Opinión

La democracia llega a los Estados Unidos

Por Luis Chávez Rodríguez
La democracia llega a los Estados UnidosFoto: Hannah McKay/Reuters

Democracy is coming to the USA It´s coming through a crack in the wall On a visionary flood of alcohol

Leonard Cohen

El sistema democrático capitalista, creado por los Estados Unidos hace 244 años y que ha exportado, y sigue exportando a sangre y fuego por el planeta, no llega a consolidarse como quisieran los sectores conservadores ni siquiera en el país que le dio origen. El mismo Joseph Biden, que acaba de ser elegido como el presidente número 46, lo dijo en un pequeño discurso, para calmar a los manifestantes de ambos bandos políticos en disputa, quienes andaban armados hasta con ametralladoras y a punto de desencadenar un baño de sangre, en las calles de muchas ciudades estadounidenses: “La democracia es a veces desordenada y requiere paciencia”, una paciencia que dura siglos, debería acotarse. Por el otro lado, el loser Trump, hacia sus berrinches en su fase de negación de una realidad que le desinflaba su monstruoso ego y declaró, como suele hacer, usando su retórica y gestualidad amenazante, que el sistema electoral estaba corrupto, que no aceptaría una derrota y que iría a los tribunales con sus reclamos de fraude.

La morbilidad de este tipo de democracia, sostenida por su poderoso equipamiento bélico y el férreo control indirecto de las personas, tanto dentro como fuera del país, que se hace evidente en momentos de crisis como el que vive el planeta entero, ha salido a la luz pública global en este último año por efectos de la gran pandemia y por el deterioro del viejo sistema capitalista que lo sustenta. Este tipo de democracia comienza a mostrarse como inoperante, falaz y brutal, no sólo fuera de los Estados Unidos, sino en el mismo interior del mismo país, pero aún así se pretende seguir imponiéndolo como el único sistema legítimo.

El país que surgió como República después de las luchas de los colonos de ascendencia europea en contra de la corona inglesa, con un discurso libertario y providencialista, se abrió paso rápidamente tomando tierras de las naciones indígenas originarias y esclavizando africanos para consolidar su proyecto político y saciar su incontenible ambición económica. Es decir, esta democracia se inició apoderándose de las tierras y de la fuerza de trabajo de sus esclavos, por lo tanto, era previsible que tarde o temprano un amargo sabor a desorden y a fraude tendría que hacerse evidente y ser admitido por los propios aspirantes a presidentes, como ha sido el caso de ambos contendores en estas elecciones del 2020. Hechos terribles, invisibilizados, que los norteamericanos, favorecidos por el sistema, no podían percibir venía envileciendo, durante toda su historia, esta propuesta democrática.

El escritor afroamericano, James Baldwin, lo dejó claramente expuesto en los siguientes términos: “Hay días, este es uno de ellos, en los que te preguntas cuál es tu papel en este país y cuál es tu futuro aquí. ¿Cómo, precisamente, vas a reconciliarte con tu situación aquí y cómo vas a comunicarle a la vasta, descuidada, irreflexiva y cruel mayoría blanca que estás aquí? Me aterroriza la apatía moral, la muerte del corazón, que está sucediendo en mi país. Estas personas se han engañado a sí mismas durante tanto tiempo que realmente no creen que yo sea un ser humano. Y baso esto en su conducta, no en lo que dicen. Y esto significa que se han convertido en sí mismos en monstruos morales". Estas palabras dichas, por Baldwin, durante su activismo social y su participación en el reclamo de los derechos civiles de la comunidad afroamericana en los años 60, muestran matices inadvertidos por sus militantes de un sistema que les ha dado un nivel de bienestar básico pero engañoso, sobre la base del sufrimiento de los que no están incorporados o trabajan en sucesivas formas de esclavitud moderna, como los indocumentados en este país. Esta democracia no ha sido ni tan libertaria ni tan justa para una gran cantidad de sus propios ciudadanos, que hasta el día de hoy no alcanzan los objetivos de su Constitución, que en su primer párrafo dice: “Nosotros, el Pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una Unión más perfecta, establecer Justicia, afirmar la tranquilidad interior, proveer la Defensa común, promover el bienestar general y asegurar para nosotros mismos y para nuestros descendientes los beneficios de la Libertad, estatuimos y sancionamos esta Constitución para los Estados Unidos de América.”

Estos propósitos, que si bien es cierto, alcanzaron a un sector de la sociedad norteamericana blanca y masculina, en estos 244 años, no llegaron a extenderse a la totalidad de sus ciudadanos. Millones de “Black, Indigenous, People of Color o BIPOC “ (terminología actualmente de moda en Estados Unidos para referir, sin excluir a ningún grupo, a gente de origen no-blanco-europeo) continúan demandando su incorporación a esta democracia que los incluye en el discurso oficial y los rechaza violentamente en la vida cotidiana. Sin embargo, la democracia norteamericana está en proceso de cambio, muy lento y con contramarchas como el periodo de pesadilla del perdedor de estas elecciones, que intentó dar marcha a los terribles años de antes de los 50 para organizar con ese pensamiento racista su proyecto político. Es más, desde la intervención política a escala nacional de Bernie Sanders, con su candidatura en las elecciones internas del partido Demócrata del 2016, donde ganó 23 de los 50 estados que sumaron 1865 delegados de un total de 4763 ha revolucionado el panorama político norteamericano.

Sanders expuso sus propuestas dando un giro contundente al discurso político, incorporó al debate nacional la propuesta de una “Democracia socialista”, sin que esta retórica sea tomada con las connotaciones demoniacas con las que hasta hace poco, palabras como socialismo o comunismo solían tener. Viejas connotaciones sembradas durante la guerra fría tanto en el pueblo norteamericano, especialmente protestante e impuestas en territorio americano hispanohablante a través de innumerables campañas organizadas por oficinas de inteligencia y por los golpes de estado que impusieron y todavía, en estos tiempos, intentan promover.

