Opinión

La necropolítica de la sagrada familia en los tiempos del COVID-19

Por Alejandra Ballón
La necropolítica de la sagrada familia en los tiempos del COVID-19Foto © Luisenrrique Becerra | Noticias SER

En el Perú –como en muchas partes del mundo– estamos viviendo dos pandemias no una. De una parte, la pandemia sanitaria en donde el coronavirus arrasa con los cadáveres de ricos y pobres, aunque como bien señala Butler, el virus no discrimina, pero seguramente nosotros sí. De otra parte, la pandemia social del patriarcado feminicida, apuñala, degüella, asfixia y masacra a las mujeres. Viola a diestra y siniestra a niñas y adolescentes. Para frenar esta doble necropolítica de la sagrada familia en los tiempos del COVID-19 necesitamos que tú –en plena cuarentena– te involucres.

En América los presidentes, Trump, Bolsonaro, López Obrador y Piñeira, tienen en común un discurso abiertamente misógino que ha hecho mucho por fortalecer la pandemia social de la violencia. Estupefactas hemos visto como les importa tan poco la vida de las mujeres. Ahora ellos, al tener que tomar decisiones para poder enfrentar la pandemia sanitaria, han puesto por delante de la vida de las personas sus propios intereses económicos, y así, tenemos que presenciar (en vivo y en directo) como hacen usura de la gestión de la sanidad pública intentando capitalizar los diagnósticos, la muerte y las posibles vacunas con gran descaro.

Vizcarra a diferencia del resto no hace uso de la misoginia, y en su gobierno se han tomado –hasta ahora– las medidas justas y radicales para prevenir y enfrentar el SARS-CoV-2. Las personas peruanas -aquí y en el extranjero- sacamos orgullosas los pompones, pero no calculamos que esta pandemia sanitaria aún bien controlada en Perú, se traduciría en 2,855 denuncias sobre casos de violencia familiar contra mujeres en los 8 primeros días de cuarentena. Un feminicidio, dos violaciones a niñas de 4 y 12 años y las cifras van en aumento. Así, la emergencia sanitaria global agrava aún más la insostenible pandemia social de la violencia de género.

Como siempre esas son sólo las cifras oficiales. Duele sólo el pensar que en estos momentos los agresores –aprovechando la cuarentena– estén produciendo y enterrando cadáveres en los patios traseros de sus casas, mientras nosotros nos mantenemos a un metro de distancia. Así con suerte, el Estado y nuestra demostración cívica nos librará de las grandes fatalidades del virus, pero quien libra de la muerte a las mujeres obligadas por mandato gubernamental a convivir en aislamiento social con sus agresores. Es paradójico, pero si las mujeres afectadas por la violencia deciden y logran escapar, estarían violando el Estado de emergencia.

La deuda del Perú con las mujeres es histórica, colonial, capitalista y religiosa. Va desde las violaciones masivas que significaron el proceso de colonización, hasta las insostenibles cifras de agresiones, pedofilia y feminicidio hoy. En medio, las masivas y sistemáticas violaciones sexuales y esterilizaciones forzadas que el Estado peruano perpetró durante el conflicto armado interno y que hasta la fecha han quedado impunes. Así es como esa deuda política late y late, mientras que la pandemia ataca, el contexto de violencia se vuelve endémico. La hemos naturalizado y ocultado durante tantos siglos y hoy las cifras de denuncias estallan en el corazón de las sagradas familias peruanas.

El primer mensaje a la nación que Vizcarra enarboló para hacerle frente a la pandemia del coronavirus consideraba personas vulnerables a los adultos mayores y las familias de escasos recursos. Paradójicamente, el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP) sería el ente encargado de asistirlas. En respuesta, el movimiento feminista que ya venía advirtiendo que en los lugares donde la pandemia sanitaria se ha contrarrestado bajo la figura de la cuarentena se han intensificado las violaciones a los derechos de las mujeres, comenzó a alarmarse y a recordar que, según data del Ministerio Público en el Perú, el 80% de las agresiones son perpetradas por parejas o ex parejas y el 60% de feminicidios ocurren en el seno del hogar. Una vez más la problemática de género quedó excluida dentro de los planes para frenar una pandemia sanitaria que a todas luces dispara con mayor fuerza contra el cuerpo de mujeres, niñas y adolescentes.

