Opinión

Las encrucijadas de Castillo hacia un Perú Libre

Por Angel Ragas

Politólogo, pre-docente universitario y funcionario público

Las encrucijadas de Castillo hacia un Perú LibreFoto: Facebook Pedro Castillo

La historia narra que cuando Alexandre Kojève -discípulo de Hegel y maestro de Fukuyama- terminó de desarrollar y complejizar el concepto del "Fin de la Historia", no vio mayor necesidad en esperar algún cambio abrupto o siquiera incurrir en el menor esfuerzo para desviar el destino de ésta. Kojève, por el contrario, se dedicó a contribuir a que la política, su política nacional, se fortaleciera para sí misma en asuntos internos y frente al resto, en tiempos de incertidumbre global (luego sería acusado de ser espía ruso, en una época donde los filósofos y científicos sociales llevaban una apasionante doble vida).

Kojève –además de las características atribuidas– supo sintetizar a la perfección el marxismo y el liberalismo; de hecho, se definía como “marxista de derecha”. Con las distancias respectivas en todas las dimensiones que separan lo acontecido en los tiempos del filósofo y político ruso, valdría la pena preguntar si Perú Libre (PL) está dispuesto a hacer todo lo necesario para alcanzar el equilibrio perfecto de dicha síntesis, o, al menos, aparentarlo en lo que resta de semanas para la segunda vuelta: pero no el plano ideológico, sino en la dimensión estratégica. La distancia que lo separaba de Fuerza Popular (FP) se va acortando, a pasos minúsculos, a la vez que, al parecer, PL va disminuyendo apoyo en ciertas zonas y en algunos sectores socioeconómicos del país. Aún dicha variación se encuentra dentro del margen de error de las encuestas, lo que podría propiciar una falsa sensación de estabilidad entre los partidarios del lápiz y una inercia respecto a una estrategia que –según las cifras– ya tocó techo.

Los pesimistas señalan que, al cabo de unas semanas, FP podría igualar a PL, y eventualmente superarlo a medida que se va acercando el 6 de junio, y un porcentaje de indecisos/viciados/blancos va a tener que optar por una de las opciones; apelando a las decisiones de último minuto, y dado el clima de ansiedad e incertidumbre, los más catastróficos señalan que estos electores preferirán la estabilidad actual a una posibilidad de cambio. En contraste, nos dicen los más optimistas, que la contra-campaña llevada a cabo por Keiko y sus poderosos aliados, principalmente en la costa, no llegará más allá de ese 5% de brecha que la separa de Castillo. Con independencia del lugar donde nos situemos entre estas posiciones divergentes, hay un diagnóstico que esperemos PL y Castillo comiencen a tomar más en serio: sin el apoyo liberal en el corto plazo y en el mediano plazo, el camino para llegar al poder y asegurar condiciones de gobernabilidad, respectivamente, se va tornando más complicado.

Tanto para la cúpula como para los partidarios del lápiz no es fácil adoptar esta postura. PL no quiere colados, ni ayayeros, ni mucho menos simpatizantes de última hora; en su imaginario –y en la realidad– dicha agrupación solita, calladita, se metió a segunda vuelta; sin apoyo de Lima, ni de nadie, solo de su organización y militantes (en buena medida, porque Vladimir Cerrón le metió punche al partido). Cualquier persona que lea el plan de gobierno de Perú Libre, entre muchas opiniones que pueda generar, inmediatamente se da cuenta que -casi- equipara a la izquierda liberal (limeña/tradicional) con la derecha más recalcitrante. A decir de algunos partidarios de PL, dicha postura se vio reafirmada cuando, acabada la segunda vuelta, comenzaron un “juego de la gallina” entre ambas izquierdas: quién buscaba a quién primero. Como si no se hubiese aprendido del pasado, los fantasmas (y errores) de las rivalidades partidarias y personales comenzaron a recorrer el espectro de la izquierda.

Estos fantasmas fueron exorcizados –al menos en apariencia– la semana pasada, cuando Pedro Castillo y Verónika Mendoza firmaron un acuerdo político y validaron un documento con 10 puntos fundamentales en un eventual gobierno de PL. Dentro de la izquierda –y allegados– en lugar de tomar con calma esta relación política, el entusiasmo nubló la estrategia: se creyó que PL iba a asumir como suyos todos –o buena parte de– los lineamientos progresistas de Juntos Por El Perú (JxP) y, por consiguiente, la tan esperada presentación del Equipo Técnico (ET) de PL era inminente. Como muestra de ello, Castillo admitió que el enfoque de género no era de su prioridad (aunque en una declaración reciente ha dado a entender que sí lo será), y que él iba a determinar el momento para presentar a su ET para no exponerlo al terruqueo del cual ya es caserito su partido.

