Opinión

El Pedro Castillo que se descubre con el colapso de su gobierno

Por Carlos Reyna

Sociólogo

El Pedro Castillo que se descubre con el colapso de su gobierno Foto: Flickr Presidencia de la República

Como bien se sabe, el gobierno de Pedro Castillo es débil desde sus orígenes. Lo es por la fragilidad de sus propios recursos, lo complicado del contexto en que asumió el mando, y el temperamento adverso de la mitad de la opinión pública y de la mayoría de los medios tradicionales. Encima, todo eso quiso ser siempre aprovechado por una extrema derecha fanática que hasta ahora sostiene que las elecciones de 2021 fueron un fraude y no ha desistido nunca de su voluntad de derrocarlo.

Todos esos elementos se han mantenido durante estos seis meses del gobierno. Por eso, sus dos primeros gabinetes recibieron la confianza de un Congreso que votó con dientes apretados. El de Mirtha Vásquez, con una votación bien baja en comparación con otros gabinetes. Pasaron la valla porque hicieron concesiones para tener los votos necesarios. Guido Bellido, supuestamente el más radical de los dos, ni siquiera mencionó la palabra Constituyente en su discurso.

Era difícil, pero se podía

Con todo, se demostró que el gobierno podría sortear sus dificultades con algunos ajustes, aislar a la oposición más delirante, y sacar adelante siquiera una parte de su programa. Por lo menos aquella que fuera más cercana a las urgencias de los más pobres y a las demandas de transparencia y anticorrupción de la ciudadanía. Con solo ello, Pedro Castillo podría hacer un gobierno mejor al de sus predecesores y dejar un buen recuerdo de la primera presidencia de un maestro rural en la historia del Perú.

Ahora, todo indica que esa posibilidad ya fue dilapidada. Que lo hecho en estos seis meses ha debilitado casi hasta el hueso al gobierno, que el rechazo de la ciudadanía ha crecido en todos los sectores, que sus opositores de mayor encono van otra vez por su destitución, que ha apartado a sus mejores aliados, y que estos también barajan la pregunta de si no es mejor que Castillo renuncie, en bien del país.

Cómo se llegó hasta aquí

A mediados de enero el tema que se estaba convirtiendo en el foco de atención del país era el derrame de petróleo por responsabilidad de la empresa Repsol. Sus consecuencias y la manera como ésta manejó el desastre hacía prever que este iba a ser el gran tema para la prensa por varias semanas.

El mar político, en cambio, estaba calmo para el gobierno, pese a recurrentes nombramientos escandalosos, a reuniones sospechosas y a que el propio presidente estaba siendo investigado por presuntos delitos. Un segundo intento de vacancia había vuelto a fracasar a fines de noviembre y dejó a la extrema derecha a la espera de tiempos mejores. En el peor de los casos se esperaba que hacia abril, con la nueva legislatura congresal, podrían volver las tensiones.

Pero ahí nomás arrancó la secuencia de actuaciones vergonzosas que, en las últimas dos semanas, trasladaron la atención y la percepción de desastre desde las costas de Lima hacia el Palacio de Gobierno. Se sucedieron, como en un tobogán, las chocantes declaraciones de Castillo a Hildebrandt y a CNN, el destape de Ideele Reporteros sobre el apañamiento del gobierno a graves manejos en la Policía Nacional, la desatención de Castillo a las medidas propuestas por Avelino Guillen, la carta de renuncia de éste, la solidaridad de Mirtha Vásquez, el anuncio de cambio de gabinete por Castillo y la renuncia de Mirtha. En este punto, Castillo ya estaba colmando el nivel de hartazgo de mucha gente que antes era indulgente con él. Pero coronó sus estropicios con el nombramiento de Héctor Valer como nuevo premier y de varios impresentables en su gabinete. ¿Con quiénes decidió y preparó Castillo toda esta desdichada performance?

El grupo Biberto

Las versiones de varios medios, y las que dan quienes son sus exministros, es que todo el tobogán fue trabajado y armado por el grupo de asesores presidenciales que conduce Biberto Castillo, un personaje que puede haber impresionado a Castillo por sus contactos y por su conocimiento de cómo funciona la política peruana real. Pasó ocho años por el MEF y por el Congreso y se enroló varias veces en diferentes partidos políticos.

