Opinión

Malos modales

Por Claudio Alaya
Malos modalesFoto: RPP

A la luz de las últimas encuestas, queda claro que en el próximo quinquenio repetiremos el escenario de un Congreso fragmentado, independientemente de quién gane la Presidencia de la República. Solo en las elecciones de 2026 asistiremos a unas elecciones con una menor oferta electoral, luego de que se anulen las inscripciones de los partidos que no pasen la valla electoral en los presentes comicios.

En ese escenario es posible imaginar muchas situaciones posibles de ingobernabilidad, tal como las vividas en el último periodo de gobierno, más aún si quien resulte elegido o elegida no cuenta con mayoría parlamentaria.

La situación es incierta porque, lamentablemente, en nuestro Congreso se ha instalado en los últimos años un modo de proceder caracterizado por los malos modales democráticos. Antes de describir a qué me refiero, conviene una precisión. El escenario parlamentario es, por naturaleza, un espacio de confrontación, de discusión, a veces ácida, pero quienes conocen su dinámica por dentro saben que ese comportamiento público se complementa con negociaciones que posibilitan acuerdos políticos. Es la dinámica de la democracia.

La bancada fujimorista en el último periodo se mantuvo intencionalmente lejos de esta dinámica. Se mostró intransigente, groseramente confrontacional, claramente empeñada en minar una legitimidad presidencial que nunca reconocieron. Emplearon mecanismos democráticos con propósitos antidemocráticos, jugando siempre al límite, en forma desleal. Amparados en la mal definida función de “fiscalización”, los congresistas asumen que tienen el derecho de pasar por encima no solo de normas y procedimientos, sino también del respeto a las personas y de una lealtad a las reglas de la democracia.

Esta agresividad sin límites, que no tuvo una adecuada respuesta política por parte del gobierno de Kuczynski, concluyó cuando el fujimorismo encontró las “justificaciones” para tumbarse al gobierno. Esta forma de actuación política no es extraña al fujimorismo; antes bien, la caracteriza desde sus orígenes.

El problema es que esa conducta ha sido heredada por la actual representación. La vacancia de Vizcarra, la breve y antidemocrática irrupción de Merino en el gobierno, las voces que en medio de la pandemia no dejan de plantear la vacancia de Sagasti son muestra de que ese modo de actuar permanece. El fujimorismo ya no tiene mayoría, pero sus malos modales democráticos permanecen.

¿Hay salida a este escenario? Al menos dos condiciones son necesarias: capacidad del gobierno de hacer alianzas que garanticen una mayoría parlamentaria y un cambio en el comportamiento político de los congresistas. Lo primero lo entendieron Toledo, el segundo Alan García e incluso Humala, que generaron apoyos políticos más amplios que sus respectivas bancadas parlamentarias. No lo entendió -o no supo cómo hacerlo- Kuczynski. Lo segundo dependerá de la conformación del Congreso. En cualquier caso, parece claro que es necesario salir de la nefasta herencia política fujimorista para garantizar una mínima gobernabilidad en los próximos años.