Opinión

En mi baño no te metas

Por Violeta Barrientos Silva

Escritora y abogada feminista

En mi baño no te metasFoto: ibero.mx/Valentina González

Se ha montado todo un escándalo a partir de la existencia de baños que son para hombres o mujeres y que permiten el ingreso de personas de “identidad femenina” o “identidad masculina” en ambos casos. Antes que nada, habría que aclarar que esta es la versión actualizada de la propaganda antiderechos humanos que circula por el planeta. Crear miedo es una de las formas clásicas de anular derechos, y qué mejor que la disputa en torno a un baño, emblemático lugar de latencia sexual y defensa de lo moral. El término exacto de este fenómeno es “pánico moral”. Hay diferentes versiones históricas del asunto: ahora la fuente de peligro son las mujeres trans, así como en el pasado, lo fue el “negro violador” en países que nunca pudieron reabsorber socialmente a esclavos libertos, lo que sirvió no solo para separar los baños, sino todos los servicios que podía dar el Estado y mantener el espacio de los blancos a salvo. El mito dividió entre “civilización cristiana, blanca, occidental” y “no cristiana”, y justificó linchamientos públicos que se convirtieron en un espectáculo para niños y familias gozando de haber aniquilado el mal.

Los crímenes y campos de concentración donde en los años 30 y 40 se ejecutaron a miles de judíos, negros, gitanos, homosexuales, y a todo aquel que fuera distinto al ideal de civilización aria que el totalitarismo de extrema derecha tenía por entonces en la cabeza, obligaron al surgimiento del “sistema de derechos humanos” que actualmente nos rige y que recogió el principio de igualdad que la revolución republicana francesa había proclamado dos siglos antes. Un sistema internacional de Pactos y organismos como Naciones Unidas, y para este continente, la OEA, se encargan de su vigilancia.

Los derechos humanos fueron una suerte de plan político para muchos, y de ahí en adelante, fue extendiendo sus alcances a mujeres, negros, población LGTBI, que entre otros grupos consiguieron protección y avances en sus demandas. Sin embargo, a la par de ese avance en igualdad de derechos, la anulación del Estado como ente distribuidor de la riqueza en estos últimos cincuenta años y la falta de propuestas desde el progresismo ante ese modelo neoliberal, hizo que la igualdad material se deteriorara a nivel mundial y el autoritarismo se sintiera muy seguro como para volver de su destierro ideológico y recobrar fuerzas. La llegada de Donald Trump a la presidencia de uno de los países garantes de la democracia mundial se encargó de validar lo políticamente incorrecto a nivel global. Hoy en día, no es raro observar el resurgimiento de voces de extrema derecha o extrema izquierda, herederos de Hitler y Stalin, atacando la estructura de organismos y normas que nos protegen del racismo, sexismo, y todo tipo de discriminación. Aquí están sentadas en la Mesa Directiva del Congreso desde la semana pasada.

Quienes reivindican la guerra contra lo “políticamente correcto”, llaman “caviares” en Perú, “wokes” en EEUU o “progresistas” a los que defienden el sistema de derechos. Ya se han hecho del poder en varios países. El gobernador DeSantis en Florida y probable futuro candidato a la presidencia de USA, defiende la prohibición en la enseñanza pública en su estado, de temas ligados al género y la sexualidad, y cree que la esclavitud “sirvió para aprender oficios”; Giorgia Meloni, Primera Ministra de Italia, llama “patriotas” a los que defienden a la cultura occidental, blanca y cristiana, de extranjeros a ella y revive el lema fascista de Mussolini de “Dios, Patria y Familia” como manifiesto de amor. En el Perú se suman a la cruzada antiderechos algunos de nuestros partidos: Peru Libre, Avanza País, Renovación Nacional, o Fuerza Popular, un ejército de trolls y un monopolio de medios manejado por una oligarquía que en los años 30 estuvo identificada con el fascismo.

Los mecanismos a usar para desmontar el sistema de derechos acuden fundamentalmente al miedo. Se crea un enemigo exterior, “el caviar”, “el terruco”, así como lo ha sido el “judío”, el “negro”, o “la gente de los cerros”. Se alude a la posibilidad de un ataque del que hay que defenderse, y a una víctima radical, por lo general, mujeres y niños. Los violadores de niños “deben pagar con la vida y para ello es mejor retirar al país del sistema “caviar” de derechos humanos”. Acusan a los progresistas de defender delincuentes y violadores, y de oponerse al uso de armas de los ciudadanos. Afirman que los niños y mujeres deben ser protegidos por sus familias, y las familias ser un Estado dentro del Estado. Con esa actitud defensiva se excluye a todo lo que se considera contaminante, ya sea por su color de piel, su condición económica, su orientación sexual, su religión o cultura, o su enfermedad física o mental.

Al mecanismo de generar el “pánico moral” se añade la sempiterna excusa de la “inutilidad” de un sistema “tontamente benéfico” que quiere otorgar concesiones a diestra y siniestra. “Para qué dar derechos –dicen-, si hombres vestidos de mujer van a esconderse en los baños de estas, si ciegos van a hacerse pasar por ciegos, si locos pueden hacerse los locos, si analfabetos o mujeres no sabrán usar el voto”. Las posibilidades de fracaso de una norma son siempre existentes, pero bajo el modelo de una sociedad inclusiva se puede perseverar a través de condicionamientos sociales que faciliten la adopción de derechos. No nos engañemos, quienes hoy se encubren tras una supuesta defensa de la moral en los baños son los que se han opuesto a leyes contra el feminicidio, a investigaciones sobre la pedofilia en las iglesias, o a que los niños sean protegidos de sus propias familias. Se apuran en desmontar lo obtenido para dar lugar a un retroceso de setenta años a favor de la ley del más fuerte.