Según los que señalan a Biberto, este y su grupo de colegas son una suerte de gabinete en la sombra con el cual Castillo toma las decisiones políticamente más críticas. Entre ellas las designaciones de altos cargos estatales o las medidas que pueden resultar controversiales o confidenciales.

Con esto, Castillo pasa a ser otro presidente que tiene una doble instancia de gobierno. Una que es la formal, pública y genérica, el gabinete liderado por el o la premier. Y otra que es la informal, oculta, pero cuya materialidad pesa más que la primera a la hora de tomar decisiones específicas como quién, en dónde, y con cuánto resulta favorecido por alguna decisión en algún sector de gobierno.
Esta información es verosímil porque a estas alturas no es consistente con los hechos la presunta influencia importante que habrían tenido Vladimir Cerrón o Verónika Mendoza sobre Pedro Castillo. Castillo ha prescindido de ambos en diversas decisiones críticas en su corto gobierno. Con Mendoza y su grupo el alejamiento ya es definitivo e irreversible, pero mucho antes Castillo ya le había cooptado a Roberto Sánchez, que tampoco se hizo el difícil. A su vez, Cerrón ha visto como echó a su fiel Bellido, le partió a su bancada, le cooptó a Guillermo Bermejo, y ahora Vladimir permanece muy parco para no perder chance de tener algunos ministros.

Descorriendo las cortinas

Entonces, ¿con quien ha venido gobernando Pedro Castillo? Pues ni con una ni con otra de las izquierdas. Les concedió ministerios porque los necesitaba para fortalecer el comienzo de su gestión en el Ejecutivo o en el Congreso. Se puede decir que gobernaba consigo mismo, y con su sombra, que es el grupo de Biberto. Le criticaban que no definiera su equipo de gobierno porque no parecía tener gabinetes convincentes, pero en verdad si lo tenía solo que asolapado, y los gabinetes eran solo para la chamba de rutina.

¿Y cuál es la ruta de Pedro Castillo? Esa es la otra cosa que le observaban que no tenía. Pero si la tenía y la tiene, solo que no era una ruta para alcanzar la meta de un Estado alineado al bien común ni al interés nacional. Su ruta es diferente: es patrimonializar al Estado, lo más que pueda y durante el tiempo que pueda, para alcanzar la meta de un Estado al servicio, no de los pobres ni del pueblo, sino de su propio proyecto político. Este proyecto es una suma de grupos de intereses facciosos, más o menos identificables, que se han venido beneficiando con privilegios particulares también detectables. Como esto requiere de cierta penumbra y discreción, eso explica la vocación suya de andar por la sombra y no hablar.

¿Donde quedó el maestro rural?

¿Y dónde quedó el maestro rural de sombrero chotano, el dirigente sindical magisterial, el leal a los pobres, aunque inexperto en política? Algún politólogo realista dijo que los candidatos ofrecen programas para llegar al gobierno, pero no llegan al gobierno para realizar sus programas. En este caso estamos ante un candidato que ofreció esas imágenes para llegar al gobierno, pero no llegó al gobierno para hacerlas realidad. Así sea empíricamente, sí sabe cómo es la política realmente existente. Su problema es que muy probablemente ya ha sido pillado en el intento y la criollada le puede terminar costando muy caro.

Claro que fue correcto votar por él

¿Nos engañamos y debemos maldecir el haber votado por él en esa segunda vuelta de junio del año pasado? Keiko Fujimori acaba de responder esa pregunta. Ha reaparecido y ha vuelto a convencernos de que hicimos lo correcto. Ha dicho que la enfermedad no es el gabinete sino Pedro Castillo. Ha insistido en que las elecciones de hace medio año fueron un fraude. Y ha anunciado que, después de sacar a Castillo, hacer lo mismo con Dina Boluarte, “no es constitucional pero debemos evaluarlo”.

Con ello nos ha hecho recordar que el fujimorismo no es un remedio sino otra patología que dura más, daña más y deja secuelas antidemocráticas de muy larga duración. Votando por Castillo impedimos que el Perú vuelva a padecerla. Ahora que él se ha convertido en otro mal, le toca a la ciudadanía democrática actuar como corresponde.