Opinión

Normalizaciones

Por Jesús Cosamalón

Historiador

NormalizacionesFoto: ©Luisenrrique Becerra | Noticias SER

El último jueves 26 los medios informativos y las redes estallaron luego de que la presidenta del Congreso, María del Carmen Alva, solicitó al Primer Ministro Guido Bellido que exponga su discurso en castellano y que no continúe hablando en quechua. Bellido, aparentemente, había acordado pronunciar su discurso en castellano, pero optó por saludar en quechua recibiendo pifias y protestas de un conjunto de congresistas. Una parte de los comentarios en las redes sociales y medios de comunicación acusó a Bellido de hacer uso político del quechua, incluyendo el chacchado de coca que realizó en pleno hemiciclo; otros señalaron que no debió usar el quechua porque la mayoría de congresistas no tienen conocimiento de esa lengua. Finalmente, otros apoyaron la decisión del Primer Ministro de utilizar su lengua materna.

Más allá de la simpatía o antipatía que susciten Bellido y el gobierno actual, la crítica del uso político del quechua nos indica uno de los puntos de partida de los cuestionamientos al primer ministro. Es evidente que fue usado con esa intención, pero ¿acaso no era una discusión política la presentación del gabinete?

Desde esa perspectiva, usar el quechua tuvo, sin duda, la intencionalidad de mostrarse como legítimo representante de las poblaciones hablantes de lenguas nativas convirtiéndolas en válidas para el diálogo político. Pienso que la crítica enfatiza el hecho de que el quechua, como otras lenguas nativas, son apropiadas para ciertos espacios y no para otros, mucho menos para la política y para el sacrosanto Congreso.

Así, hemos normalizado y jerarquizado algunos elementos culturales con carácter étnico y consideramos que no deben transgredir ese orden que, a diferencia de lo que aparenta, no es colonial sino republicano. Me explico: en la época colonial las elites indígenas, legitimadas por la monarquía, hicieron uso del quechua en diversos espacios e incluso esa lengua era enseñada en la universidad, los religiosos la aprendían y se utilizaba en los tribunales, entre otras características. Es con la República y el establecimiento del castellano como idioma oficial que las lenguas nativas son relegadas para el uso de algunos grupos étnicos, racializando las lenguas y jerarquizándolas en función de la ciudadanía: solo se podía participar del sistema político si se era competente en el idioma castellano, entre otros factores. Esta suerte de normalización se puede notar cuando sentimos sorpresa o extrañeza al escuchar el uso de lenguas nativas en espacios en los cuales supuestamente no deben escucharse, versus la sensación de naturalidad que nos sugiere su uso en otros ambientes.

Por ejemplo, no nos sorprendemos si escuchamos las lenguas nativas en una zona rural campesina, en medio de asociaciones de migrantes, fiestas patronales, mercados, etcétera. Me pregunto si nuestra sensación sería la misma si escuchamos que alguien se expresa en lengua nativa como el médico de un hospital o clínica. Una prueba de las fracturas que aún nos afectan doscientos años después de la Independencia es que nos parece inapropiado utilizar en algunos espacios y oportunidades las lenguas nativas, como si ellas solo deberían ser utilizadas por las personas en situaciones apropiadas en los lugares oportunos. Si están en la sierra y en zonas rurales, es “natural” usarla, si estás en Lima y en el Congreso no es apropiado. Este pensamiento no hace sino reiterar la percepción de que la sociedad se encuentra jerarquizada étnicamente pero no solo eso, se condena la transgresión de ese orden en que cada uno y cada una tiene su lugar.

Se aplaude su uso en espacios que se pueden considerar parte de la tradición folklorizada, del ámbito de Marca Perú destinado a exotizar al país, pero no para el diálogo político en las altas esferas del poder. Es normal encontrarlas como nombres de restaurante típicos, grupos musicales, medicina tradicional, lugares turísticos, productos naturales. etc., pero no las vamos a encontrar como parte de los nombres de los proyectos inmobiliarios recientes, calles en los barrios y urbanizaciones de clase media y alta, etcétera. No hay duda que en los últimos años el quechua es reconocido casi por todos como parte de la nación, pero debemos preguntarnos qué lugar le otorgamos en esa entidad. Lo usual es que le reconocemos el espacio de lo tradicional, del folclor, asumiendo que es un rezago del pasado que en algún momento u otro desaparecerá. En síntesis, les negamos su capacidad de ser parte de la modernidad y su valor como parte del diálogo político.

El día en que nos interese más discutir el contenido de un discurso y no si el político comenzó saludando en quechua, el día que no nos extrañe escuchar a un profesional, deportista, actor, actriz, periodista, etc., hablar en quechua, ese día comenzaremos a construir una verdadera ciudadanía horizontal. Mientras pase lo contrario todavía seremos los herederos de una república excluyente que considera que todos somos peruanos, pero con lugar diferenciado y jerarquizado que no debe ser transgredido.