Opinión

Poesía y política

Por Alfredo Quintanilla

Psicólogo

Poesía y política

Francisco Sagasti, al leer unos versos de Vallejo en su primer discurso como encargado de la Presidencia de la República, desató un tumultuoso interés de los jóvenes bicentennials, por el poema completo y su autor. Hecho tan sorpresivo, como lo fueron las multitudinarias manifestaciones callejeras que impusieron la renuncia del anterior encargado, se convirtió en un trending topic de las redes sociales, que, ojalá, deje alguna huella en sus mentes.

Efecto opuesto obró en sus opositores, que vieron, más bien, un truco retórico para suavizar o endulzar un discurso vacío de los propósitos y metas que ellos quisieran: “puro rollo” diría un anciano escéptico. Sin dejar de mencionar la virulenta reacción de los fascistas criollos que hacen ascos de Vallejo y sus simpatizantes, por comunistas. Habrían estado de acuerdo con Platón, que expulsó a los poetas de su República porque no generaban conocimiento racional, verdadero, y no debían ser educadores de la juventud porque creaban historias falsas, mitos, (desviándolos de la búsqueda de la riqueza, dirían hoy).

Tuvo razón su viuda, quien acertó al oponerse que trasladaran sus restos desde el cementerio de Montparnasse y los trajeran de retorno a un cementerio peruano, cuando en vida, en nuestra tierra, lo maltrataron no sólo los jueces, sino también, los intelectuales.

Curiosamente, algunos de sus lectores asiduos ironizaron con la posibilidad de que leer a Vallejo se convirtiera en una moda superficial y no faltaron algunos obispos rojos -son pocos, pero, son- que descalificaron el gesto de Sagasti, con una especie de celo, envidia o elitismo revolucionario que diría que los burgueses y pequeño burgueses no podrían entender al socialista Vallejo o porque al difundirse su poesía, se vulgarizaría, degradándose al contacto con las multitudes. Errados y herrados van, por supuesto, porque ya Vallejo ha trascendido la nación, la religión, la lucha de clases y hoy es universal.

No siempre son transparentes las intenciones del lector de un poema en público o en medio de un discurso político o religioso. Recordemos que el arzobispo de Lima, Carlos Castillo, citó versos de Vallejo en el Te Deum del 28 de julio pasado y, antes, cuando fue consagrado obispo, remató su primera homilía con el poema “Himno a los voluntarios de la República” usando las palabras del poeta para describir la utopía del Reino de Dios: “¡Entrelazándose hablarán los mudos, los tullidos andarán! … volverán los niños abortados a nacer perfectos…”

Sagasti, como conocedor de Vallejo, escogió dirigirse a sus colegas, con un poema que empieza como comienza una Moción de Orden del Día, tan familiar a ellos: “Considerando…”, palabra que se repite en otras estrofas y que termina en una conclusión. Consciente que pende de un hilo la mayoría casi casual (y a la vez necesaria), inestable y precaria de una diversidad de intereses, defectos y virtudes de los que llamó sus compañeros, los pinta -con Vallejo- como a todos los hombres: tristes, mortales, trabajadores, a veces pensativos, que “suda, mata [o manda matar] y luego canta, almuerza”, que es capaz de todas las suciedades “examinando su retrete, su desesperación”; concluye, sin embargo: “él sabe que le quiero, / que le odio con afecto”, lo llama, lo convoca, le responde y le dio un abrazo, tres veces emocionado.

Son casi misteriosos los efectos que pueden causar unos poemas en distintos auditorios, pues como se sabe, ni siquiera el autor conoce con certeza qué sentimientos, recuerdos, evocaciones o significaciones quiere suscitar con sus poemas, pues el sentido del poema es multívoco y va del poeta al lector y de él hacia el autor y los demás, en una cadena interminable.

Poesía y política han confluido en el Perú desde hace siglos, desde las cuartetas satíricas de Caviedes, los yaravíes del patriota Mariano Melgar, los sonetos de los románticos liberales de la generación de Palma, en el Vallejo republicano y socialista, hasta los poetas del pueblo de la década de los años 50 y 60 -Rose, Scorza- y el poeta guerrillero Javier Heraud. El lunes 16 estuvimos a una veintena de votos congresales de tener la primer presidente mujer, izquierdista y poeta: Rocío Silva Santisteban. Tal vez hubiera sido demasiado.

Y la confluencia se debe a que ambas pueden motivar o electrizar a un auditorio en un solo sentimiento, a la manera de los conciertos de los cantantes populares. Y, como todos saben, la acción política multitudinaria nace de emociones profundas. La política concentra voluntades, desata energías al fijar objetivos, mitos, utopías y acercarlas a tierra. En los años 50 y 60 no había mitin obrero que no tuviera a un poeta en el tabladillo.

A raíz de los últimos acontecimientos, surge, entonces, la peregrina pregunta ¿para qué sirve la poesía? ¿Tiene una utilidad social, por decirlo de alguna manera? La pandemia ha hecho descubrir para muchos la dimensión balsámica de la poesía. Pero esas han sido experiencias subjetivas, absolutamente personales, intransferibles. Para eficacia social, colectiva ninguna como la del arte de la música: allí están los valses y canciones deportivas que se entonaron, para levantarnos el ánimo, sobre todo al comienzo de la peste o la vieja canción española “Resistiré” del Dúo Dinámico.

Otra ha sido la experiencia uruguaya. La pequeña e instruida nación oriental con la mayor concentración de adultos mayores, echó mano de la poesía para enfrentar la pandemia. Fue tendencia en las redes la grabación que un grupo de destacados artistas e intelectuales hicieron del poema atribuido a Mario Benedetti[1] y el efecto es inmediato desde los primeros versos:

No te rindas, aún estás a tiempo / de alcanzar y comenzar de nuevo, / aceptar tus sombras, / enterrar tus miedos, / liberar el lastre, / y retomar el vuelo.

No te rindas que la vida es eso. / Continuar el viaje, perseguir tus sueños, / destrabar el tiempo, correr los escombros / y destapar el cielo.

El poema, de autor desconocido, está construido, con frases cotidianas y sencillas, que se pronuncian miles de veces a diario y el resultado es una pequeña canción, cuyas notas remueven las entrañas, aunque algunos lo califiquen de "cursi", con mala leche. Combina versos endecasílabos con heptasílabos, que son los metros tradicionales de la poesía en lengua castellana, es decir, “metros de vieja alcurnia poética, con palabras de hoy”, como dice el poeta Eduardo Urdanivia.


[1] Confieso que yo también me confundí -en la primera versión publicada de este artículo- al verlo recitado por decenas de actrices y actores en la plataforma Youtube, pero la Fundación Mario Benedetti ha aclarado que, tal vez, la confusión se deba a que el poeta tiene uno de factura parecida titulado “No te salves”. Asunto aclarado