Opinión

El ocaso de Sendero y la muerte de Guzmán

Por Natalí Durand

Dra. Docente de antropología en la UNMSM

El ocaso de Sendero y la muerte de GuzmánFoto ©Grupo In Memoriam Tarata 1992

Ha fallecido un 11 de septiembre Abimael Guzmán, la primera vez que supe de él fue por un recorte del diario “El Peruano” que guardaba mi papá, fue el momento en el que comencé a enterarme sobre uno de los capítulos más desgarradores de nuestra historia, uno que se encontraba marcado por la violencia. Yo era pequeña, aún no sabía leer bien, pero llamó mi atención un señor vestido con traje a rayas, encerrado en una jaula.

A partir, de ese recorte, vinieron algunas preguntas a mi cabeza, ¿por qué un hombre estaba enjaulado?, ¿por qué pedían su muerte?, ¿qué había hecho para ser tratado así?, no lograba entender quién era, tampoco qué era Sendero Luminoso, muy poco se hablaba de ese tema en los noventa, época en que la prensa estaba sometida a Fujimori y Montesinos.

Busqué explicaciones en mi padre, cogí el recorte y fui a su escritorio con mucha curiosidad, recuerdo sus palabras y las múltiples reflexiones y pesadillas que revolotearon ese día en mi cabeza. Me dijo: “se llama Abimael, pero se hacía llamar presidente Gonzalo, era el jefe de un grupo terrorista que se llamaba Sendero Luminoso, que asesinó a muchas personas en la sierra, en Huancavelica, Cusco, Junín, Huánuco, Ayacucho, sembrando el terror y por eso está preso”. Esa explicación simplista no me convencía y seguí preguntando ¿pero lo tienen enjaulado y piden su muerte?, mi padre siguió: “lo capturaron hace unos años en el 92, esa imagen es de ese día cuando lo exhibieron a la prensa, al poco tiempo hubo un debate para ver si se le aplicaba la pena de muerte o cadena perpetua ”. La explicación fue larga pero mi reflexión de niña era simple, si había matado a tanta gente merecía morir, a lo que él me contesto “nadie merece morir”, palabras que quedaron impregnadas en mi memoria.

Quedé impactada con las historias que me había contado mi papá. Al día siguiente me tocaba ir a la escuela, en ese entonces yo creía que mi profesora tenía todas las respuestas. Llegué temprano, fui la primera en el salón, la saludé y le pregunté por Sendero Luminoso, su respuesta no fue la que yo esperaba, me gritó, castigó y me obligó a no volver hablar del tema. Así entendí que era un tabú, y decidí callar.

Paralelamente comenzaron los viajes a la sierra por el trabajo de mi papá, comencé a conocer esos lugares donde había estado Sendero; lugares cargados de pobreza, donde la miseria y la desigualdad se podían palpar. Comencé a conocer gente, tener amigos.

Recuerdo a uno en particular, Cirilo, solía tejer pulseras con retamas para regalármelas, hablaba poco, pero era muy amable, me invitaba “atajito”, un guiso de papas con hierbas del monte y queso; mientras comíamos solía cantar unos huaynos en quechua con un sentimiento desgarrador. Un día desapareció, yo pregunté y pregunté, por él, nadie me dijo nada, era como si se lo hubiera tragado la tierra.

Me hice muy amiga de su hermana, éramos contemporáneas y nos gustaba jugar; un día que estábamos descansando después de haber corrido mucho, nos recostamos en medio del pasto, y comenzamos a hablar como siempre, pero esta vez ella se mantuvo en silencio un momento y me contó con lágrimas en los ojos sobre Cirilo, “había sido tuco ” me dijo.

Cirilo como muchos jóvenes de Huancavelica, había terminado de estudiar su secundaria e ingresado a la Universidad en Huancayo, su familia había reunido lo poquito que tenía para pagarle su pasaje, él iba a ser el primer profesional de su familia. Al principio les escribía cartas, contándoles que había conseguido un trabajo para ayudarse con los estudios; pero luego dejó de escribirles. Su familia pensó que entre los estudios y el trabajo ya no tenía tiempo. Hasta que un día volvió, pero volvió cambiado, parecía que su cuerpo “ya no tenía alma”, ya no hablaba mucho y lo poco que hablaba era para pelearse con sus papás. Volvió a trabajar en la chacra, estuvo varios años sin llamar la atención, hasta que su pasado tocó la puerta, le “habían tirado dedo” y el ejército fue por él. Llegaron en la noche y lo desaparecieron, hasta el día de hoy nadie sabe nada de él. Tampoco se sabe nada de muchos jóvenes que eran desaparecidos porque se sospechaba que eran terrucos y sus familiares no quisieron reclamar sus cuerpos. Aprendí del miedo que le tenían al ejército, incluso más grande que a los pishtacos.

