Opinión

Hablemos de "Lo Normal"

Por Laura Arroyo Gárate

Comunicadora política. Directora del podcast “La batalla de las palabras”

Hablemos de "Lo Normal"Imagen: Composición Noticias SER

“Contiene escenas de ideología de género” (CINEPLANET Perú. Sinopsis de la película ‘Lightyear’ 2022)

Cuando Jaime Rodríguez, productor de “La batalla de las palabras” y yo decidimos dedicar un episodio del podcast a la palabra “normal” no éramos conscientes de que, a diferencia de otras palabras, nos suponía un trabajo previo al de recaudación de información. Escribir sobre “lo normal” supone pensar en “lo normal” y, en este ejercicio, existe ya un paso a priori por parte de quienes hacemos la reflexión: un reconocimiento de nuestras propias subjetividades sobre “lo normal” y, si así lo decidimos, una deconstrucción de las mismas. En el camino, se aprende pero también nos sorprendemos por lo interiorizadas que tenemos algunas fórmulas de “normalidad” que nada tienen que ver con coordenadas objetivas.

Lo primero a lo que nos llevó pensar “lo normal” fue sin duda la identidad y las interrelaciones producto de estas identidades asumidas como “normales”, en desmedro de otras calificadas como “anormales”, cuando menos, “incorrectas”, “excéntricas”, “indecentes”, la mayor parte del tiempo. Para Nerea Pérez de las Heras, periodista y humorista española, directora del podcast Lo Normal, la concepción de “normalidad” genera una serie de violencias para quienes no encajan en estos márgenes. Ella nos habla del carácter tóxico y violento de esta “normalidad” expresada en, por ejemplo “el sistema económico que hemos normalizado y que se sostiene sobre la miseria de 2 tercios de la humanidad.” Por otra parte, nos habla de la perversidad de las ventajas de encajar con esta “normalidad”: “Físicamente para las mujeres ser normal o normativa es deseable no por otra razón más allá de que el sistema lo premia. El sistema no castiga un cuerpo normativo, sino que le abre todas las puertas. No llama la atención y es bienvenido. Cuando el mundo no ofrece resistencias pagas el precio.”

Lo que señala Pérez resulta importante pues asumimos, generalmente las mujeres, una imposición que no es para nada natural, por una cuestión pragmática. Por “encajar” en unos moldes en que el mundo opera de manera más amigable. Y esta es la clave. Como vimos ya respecto a la palabra “género”, uno de los problemas más grandes que tenemos entre manos cuando hablamos de las palabras, es que existen algunas que lo que buscan es naturalizar lo que no es natural. Y lo hacen porque en esa “naturalización” cierran las puertas a su posible transformación. Cuando pensamos en lo “normal” y en todo aquello a lo que hace referencia, estamos “naturalizando” lo que se concibe como aceptable dentro de esa “normalidad” y lo que debe ser censurado o deslegitimado por salirse de esos cánones. No es solo un tema estético, es una imposición completamente artificial que se relaciona directamente con el poder.

Pensar en “normalidad” nos lleva también a recordar ese periodo de la pandemia que sigue evidenciando sus resacas hoy y en cómo parecíamos todos desear llegar a la prometida “nueva normalidad”. Pero lo cierto es que asumimos irreflexivamente este sintagma sin repensar si tenía realmente de “nueva” o de “normalidad”. De hecho, en la concepción misma del rótulo encontramos una naturalización. A ello apunta la activista, feminista y escritora boliviana, Maria Galindo, cuando señala que asumir el discurso de la “nueva normalidad” supone “normalizar” -y por tanto “naturalizar”- la vieja normalidad. En ese tránsito, nuestras ansias por el retorno a lo conocido en tiempos de incertidumbre nos lleva a olvidar todos los quiebres de esa vieja normalidad que, por cierto, nunca fue “normal”. Asimismo, al entrar en esta nostalgia por los regresos, obviamos un detalle fundamental: que es la vieja “normalidad” la que generó las consecuencias de una pandemia mundial. Por eso, Galindo nos invita a contrastar antes bien “normalidad” con “anormalidad” y no “nueva” con “vieja” pues, como señala “La nueva normalidad es la vieja sumisión. Es el viejo colonialismo”.

