Opinión

Orgullo aymara

Por Pablo Najarro Carnero

Teólogo y docente

Orgullo aymaraFoto: Noticias SER

"Cuando surja mi raza, que es la raza más rara, nacerá el superhombre de progenie más pura, para que sepa el mundo lo que vale el aimara”

Carlos Dante Nava Silva

Poema escrito, no por un aymara, pero si por alguien que supo recoger toda el alma, la idiosincrasia que distingue al aymara desde antes de la llegada de los españoles. En el Tawantinsuyo mantuvo su raza y territorio llamándoseles el Qollasuyu.

Ante los sucesos ocurridos en la zona aymara de Puno, debo decir que ante las injurias desde el otro lado de la cordillera, desde la capital hispánica del Perú, muchos pueblos originarios de mi Perú, quizá ya no las oyen o las ignoran por que duele.

Lo expresaba Arguedas al decir que si el ‘indio’ se mostraba muchas veces sumiso y servil, lo hacía a sabiendas pues “su conducta lo es determinadas circunstancias y por necesidad. Esas máscaras son en realidad escudos que le evitan nuevas agresiones, nuevos atropellos”.

El caso de los aymaras es diferente, su moral se mantiene todavía incólume pasados los doscientos años de conquista.

En su vida interna, el aymara tiene muy claro, para el caso presente de las protestas, el honor que supone su identidad. Lo expresa muy bien en su libro “Máscara de piedra” el boliviano Fernando Montes.

La incapacidad e ignorancia de políticos y gobernantes, que ya lleva más de doscientos años, no les permite reconocer las identidades de los pueblos del Perú. Pueden decir de la boca para afuera que somos un país de todas las sangres, ello, termina siéndolo sólo para los libros de sociología o antropología, como la utopía de Flores Galindo en “Buscando un Inca”.

Lo peor y más difícil, en la búsqueda de recuperar o construir una identidad propia, es que nuestras razas originarias están mezcladas con las razas exógenas que han dominado a las autóctonas. Difícil tarea.

Por eso con tranquilidad y sin pudor, pudo decir María del Carmen Alva que desde el Congreso buscan gobernar para “blancos e indios”. Ese racismo está inherente en muchos que sienten y creen que su apellido exógeno los hace distintos, superiores. Son pocos, pero son. Muchas instituciones, llamadas tutelares, no cuentan entre sus miembros a gente de razas nativas. Por mencionar, la marina o la fuerza aérea, o la misma cancillería.

Así, iniciada la protesta, y es una pena decirlo, que una mujer de origen andino, aunque con apellidos hispánicos, lo haya dicho, más allá de su giro de 180° en su discurso para acceder a la política, es haber ofendido la protesta. No se podía esperar de ella, por lo dicho, el racismo en su discurso, pero lo hizo sin tapujos.

Dolió el que diga, como muchos amigos limeños también me lo han dicho, que en las protestas trayendo a los manifestantes, al ver que venían en camionetas minivan, diga que fueron facilitadas por el ex presidente boliviano Evo Morales. Ella piensa que aquí, en las provincias uno se traslada en camiones o autos destartalados, como los de Lima.

Dolió que diga, al ver a las autoridades, que de modo ancestral usan el poncho a rayas rojas con hilos negros, eran señales inequívocas de un comunismo inserto en el mundo aymara.

Dolió que diga que quienes financian las protestas sean narcotraficantes o mineros informales. Cosa de locos. No se entiende a las identidades originarias. Son sólo objetos de un turismo que añora como lejana la identidad incásica y a su vez, expresa una mirada lastimera hacia quienes se les considera como menos. Reafirmando la asimetría económica de las ciudades costeñas frente a la andinas o selváticas.

Racismo y desigualdad tanto económica como social, desde la mirada ofensiva del gobernante en Lima.

La reacción que surgió en las protestas puede ser ante el racismo y desigualdad que vivimos, porque ya estaba incubado desde hace mucho en nuestro Puno. Sentido en el alma de manera especial por Puno, que también votó mayoritariamente por Castillo, al ver como un hombre de extracción campesina, elegido presidente, era rechazado y humillado. Se entendió que no concreto ninguna de sus promesas de campaña, porque el Congreso -con la venía de Keiko Fujimori- no lo dejo hacer. No se vio o no se quiso ver, los desaciertos reales con señales indudables de corrupción. Sólo se vio el racismo.

Puno, marcado en la historia por sus luchas por la independencia, esta vez tampoco fue ajeno a la protesta frente a los llamados “blancos”, “mistis” o “q’aras” que se consideran con el derecho a tener privilegios sociales y económicos, ya sea por su estirpe ibérica o europea.

Desde el gobierno congresal militarizado del Perú, Dina Boluarte no se rectifica. Menos se disculpa, ahondando la crisis. Sus aliados en la prensa adicta, ya van tomando distancia. Quizá termine en Barbadillo.

Se rebela Puno y los aymaras, ante las distancias que establecen los hasta ahora herederos de los conquistadores.

Y si pues, parece que todavía no sienten a Puno como parte del Perú.