta muy recientemente, durante el periodo 2016 – 2019, el fujimorismo de Keiko se resistió, en los hechos, a reconocer que había perdido en las elecciones de 2016.

Tercero, porque se dedicó a bloquear, aprovechando su mayoría congresal, las acciones de gobierno y las iniciativas de investigación anticorrupción.

Cuarto, porque en la campaña electoral de 2016 volvió a evidencia sus notorios vínculos, tanto en el propio partido, como entre no pocos congresistas, con personajes de dudoso apego a la democracia.

Finalmente, aunque para algunos no se podría esperar otra cosa, hay un último rasgo que muestra la filiación populista, así sea de derecha, del fujimorismo. Y es justamente el de la manera como denominan su identidad, con el apellido del fundador, algo frecuente en los populismos.

A ello hay que sumar el rasgo dinástico del fujimorismo. Hoy la jefa es la hija del “líder histórico”. Rondando cerca anda otro hijo, Kenji, lo cual coloca al fujimorismo en un nivel de afinidad con las muy antiguas comunidades patriarcales.

No seré muy severo diciendo que el fujimorismo es una comunidad patriarcal, aunque haya cierta base para ello. Faltaría mayor fundamento para ello. Pero al menos se puede afirmar que sí se trata de un tipo de populismo de derecha, dinástico y con discutible apego a la democracia.

Eso, mientras se resuelven algunos procesos penales que involucran a varios dirigentes fujimoristas, incluida Keiko. Así que sugiero, que si vuelve a referir aquello de “enfrentemos sin miedo al populismo”, no se sorprenda si pasa por allí un espejo.