En la misma línea, la antropóloga e investigadora peruana, Sayuri Andrade, nos recuerda una de las ruedas de prensa lideradas por el entonces presidente, Martín Vizcarra. En dicha oportunidad afirmó que el virus no distinguía clases sociales. Y, como bien señala Andrade, ocurre justo lo contrario pues “el virus lo que hizo fue visibilizar las costuras de nuestro sistema y mostrarnos en vivo y en directo la enorme precariedad y las desigualdades existentes en el país como consecuencia de tener un Estado reducido a su mínima expresión”. Claro que el virus distinguió clases sociales, la evidencia es que hubo quienes pudieron costear luchar contra él en una cama UCI impagable por las mayorías, y quienes murieron por no poder siquiera pagar para luchar por su vida.

Nuevamente, vemos que la noción de “normalidad” no hace sino perpetuar desigualdades preexistentes que, con esta palabra, logran naturalizarse en el imaginario social. Esta noción de lo “normal” ha sido también quebrada en las elecciones de 2021 donde la elección de Pedro Castillo como Presidente encaja como una respuesta a lo que se consideraba “lo normal”. Castillo es, en palabras de Andrade, “producto también de ese momento pandémico” que hizo saltar las costuras y despertar justas indignaciones que llevaron a Palacio de Gobierno a Pedro Castillo quien “rompió con un orden hegemónico “normal” en nuestro país, en donde las élites gobernaban para el resto. El 1% sobre el 99%. Esa “normalidad” se rompió.”

Como vemos, la noción de “lo normal” se relaciona directamente con el ejercicio del poder y, por lo mismo, es necesario hablar del orden concebido como “normal”. Para ello, contamos con el periodista, escritor y especialista en temas de racismo y discriminación, Marco Avilés, quien nos habló de “la blanquitud” y de cómo ésta es considerada “lo normal” en sociedades de castas como en la que vivimos.

Para Avilés es fundamental entender “que la forma como tiene el poder en nuestros países está asociada a la blanquitud pues el poder en Latinoamérica ha sido creado desde la blanquitud y desde la institucionalización de la desigualdad.” En efecto, no hay nada de “normal” en que el poder resida o sea ejercido desde prácticas que perpetúan una jerarquización social pero, asumimos que esa es la “normalidad”. En la misma línea, Avilés nos recordó el episodio en que en el Congreso de la República, Maricarmen Alva, Presidenta del Congreso, interrumpió al entonces primer ministro, Guido Bellido, para pedirle que hablara en español para que más lo entendieran. Como señala Avilés “esto no es solo racismo, porque, nuevamente volviendo a la blanquitud como categoría de clasificación de la realidad, se construye en oposición a las cosas que no son blancas. Las personas blancas se piensan blancas en oposición a las personas que no lo son. Entonces, cuando Maricarmen Alva evita que Guido Bellido hable en quechua está construyendo esa oposición entre el español y el quechua. Lo blanco y lo no blanco. Lo blanco como dominante”.

Cuando se justifican estas acciones señalando la “normalidad” que supone hablar español en el Perú, se pasa por alto que esa “normalidad” no es tal y que en un país con millones de hablantes de quechua debería ser bastante más “normalizado” que se utilice esta lengua en un espacio de representación nacional como es el Congreso de la República. Lo que vemos, entonces, es un discurso de “normalización” de fórmulas de poder y de dominio que no son naturales y, por lo mismo, son completamente transformables. Del mismo modo, vemos que “lo normal” es utilizado generalmente para construir una oposición con aquello que no lo es y, de este modo, se justifican desigualdades, opresiones, exclusiones, censuras, etc.

Inicié esta columna con la sinopsis que hace pocos días difundió la cadena de cines Cineplanet, empresa del grupo Infocorp, sobre la película “Lightyear”. En la sinopsis, Cineplanet “advierte” sobre la “ideología de género”. Al respecto de este falso rótulo hemos hablado ya en la columna dedicada a la palabra “género” y hemos señalado por qué es útil para los grupos conservadores y de derecha y extrema derecha hablar de una “ideología” para así enmarcarla como un derivado del comunismo, izquierdismo o socialismo que es, en suma, su adversario a batir. Sin embargo, quiero llamar la atención sobre la relación que tiene con “lo normal” que una cadena de cines haga esta falsa advertencia en una demostración de ignorancia absoluta o perversidad consciente.