El 25 de marzo, Vizcarra puso por fin el tema en la agenda nacional. Reconoció que el MIMP recibió más de 600 llamadas de violencia contra la mujer, de las cuales se han verificado y atendido 169 casos. Así, ambas pandemias interactúan y se relacionan y deben ser reconocidas en el tejido de esa dinámica y analizadas desde la perspectiva de género. En Perú, el virus ataca fatalmente a más hombres (80%) que a mujeres (20%) quienes estamos más protegidas por estrógenos. Sin embargo, en Perú la mortalidad de la violencia de género ataca mucho más a las mujeres (100%) que a los hombres (0%). Asimismo, un dato relevante es que según la UNFPA las mujeres representan el 70% de la fuerza laboral del sector salud en el mundo.

Ahora bien, aquí y ahora, la cuarentena se alarga y con ella la paradoja política que radicó en salvar vidas a costa de poner en riesgo la vida de las mujeres, es una ecuación que no hace sino incrementar la ya insostenible deuda social. El gobierno debe actuar rápido y nosotras debemos alzar la voz. Entonces, ¿cómo vamos a enfrentar esta doble ecuación pandémica de vida o muerte? ¿Cómo se puede salvar la vida de las mujeres durante el estado de emergencia si la cuarentena las vuelve más vulnerables? ¿Cuáles son las medidas concretas que el gobierno y particularmente el MIMP van a implementar para resolver la ola de violencia contra las mujeres, niñas y adolescentes provocada por el estado de emergencia, es decir, por el Estado peruano?

Como ciudadanos el Ministerio nos recuerda que, en cualquier situación de violencia contra las mujeres, las personas víctimas o testigos puede comunicarse con la Línea 100 o el Chat 100 (www.mip.gob.pe/chat100) para recibir orientación o acudir a una comisaría a fin de denunciar el hecho –de manera anónima o identificada– y recibir protección. Es decir, debemos pasar de ser cómplices a ser testigos y denunciantes activos. Ante la violencia intrafamiliar, debemos actuar, grabar audios, videos, tomar fotos y ser capaces de superar los miedos individuales en aras de lograr el bien común.

El MIMP ha implementado, los hogares de refugio temporal (HRT), que brindan un espacio seguro de acogida a las mujeres afectadas por hechos de violencia de género junto a sus hijos e hijas, hasta que el perpetrador esté detenido y juzgado. Por lo pronto los HRT ya han albergado a 18 mujeres. Como comprenderán esto es insuficiente. Se tiene que implementar una red de refugios a nivel nacional, que funcionen bien. Los HRT deben ser un espacio de protección y contar con un programa educativo con enfoque de género, incentivos económicos e inserción laboral. Lo ideal sería que se acompañe el sistema nacional de HRT de juzgados especializados que puedan agilizar el acceso a justicia y que tomen en cuenta la inserción laboral de los agresores, por ejemplo, el trabajo social en el ámbito carcelario podría también enfocarse desde una perspectiva de género que beneficie a los HRT. En todo caso, programas eficaces y exitosos para terminar con esta pandemia social existen en varios lugares del mundo y deben quedar en manos de las expertas. Buenas opciones hay, es solo cuestión de adaptarlas e implementarlas con firmeza lo antes posible.

El problema del Estado ahora es la urgencia. Esto no puede esperar más y debe ser prioridad nacional. Vizcarra ha demostrado la voluntad política, así que si la inacción radical para librar la batalla contra la histórica pandemia social de violencia contra la mujer –la cual comprendemos como parte integral de la pandemia sanitaria– es sólo un problema económico o de trabas congresales y/o administrativas, esto debe resolverse como lo que es, un estado de emergencia nacional, y si es necesario con un financiamiento publico-privado pero gestionado por un buen sistema estatal que vele por la salud y la vida de peruanas y peruanos en igualdad. Paradójicamente, este momento es también una oportunidad única de salvar la vida de las mujeres.