El proyecto de una democracia socialista en los Estados Unidos, todavía es incipiente, pero va en progreso y con el liderazgo de Sanders ha incorporado a una entusiasta juventud norteamericana en política. Paralelamente, vienen construyendo su carrera política en un sector de izquierda, al que llaman el “ala progresiva del partido demócrata”, donde se encuentra un grupo de jóvenes lideresas denominado, “The Scuad” (la mancha), conformado por rostros cada vez más visibles en el panorama político norteamericano. Ellas son: Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Abdullahi Omar, Ayanna Soyini Pressey y Rashida Harbi Tlaib. Todas, ganadoras de escaños la Casa de Representantes y seguramente, en el futuro, caminando por sus curules en el Senado por el partido demócrata, que no necesariamente las ven con buenos ojos, por ahora. Ellas fueron elegidas nuevamente en estas elecciones y siguen sumando seguidores. Están también en líneas paralelas, del cambio de la política norteamericana, las Representantes indígenas, también demócratas, Deb Haaland y Sharice Davids quienes conservan sus escaños y que por su lado suman la presencia de otra mujer indígena más, la republicana Yvette Herrell, a la Casa de Representantes.

Lo que se va decantando en los mismos Estados Unidos a estas alturas de su historia es que este tipo de Democracia capitalista no es la única. Se visualiza, cada vez más claramente, que su adjetivo se ha constituido en la perversión del nombre, a juzgar por los resultados de estos 244 años de vida, y que pretendiendo la justicia y la libertad para su pueblo, ha creado un sistema que beneficia sólo a los que manejan el capital. La democracia capitalista ha creado sociedades donde primero está la acumulación de el dinero y luego el bienestar de las personas. Como sistema, con sus principios iniciales que sólo han quedado para la propaganda, no logra cumplir con sus propósitos ni siquiera en dicho país. Este sistema que pretende defender el derechos de sus ciudadanos para elegir a sus gobernantes que procuren el bienestar de sus electores se ha convertido, más bien, es una perversión opresora de las mayorías. Este sistema económico que causa la perversión del sistema político ha sido estudiado, explicado y criticado, ya, ampliamente por la economía y la filosofía desde inicios del siglo XIX y durante todo el siglo XX, sin embargo, el capitalismo y esta democracia norteamericana se ha esforzado en disipar estas críticas y en combatir el surgimiento de otras propuestas democráticas que apuntan hacia una organización de tipo colectivista antes que individualista. Como es sabido, este debate no sólo se han dado en el campo de las propuestas económicas y políticas, sino en campos reales de batalla, a través de guerras feroces y desiguales para imponer la democracia capitalista en el mundo entero.

La democracia capitalista imperante en Estados Unidos, sin embargo, muestra ya claras señales de agotamiento. Mark Fisher (1968-2017), quien ha formulado una de las más lúcidas y contundentes críticas de este sistema, en su libro, Realismo capitalista: ¿No hay alternativa? (2016), siguiendo la ruta de filósofos como Deleuze, Badiou, Jameson y Zizek, después de mostrarnos las diferentes contradicciones que el sistema ya no puede ocultar, no sólo en Norteamérica sino a nivel planetario, concluye su libro con el siguiente párrafo: “ El evento más sutil es capaz de abrir un enorme agujero en el telón gris y reaccionario que ha cubierto los horizontes de posibilidad bajo el realismo capitalista. Partiendo de la posibilidad que nada puede cambiar, todo resulta posible una vez más.”

Estas elecciones del 2020, donde cayó la versión del poder capitalista más exagerada y grotesca, ha mostrado ese horizonte de lo posible. Atrás de las figuras de Biden y Harris y del partido Demócrata han estado operando fuerzas que están mostrando enfáticamente sus rostros y que serán difíciles de subyugar indefinidamente, fuerzas que están desgarrando el telón superficial de la democracia capitalista. Sólo para citar algunos de estos nuevos rostros que asoman al protagonismo de la futura política norteamericana y que están cuestionando su sistema político y económico señalaré a los que han sufrido históricamente las consecuencias de ese sistema excluyente. Por ejemplo, están los afroamericanos, al día de hoy representados por el movimiento “Black Lives Matter”, quienes han mantenido sus largas e históricas marchas en las calles y que se intensificaron, en este último año, con el asesinato de George Floyd. Están los indígenas norteamericanos, la comunidad méxico-americana, conjuntamente con los denominados “latinos”, los movimientos feministas y otras importantes minorías como los LGTBQIA. Estos grupos han crecido demográficamente y han sido determinaste en el triunfo demócrata, especialmente los afroamericanos y latinos, quienes son los más afectados y que actualmente son las principales víctimas de la pandemia a causa, precisamente, de la vulnerabilidad que este sistema ha creado sobre ellos.

Cada uno de estos grupos tiene una larga historia de sacrificio y de luchas que la nueva administración no podrá resarcir ni en cuatro ni en ocho años. Para que estas minorías puedan ser incluidas hace falta mucho más que las buenas intenciones del nuevo presidente electo. Pero tener a una vicepresidenta mujer, la primera en esta vieja democracia, que se identifica como “Black and Indian American” es muy significativo y podría constituir un portal de apertura hacia políticas inclusivas mucho más sinceras en la cuna de la democracia. O, como dice el poeta y cantautor Leonard Cohen, And it´s here the lonely say/ That the heart has got to open in a fundamental way/ Democracy is coming to the USA.