“Lo normal” como hemos visto, supone el trazo de una frontera entre quienes calzan en esa concepción subjetiva y quienes no. La pregunta, entonces, debiera ser ¿quién delinea esa frontera? y, sobre todo, ¿quiénes se benefician de que esa frontera esté donde está? Si somos conscientes de que “lo normal” no existe, sino que se trata de una construcción artificial, conviene también que repensemos sobre lo que asumimos como “normal” en nuestra cotidianidad. Y, en este sentido, desde grupos conservadores, gracias a sus altavoces en los poderes mediáticos y a sus representantes en los poderes económicos, empresariales y políticos, han logrado instalar un falso debate donde no prima la argumentación ni mucho menos la data científica o el rigor factual, sino las ideas que se asumen irreflexivamente como pre-existentes. La intención de colectivos como “Con mis hijos no te metas” por censurar el contenido educativo de los y las niñas y adolescentes en los materiales escolares no tiene otra intención que la de hegemonizar lo que ellos delimitan como lo “normal”. Y en esta batalla cuentan con poderosos cómplices. No les interesa en lo absoluto proteger a sus hijos e hijas, no les interesa tampoco cuidar sus derechos pues el acceso a la educación sexual integral es un derecho reconocido a nivel internacional, no les interesa tampoco el cuidado de las millones de niñas que en Perú son hoy más vulnerables desde que ese proyecto de ley de censura fue aprobado, ni les interesa tampoco que sus hijos no vean un beso inofensivo en una escena de un segundo en una película de difusión. Lo que les interesa es trazar esa frontera subjetiva entre lo que debe ser reconocido como “normal” y lo que no. Lo que debe ser admitido, aceptable, aplaudible y recomendable versus lo que debe ser aborrecible, marginal, invisibilizado y censurado.

Hace unos años la disputa sobre estas fronteras contaba con un protagonismo notorio de los movimientos emancipadores, disidentes, diversos, feministas, del colectivo LGTBI, etc. Y es por el éxito de sus avances, por el ensanchamiento de derechos a nivel mundial, por el alcance cada vez más amplio de sus demandas y la aceptación plena de vidas diversas y plurales que la reacción se ha hecho también más fuerte. La ola conservadora y reaccionaria, con tintes fascistas en algunos países y con fascismo explícito en otros, no es otra cosa que la evidencia de que la batalla la estábamos ganando quienes aspiramos a derechos para todos, todas y todes. Pero ante cada victoria, lo sabemos bien, surgen reacciones furiosas. Que sea el mismo grupo empresarial (Infocorp) el que vive en la contradicción de pintar su sede de Interbank de los colores del orgullo en este mes de junio y a la vez publicar una advertencia sobre la falsa ideología de género en una película, es la evidencia de que la disputa se encuentra en un nuevo nivel pues se ha perdido la noción de lo “correcto” en términos políticos en desmedro de temores y miedos a la reacción furiosa de los censuradores que en Perú cuentan además con un brazo violento fascista como son los grupos La Pestilencia, Los insurgentes, etc. Es el temor a esa reacción la que moviliza el tránsito de empresarios a empresaurios que asumieron, aunque solo de fachada, el discurso por derechos y ahora rechazan ese pequeñísmo paso adelante con cobardía.

La disputa está, entonces, en un nuevo nivel y en este nuevo nivel toca tener muy claro no sólo aquello que defendemos quienes apostamos por más derechos para todos y por el reconocimiento cabal de cualquier ciudadano o ciudadana, sino sobre todo en acabar con esa frontera que ha delimitado el adversario. Asumir “lo normal” con su caligrafía es la peor de las derrotas. Toca construir una nueva caligrafía común que resignifique esa “normalidad” o que, mejor aún, sea capaz de apropiarse de una nueva palabra que señale a quienes quieren censurar a la mitad de la población, mientras que otros apostamos por construir un país amplio donde caben todos, todas y todes. Incluso aquellos que, de tener poder, eliminarían a la mitad que les incomoda. ¿Cómo puede ser “normal” esa forma de entender el mundo?