Opinión

La participación plebeya en Junín y Ayacucho: Pasado y presente de la guerra y la violencia en los Andes

Por Gustavo Montoya

Historiador

La participación plebeya en Junín y Ayacucho: Pasado y presente de la guerra y la violencia en los AndesFoto:; bicentenario.gob.pe

Este año 2024, se conmemora formalmente con los triunfos patriotas en Junín y Ayacucho, la etapa final de la independencia y el establecimiento de la república. Digo formalmente, pues la atención de los investigadores, tanto del Centenario como del Sesquicentenario, ocupándose casi exclusivamente del aspecto militar, social, político e ideológico de las efemérides, prestaron escasa atención a la dimensión social de los recuerdos, que es una forma alternativa de razonar los acontecimientos.

Dos temas interesan en este artículo. Recuperar la presencia y participación de los pueblos y comunidades andinas a propósito de su participación en las batallas de Junín y Ayacucho de un lado, y luego, ensayar esas miradas de larga duración, que permite la historia de las mentalidades, para conmemorar también, esas muertes y la violencia extrema que estremecieron el país, hace un año, con motivo de las protestas sociales en contra del actual gobierno. Muertes y violencia extremas, ocurridas en esas mismas regiones andinas donde se consolida la república. Un juego de espejos sombrío y tenebroso entre pasado presente.

Sobre lo primero, se suele pensar que los triunfos republicanos de Junín y Ayacucho, se debieron y fueron obra exclusiva de los libertadores; de militares argentinos, chilenos y grancolombianos sobre todo, y de la presencia luminosa de Bolívar como el artífice de tales victorias. Es la actualización de esa vieja tesis del “silencio de los sectores populares”, como si tales batallas hubiesen sido obtenidas por soldados de plastilina. Como si hubieran sido tropas que se bastaron a sí mismas para llegar a las batallas. Sin alimentos, vestuario, guerrillas, montoneras, guías, parque de guerra, caballería, monturas, y mil aditamentos que fueron facilitados por esas comunidades andinas, situadas en los territorios circunvecinos. Recordar que tales localidades y sus habitantes, padecieron y soportaron las exacciones, violencia, expropiaciones, la temible leva, presiones y requerimientos, precisamente por parte de patriotas y realistas. Esa es la dimensión social de las guerras, y su correlato: los recuerdos en la configuración de las mentalidades colectivas.

Interesa poner en relieve el ascenso de la intersubjetividad política de estas comunidades andinas, que, de ninguna manera estaban aisladas o desconocían los desastres de la guerra. Justamente debido a las posiciones que habían asumido, luego de casi cinco años de incertidumbre, la mayoría optó por ponerse del lado patriota, otro grupo del lado realista, pese a la presión a la que tuvieron que hacer, para proveer con recursos al alicaído ejército bolivariano.

Cuenta además, el hecho que, 1823 fue el peor año para los intereses de la frágil república. Triunfos militares sucesivos del ejército realista, anarquía y guerra civil en el lado patriota, tropas libertadoras a la deriva cometiendo excesos y atropellos contra la población civil, ascenso de la opinión publica en favor de las banderas españolas. Un escenario tan volátil como impredecible, que condujo a Bolívar y sus generales, a pensar seriamente en abandonar el Perú, y preservar a sus tropas.

Los años transcurridos entre 1820 - 1824, en definitiva, no habían pasado en vano para estos pueblos, que ya habían capitalizado su propio aprendizaje sobre la guerra, y lo más interesante, habían logrado proyectar sus propias aspiraciones, como también elaborar sus propios discursos y narrativas. Su compromiso en favor de la república, estaba fundado en certezas y objetivos en los que creían. Se trata de recuperar tales proyecciones.

Numerosas comunidades a escala regional, y en donde las banderas de la patria ejercían una plena soberanía política y militar, debieron racionalizar la guerra, deliberar en torno al nuevo sentido de los tiempos, calcular su intervención en el conflicto y administrar sus recursos, ahora orientándolos en dirección a los intereses de la promesa republicana. Su colaboración en favor del ejercito bolivariano no fue en definitiva un cheque en blanco. El bicentenario de las batallas de Junín y Ayacucho debería honrar a tales pueblos y comunidades, como también a sus habitantes. A no ser que se siga con la tendencia de entronizar a la tendencia militarista que este país lleva muy adentro.

De otro lado, destacar esa colaboración civil liderada por José Faustino Sánchez Carrión, con toda seguridad, el peruano de origen andino, que encarna el republicanismo social más comprometido justamente con los intereses de esas comunidades y pueblos que se pusieron al servicio de la república, la libertad y la autonomía. Sánchez Carrión, como Ministro de Estado, logro poner en movimiento a toda una red de autoridades civiles locales a lo largo de los andes del norte, centro y sur del país. Sin el compromiso de estos gobernadores y alcaldes republicanos, sencillamente los triunfos de Junín y Ayacucho no hubieran sido posibles. Ese corredor republicano plebeyo, que desde la sierra de Trujillo, pasando por Huaraz, Huánuco, Cerro de Pasco, Junín hasta Ayacucho, fue transitado por el ejército patriota. Se trata de honrar esas memorias y a esos colectivos.

Segundo punto. Hace un año, en esos mismos territorios donde se sellaron con sangre y fuego los ideales de libertad, contra el despotismo y la arbitrariedad del sistema de dominio colonial, decenas de pobladores que protestaban legítimamente en contra del actual gobierno, fueron asesinados por las fuerzas armadas y policiales. A un año de estos crímenes de Estado, no solo los deudos y familiares, sino multitudes de pobladores han salido a conmemorar y honrar a los que consideran mártires. Nada se ha avanzado desde las instancias judiciales como para hallar responsabilidades penales y políticas por tales muertes. En cambio, la memoria y los recuerdos ya tienen vida propia. Son y serán sin duda, las palancas y medios para reconstruir esa sensibilidad de indignación ética y social que tanta falta nos hace. Como hace 200 años y desde los Andes, tal vez se vaya gestando con método y pausa, el contenido plebeyo que estuvo en el origen de la independencia. Para refundar esta agrietada república criolla, citadina y que se ha erigido de espaldas a las mayorías sociales urbanas y rurales.