Pero hubo algo positivo de dicho encuentro, que se veía como lejano hace unas semanas: después de declaraciones no tan democráticas, como los cuestionamientos a la utilidad del Tribunal Constitucional y Defensoría del Pueblo, Castillo se comprometió a respetar la gobernabilidad e institucionalidad, aunque estos conceptos hayan perdido valor en los últimos tiempos. Consideramos, sin embargo, que este debería ser el piso mínimo para un eventual acercamiento entre el marxismo y el liberalismo, entre PL y sus futuros aliados liberales. Estos últimos exigen, como ya lo han manifestado públicamente, que las iniciativas de PL se desarrollen dentro del marco institucional y democrático, como refiere el documento firmado entre ambas izquierdas, ¿es suficiente con ello? Al parecer no.

En un intento por convocar a cuadros técnicos del Partido Morado (Flor Pablo y Edward Málaga-Trillo), independientes y/o simpatizantes técnicos, quizás, para no depender de quienes, de acuerdo al Plan de Gobierno, nunca los apoyaron (izquierda liberal), ha comprobado –mejor dicho, validado– que los papeles son insuficientes, cuando en la práctica hay un factor que no hace creíble, al menos no del todo, e imposibilita confiar en los documentos que se vayan a firmar para garantizar la estabilidad en el país: el dueño del partido, Vladimir Cerrón.

En un ejercicio de honestidad, quienes vamos a votar por Perú Libre, debemos aceptar que el aurora autoritaria rodea al lápiz: la misma razón, o una de las principales, por las que se endosará el voto a PL, es porque en la práctica tendrá que enfrentar y pactar con contrapesos institucionales lo bastante poderosos para frenar cualquier iniciativa radical que pueda implementar; pero esa misma característica, podría llevarlo a patear el tablero democrático e implementar mecanismos plebiscitarios, un contacto directo con la población que, recientemente, Vizcarra se encargó de demostrar su efectividad. Como sea, los riesgos son menores frente a un fujimorismo que, sin necesidad de estar en el gobierno, demuestra todo su poder. Los tiempos recientes nos han demostrado que ante la falta de cumplimiento de promesas electorales, más allá de documentos firmados y poses para las cámaras, nos debe importar la capacidad de las otras fuerzas políticas no solo de reclamar prebendas o favores, sino también de fiscalizar a quienes se encuentren en el poder.

El dilema también se posiciona en los liberales, de izquierda y de derecha. Si para los primeros las condiciones históricas llaman a una unión de la izquierda, aunque encabezada por una facción conservadora, para los segundos la posibilidad de un eventual retorno al fujimorismo simbolizaría años de retrocesos –o parálisis, en el mejor de los casos– de los derechos y libertades obtenidas en la última década, dejando abierta la posibilidad-solución de plegarse a la otra orilla ideológica. Quisiéramos creer que es más accesible para los liberales –y no para los libertarios– confiar en candidatos de izquierda con algunos rasgos autoritarios que en los de derecha, sopesar la posibilidad (o como potencialidad) de un cambio, frente a un partido que reúne entre sus filas a varios miembros procesados por delitos de corrupción y la evidencia de que el fortalecimiento de la institucionalidad no les quita el sueño.

Hemos presenciado que el acercamiento a PL ha sido (y está siendo) fraccionado a partir de la segunda vuelta: en un caso, las bases juveniles manifestaron rápidamente su apoyo a la candidatura de Castillo, los técnicos se fueron acercando a través de los grupos que componen actualmente la izquierda, y, finalmente, la cúpula, quizás en un intento por no perder poder interino, emitió un pronunciamiento de apoyo a Castillo; en el otro caso, hemos sido testigos de acercamientos débiles aún, al igual que en su contraparte ideológica, de una sección juvenil que ha respondido al llamado de PL, los técnicos se han manifestado de manera independiente, de pronto, sopesando los beneficios individuales frente a los riesgos partidarios, aunque no han emitido una postura definitiva. A la par de ello, el fujimorismo ha convocado y obtenido la respuesta de los partidos políticos tradicionales, siendo Lima el epicentro de la mayoría de ellos, no debería preocuparle a PL; no obstante, Alianza Para el Progreso (APP) ha manifestado “entrar nuevamente en campaña”.

