Opinión

Los derrames petroleros ya no son accidentes y cuando ocurren salpican a todos

Por Eduardo Gudynas

Analista en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES).

Los derrames petroleros ya no son accidentes y cuando ocurren salpican a todosFoto: @ Francisco Rodríguez Torres

Sabemos que ocurrió un derrame petrolero en Ventanilla. Con el paso de las horas y días además supimos que fue muy grave, que la empresa Repsol no respondió adecuadamente, minimizó el hecho, y que cuando fue evidente su gravedad, reaccionó en forma tardía y lenta. También supimos que el gobierno quedó entreverado ante esa catástrofe, y no logró actuar con celeridad y eficiencia. Reconoció que es el peor accidente petrolero en los últimos años, pero faltan tomarse muchas otras medidas.

Es importante compartir algunas precisiones. Se dice que un derrame petrolero es un accidente cuando en realidad no lo es. Son consecuencias inevitables e inescapables de la actividad petrolera. La invocación a excusas como eventos inesperados, inusuales, e incluso cuando se sigue el lenguaje de las empresas de seguros, calificándolo como un “acto de Dios”, expresa malabares para esquivar las responsabilidades de lo ocurrido y reducir los costos económicos de limpieza e indemnizaciones.

En el sector petrolero no existen emprendimientos que sean a prueba de pérdidas o derrames. Lo que puede lograrse con una adecuada gestión tecnológica y una mejor vigilancia es reducir la frecuencia de esos eventos, permitir una rápida respuesta para acotar el volumen que afectará el ambiente, y mejorar las medidas para limpiar los sitios afectados.

Esta condición se repite en muchos emprendimientos de alta complejidad, como la explotación petrolera en selvas o mares, o la mageaminería. Incluso se ha determinado que las tecnologías que se agregan para evitar el accidente, a su vez se convierten en nuevas fuentes de problemas. Por ello debe prestarse particular atención a las incertidumbres y riesgos en la explotación y manejo de los recursos naturales. Una cuestión que no se puede ocultar es la imposibilidad de evitar esos accidentes. Podrán ser más o menos frecuentes, más o menos graves, pero siempre estarán allí.

Esa limitación es muy clara en los enclaves y redes de conexión petroleras en la Amazonia peruana. Un reciente informe indica que entre 2000 y 2019 han ocurrido 474 derrames petroleros en esa región. Eso arroja un promedio de casi dos derrames por mes a lo largo de dos décadas. Es más, son tan frecuentes que se podía calcular su ritmo en el tiempo y cuando ocurriría el próximo derrame. Por lo tanto no son accidentes, sino que son permanencias.

A pesar de esa continuidad, en el Perú ocurre una rara situación donde hay una aceptación cotidiana de los derrames en la Amazonia, mientras que el actual, si bien mucho mayor, genera un enorme escándalo. Los derrames en la selva son más pequeños, disimulados en la vegetación, y afectan sobre todo a comunidades indígenas. En cambio, como el derrame petrolero de Ventanilla es enorme, y ocurrió en la costa, y con ello hasta se cierran playas, se volvió más visible para la centralidad limeña, escalando en los medios y la opinión pública. ¿Por qué no ocurre lo mismo con los derrames que desde hace décadas se repiten en la Amazonia? Esa es una pregunta que la política debería abordar cuanto antes.

De un modo similar, el derrame también salpica a las posturas políticas, aunque eso ahora no sea muy evidente. Es que en el gobierno, y en muchos de sus socios, están presentes los que apuestan no solamente a mantener las explotaciones de hidrocarburos dentro de Perú, e incluso aumentarlas bajo la idea de “masificar” el aprovechamiento del gas. Siguiendo otros argumentos, esa misma obsesión petrolera se repite en toda la oposición política, aunque esperan hacerlo de otros modos, aupados a las corporaciones transnacionales. Esas postura desembocan inmediatamente en mantener o expandir los enclaves de explotación petrolera y todas sus redes de conexión, como gasoductos u oleoductos, aumentando los riesgos de accidentes.

Estarán los que defenderán ese tipo de extractivismo como necesario para el crecimiento económico y prometerán la mejor tecnología para evitar los derrames. Pero acabamos de observar que es imposible blindarlos y que los derrames terminan siendo endémicos a esas actividades. Es más, si se aplicaran todas las medidas y gestiones necesarias para reducir el riesgo y mitigar los accidentes, se generarían unos costos sustantivos que o bien se trasladan al precio del recurso (lo que casi nunca ocurre), o bien lo terminará pagando el país (movilizando recursos para reducir los impactos ambientales).

Por lo tanto, entre las lecciones de este severo derrame petrolero está la obligación de mirar con más atención los padecimientos amazónicos, así como revisar si es inteligente y apropiado seguir insistiendo con una intensificación petrolera hacia el futuro.