Opinión

Memorias del terremoto del 70 en Huaraz: Victoria y su chacrita familiar

Por Rosa Huayre Cochachin

Bachiller en Historia UNMSM, Magíster en Antropología Flacso Ecuador. Miembra del Grupo promotor de la Asociación de Historia de las Mujeres y Estudios de Género en el Perú.

Memorias del terremoto del 70 en Huaraz: Victoria y su chacrita familiar

Por eso dormimos afuera, por la pampa, asustados todos, prácticamente todos acurrucados, mi papá, mi mamá, pensando que ya no vamos amanecer, pues como la tierra se abre pensábamos que ya nos íbamos a caer (...) todos asustados dormimos en la chacra(1).

Era poco más de las tres de la tarde del 31 de mayo de 1970 cuando Victoria, de nueve años, terminaba de almorzar e insistía a su hermana mayor para que salieran a jugar a la acequia que estaba frente a su casa. Sus papás se habían ido al entierro de un familiar, y les encargaron el cuidado de sus hermanos menores. Cuando corrían hacia la acequia, Victoria se perturbó al ver a su vecina arrodillada, llorando y rezando, no entendía el porqué, hasta que volteó y vio a su hermana desesperada, intentando regresar a su casa que se desplomaba. Horas más tarde, sus padres llegaron asustados, creyendo no encontrarlas.

En la noche, su madre logró sancochar las papas que su esposo encontró tras rebuscar entre los escombros de su casa, en la única olla que quedó entera. Pero nadie tenía hambre. Pasaron la noche en la chacra, en medio de los zapallos que ya estaban por cosechar, asustados pensando que la tierra podría abrirse nuevamente en cualquier momento.

Al día siguiente, tras una noche tensa, su madre salió al centro de Huaraz en busca de leche para su bebé. Caminó por 30 minutos. Al llegar encontró las casas destruidas, los cuerpos aplastados, algunas personas vivas clamando ayuda, otras lloraban y gritaban. “Es horrible, horrible, es traumante, no se puede andar ahí”, recuerda Victoria que les contó su madre cuando llegó a casa. Sin embargo entre aquel desastre encontró la leche que necesitaba.

Así golpeó uno de los más devastadores terremotos que afectó a los pueblos del norte del país, en especial a Ancash. El saldo: 70 mil muertos y 20 mil desaparecidos, entre los que se incluyen a los fallecidos por el aluvión que desapareció el pueblo de Ranrahirca y la ciudad de Yungay, por el desprendimiento de un bloque de hielo del nevado Huascarán.

Con la ciudad desabastecida y destruida, la sobrevivencia de la familia de Victoria se centró en la chacra familiar que oportunamente estaba a punto de iniciar la cosecha. Zapallos, papas, calabazas, maíz, alverjas, habas, yuyo, eran la variedad de alimentos que en menos de una hectárea habían sembrado. Además de sus animalitos que se salvaron, como cuyes y gallinas. La economía familiar solía sostenerse por el comercio de algunos de estos productos, labor de su madre, y la producción de sillas, a cargo de su padre. Sin ingresos monetarios, los productos que cosecharon sirvieron para el sostenimiento familiar y su futura recuperación. Pese a los notables despliegues de ayuda humanitaria nacional e internacional, Victoria no recuerda la llegada de nadie para socorrerlos, ni apoyarlos en la reconstrucción de su casa, por ejemplo. Para ella solo estaba su mamá, su papá y su chacrita, centro de la sobrevivencia.

En adelante, para Victoria, Huaraz no sería la misma, tampoco su barrio de Vichay. Las calles angostas de la ciudad, donde vendía leñas y choclitos, así como las casas apretujadas, se quedaron en sus recuerdos, que son como sueños. En su barrio, la hacienda frente a su casa, que producía gran cantidad de papa, terminó siendo parcelada, perdiéndose la oportunidad de sacar las papas que quedaban en la segunda pasada de la cosecha, que era libre. Tras el terremoto, Huaraz se urbanizó aceleradamente. No solo las casas no eran las mismas, sino también la gente, el idioma, las formas de organización espacial, etc. Para Victoria, Huaraz perdió la “humildad” que tenía.

Los 52 años del terremoto en Ancash son pertinentes para evocar las memorias colectivas de aquel tiempo, difundidas por diferentes medios de comunicación. Desde sobrevivientes hasta voluntarios que ayudaron en los rescates. Fue un golpe muy duro para el país, pero más para quienes lo padecieron. Para ellas y ellos, evocar estos sucesos tiene una dimensión más profunda por los impactos que tuvo en sus vidas, en sus pueblos y ciudades. Por eso, es plausible el libro publicado por la Asociación de Escritores Ancashinos (AEA)(2) que contiene valiosos testimonios y reflexiones. Los testimonios mantienen las memorias colectivas, en las que ha sido posible rescatar aquellas memorias que vienen desde la perspectiva de sus sobrevivientes, también los niños y niñas, como el caso de Victoria, que contribuyen a la historia regional y nos conminan a no perder de vista cuán vulnerables somos frente a la naturaleza.

Finalmente, la experiencia de Victoria, permiten también valorar la agricultura familiar y las tareas del cuidado como imprescindibles para la sostenibilidad de la vida, más en tiempos de crisis como los que vivimos. Sin su chacrita la familia de Victoria no hubiera obtenido los alimentos necesarios para subsistir; y sin el trabajo de su madre en la preparación de los alimentos y el cuidado de los menores, su sobrevivencia hubiera sido más agobiante. Pese a su valor, estas actividades, históricamente invisibilizadas, no han recibido la atención y el apoyo necesario del Estado. Así, en plena pandemia, recaen pesadamente en quienes se asume son sus exclusivos responsables: las y los campesinos y las mujeres.

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El Grupo promotor de la Asociación de Historia de las Mujeres y Estudios de Género en el Perú (GPAHMGP) busca promover y articular investigaciones históricas desde los estudios de género y las mujeres.


(1) Entrevista por la autora a Victoria, mayo 2020.

(2) Asociación de Escritores Ancashinos. 2020. 1970 La hecatombe de Áncash. Lima: AEA. https://drive.google.com/file/d/1q7vc76WOwb-NsGfT_JjZ6W5zhE30ozDF/view?fbclid=IwAR2sJkLoTN5WtXfUMp0NEUgTF4ateq0AXWVhFyoWdInWQ7RzvRuM-uquJjI