Opinión

Nos habíamos (des)entendido tanto

Por Diego Abanto Delgado

Estudiante de Filosofía de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya

Nos habíamos (des)entendido tantoFoto: Congreso de la República

Tras ver cómo se ha abordado la crisis política por parte del Ejecutivo y Legislativo, este fin de año ha confirmado ciertas hipótesis en torno a nuestra clase política: estamos frente a la derecha más derechizada de los últimos tiempos.

Puede sorprender que se le nombre, pero es cierto que la derecha existe (¡y vaya que existe!) en el Perú. Y conviene empezar a analizarla, a confrontarla. Negar la existencia de la derecha, como gran parte de la opinión pública prefiere hacer hasta ahora, también perjudica a nuestra democracia. La derecha existe y no tendría por qué avergonzarse. Al contrario, su casi ausencia de los debates públicos nos impide exigirles grandes cambios o moderaciones a sus expresiones, a sus políticas, a sus declaraciones.

Y es que ¿cómo confrontar a alguien que quiere jugar al centro frente a las cámaras, pero detrás de estas coquetea con Pinochet y fantasea con Fujimori?, ¿bajo qué rótulo catalogas a toda la clase política que cada cinco años cambia de camiseta y de principios? Es válido entender la confusión cuando se habla de derechas en el Perú. Ese rótulo le queda tan bien a muchos de nuestros políticos, que no se llega a comprender cómo es posible que durante años se haya hablado de la izquierda y (casi) nada de la derecha que ha dominado nuestra palestra las últimas décadas.

Despojados del discurso del “modelo funciona”, de las arcas llenas de dinero o de la lucha anticorrupción, nuestras derechas hoy han adquirido dos nuevos discursos: la conspiranoia del ‘terruqueo’ y el conservadurismo reaccionario. Por un lado, Fuerza Popular y por el otro, Renovación Popular. Dos extremos funcionales que, pese a sus diferencias, pueden seguir obstruyendo al país a su gusto. Con Dina Boluarte, de hecho, han optado por legitimar la violencia estatal y camuflarla con orden, respeto, democracia; incluso prefieren indignarse y calificar como chantaje que se les enrostre la vida de los peruanos que han muerto a partir de las protestas producto del caos del cual ellos también son culpables. ¿Derechos humanos? Esas son “pelotudeces democráticas”.

Nos hemos desentendido tanto de nuestra derecha, que ahora que la tenemos al frente, sin remordimientos para decir qué quieren y cómo lo quieren, no sabemos qué hacer. Sumado a ello, tenemos la ceguera voluntaria de sus líderes de opinión –aquellos señorones blancos que siempre analizan a la izquierda como si la comprendieran o respetaran- que los obliga a recular cada vez que cometen un error porque no podrían realmente atacar a quienes se deben. Las columnas de opinión, las editoriales televisivas o escritas… buscan convencernos que la crisis se debía entera y únicamente a Castillo y que con su salida recuperamos la paz, una farsa que no estoy seguro que la derecha pueda mantener por mucho tiempo. Lo peor que podemos hacer frente a una crisis es pretender que no existe. Y eso es precisamente lo que se busca vender, frente al silencio de nuestros intelectuales.

Hay allí una principal contradicción en nuestra clase intelectual. Ser intelectual no debe ser, sino, un acto subversivo. Subvertir, en tanto, trastocar lo ya establecido, darles vuelta a los discursos del status quo, a nuestras estructuras de poder y ver qué queda, qué se sostiene, ser antipático y cuestionarlo todo. Una clase intelectual que no critica a su élite es más servil que intelectual. Nos hemos desentendido tanto de la derecha que hemos dejado que cope los espacios de los que nunca debimos salir, más cómodos en el papel de señalar con el dedo antes que ofrecer algo de valor. Si algo ha demostrado este año, es que es más fácil negarse a algo que proponer la alternativa. Recuperar y discutir en el campo intelectual es también uno de los deberes de la izquierda frente a una derecha de la que no podemos desentendernos más.