El norte presenta tres características importantes en el corto plazo: a) es una de las regiones donde PL mantiene una pequeña superioridad frente a FP; b) reúne una cantidad importante de indecisos/viciados/blancos; y c) es el centro de operaciones de APP. Vale la pena no ser tan ingenuos y creer que se respetarán las reglas institucionales en lo que resta de la campaña: la posibilidad de compra de votos y la puesta en marcha de la maquinaria partidaria representa un peligro –no sabemos aún cuán grave– para PL. Tampoco hay que ser incrédulos y considerar que el grupo referido de votantes, en el norte y a nivel nacional, confiará el voto a PL por un mágico despertar ciudadano, exacerbado anti-fujimorismo o una radicalización de las medidas del lápiz. Aún como hipótesis, estos electores, podrían esperar, entre otras muchas variables que aún desconocemos, la presentación de ET y la viabilidad de propuestas concretas por parte de los candidatos de turno. Keiko ya ha jugado sus fichas, y el porcentaje de estos electores ha bajado; la ventaja futura (y desventaja presente) de PL es que aún no ha presentado ninguno de ambos elementos, y el bolsón electoral está ahí, al menos por ahora. Con la presentación de su ET, Keiko nos ha devuelto a los noventas, ¿podrán los elegidos por Castillo darnos luces de un mejor futuro?

En cierto modo, y considerando que el repertorio tradicional del lápiz ya se agotó, la presentación del ET no debe ser vista como un capricho de sectores de la población y medios de comunicación, sino como una de las movidas que podría realizar PL para evitar el acortamiento de distancia a nivel nacional, y un intento por convencer a quienes aún estén pensando a quién endosar su voto. No hay necesidad de cambiar el discurso político (institucionalista, ahora), solo de presentar profesionales medianamente competentes que aseguren la viabilidad de (algunas) de las propuestas; es más, hasta cierto punto, el discurso populista en regiones podría continuar sin interferir con la presentación del ET, el quid del asunto, por ello mismo, también sería evitar las contradicciones y titubeos del candidato del lápiz frente a cuestiones fundamentales. La moderación como vemos viene (y seguiría su rumbo) a través de una –eventual– viabilidad de algunas propuestas de PL, no mediante la dimensión ideológica, sino de mecanismos para concretarlas.

El tiempo se agota, y si Perú no es Lima, sí es Macondo, cualquier evento des(afortunado) puede virar el desenlace de esta segunda vuelta. Cada vez más, las posibilidades de un cambio de estrategia (o de adoptar una complementaria), se van acortando para PL. El profesor nos dio una gran lección la primera vuelta, esperemos que lo haga también en la segunda, que el individualismo partidario se suspenda, al menos por un mes. La imagen de gran frente que ha tratado de construir recientemente hacia fuera, debe amilanar la desconfianza partidaria interna hacia cualquier elemento externo a la organización.

Asimismo, en caso el deslinde con Cerrón pase a ser más efectivo en la práctica, debería ser mediante mecanismos interinos del partido, no podemos exigir una medida autoritaria o al interior de PL, y, a la vez, reclamarle por un comportamiento democrático con el resto. En tiempos recientes, donde todos los grupos políticos de todo tinte se adjudican la etiqueta de guardianes de la democracia, deberíamos comenzar a brindarle el trato que no le habíamos brindado hacía buen tiempo, dando por supuesta su presencia; nuestra democracia se merece algo más que defensores de turno.

Hacia el final de sus días, Kojève pudo convivir perfectamente con ideologías tan opuestas como el marxismo y el liberalismo, y realizar pactos con sus opositores más recalcitrantes y ocasionales en la política. A Castillo no se le pide lo primero, resultaría iluso, pero sí lo segundo, al menos para ganar: incorporar a los aliados de turno hacia la segunda vuelta. Ya ha puesto una mano sobre la espalda liberal, quizás brindando calma a quienes se mostraban escépticos frente a sus medidas, y andaban en coqueteos con el fujimorismo, esperemos que se concrete el abrazo. Nadie se va a subir al coche ganador cuando sea la hora, pero ya un poco menos de individualismo y cambio de estrategia les caería bien, en verdad, nos caería bien a todos.