Pero Lima era como la sierra, cargada de silencios y secretos familiares, que iban emergiendo. De pronto tus amigos y amigas se contaban tarde o temprano que algún familiar “estuvo involucrado”, que su tío o tía no estaban de viaje por Europa, sino que estaban presos. Silencios que siguen, que se perpetúan, que no dejan respirar, aprendí que la vergüenza se tiene que ocultar.

Qué difícil era inventar un Dios

Existen diferentes tipos de senderistas, como también distintos grados de compromiso con el partido, esto hace que se complejice más la mirada que suele darse cuando hablamos de Sendero, sin problematizar viéndolo solamente como blanco o negro, dejando de lado los matices, las zonas grises. Esas que nos negamos a ver, a las que denominamos memorias silenciadas, aquellas que han sido calladas por la estigmatización derivada de la palabra “terruco”.

Por un lado, los que creyeron en Abimael Guzmán era el Mesías que venía a cambiar el mundo, asumiendo el “Pensamiento Gonzalo” como una doctrina, comprometiéndose a cumplir con sus tres pilares: culto a la muerte, abolición del ego y exaltación a la muerte. El primero exacerbado en la etapa de la guerra popular y la idea de pagar la cuota, que devino en la promesa que debían realizar los senderistas de “luchar y entregar la vida por la revolución Mundial”, es así como se implanta este culto a la muerte y al sacrificio, basado en la negación de pensarse como individuos sino como una colectividad al servicio de la guerra, cruzar “ese río de sangre” por un bien superior.

Si bien el sacrificio y la abolición al ego estaba presente entre sus seguidores, el culto a la personalidad de Guzmán también y la “cuota de sangre” no sólo se pagaba por el partido sino y sobre todo por su líder. Quien realizó su propia reinterpretación de la historia Universal y peruana colocándose como el más grande marxista, leninista, maoísta vivo, (la cuarta espada del comunismo) adaptándolo a su propio pensamiento al cual llamó “Pensamiento Gonzalo”.

Para acrecentar aún más la idea de divinidad, durante muchos años no se supo quien era el presidente Gonzalo, se decía que estaba en muchos lugares a la vez, que se transportaba convirtiéndose en lluvia y que se escapaba de los sinchis transformándose en cóndor, por eso sus enemigos no eran capaces de reconocerlo, se escuchaban algunas voces decir que era el Inkarri . Solo existían unos pocos, los elegidos del Comité Central, que conocían su rostro, unos pocos que habían sido bendecidos con el honor de aprender la palabra de la boca del mesías.

Su imagen se fue desdibujando, con el paso del tiempo la violencia creció, las matanzas continuaron, los asesinatos se volvieron parte del cotidiano; la matanza en los penales, donde cientos de senderistas fueron asesinados, dando su sangre por el partido, tal como se habían comprometido. Pero es un suceso clave que termina de desmitificar la imagen de Guzmán fue la incautación por la Policía Nacional DIRCOTE de un video en 1991. En este famoso video que data del año 1989, se registra la reunión del I Congreso de Sendero Luminoso en Lima, se puede ver por primera vez el rostro de los miembros de su Comité Central, pero sobre todo se podía confirmar quién era el “presidente Gonzalo”, ahora tenía un rostro, uno humano, tenía un nombre, un pasado, una ubicación. Era un simple profesor de filosofía de la Universidad San Cristóbal de Huamanga y se llamaba Abimael Guzmán Reynoso.

La estrategia del Estado también dio un giro, trasladando la lucha antisubversiva de la Policía Nacional del Perú (PNP) al ejército; se activa el Grupo Especial de Inteligencia (GEIN) de la PNP, acciones que generan un cambio significativo, clave en la posterior derrota de Sendero Luminoso.

Por otro lado, entre los denominados masa se encontraban otro tipo de senderistas, muchas de ellos personas que vivían en un país marcado por las desigualdades y explotación, a quienes el Estado abandono y que vieron en Sendero la forma de escapar de esta miseria. Conforme la violencia fue en aumento cada vez más personas se arrepentían y comenzaron a organizarse para combatirlo, se dieron cuenta que Abimael no era un Dios, que no se convertía en cóndor, que era un mortal como ellos, que no tendrían las riquezas que les habían prometido.

A manera de Epilogo ¿Desmitificando a un Dios?

Si algo quedó claro después de instalada la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), es que las heridas no estaban cerradas, y eran bastantes más graves y dolorosas de lo que cualquiera hubiera imaginado. Existían muchas memorias silenciadas, por miedo, lejanía o indiferencia, personas que comenzaron a contar sus historias, hablar sobre las masacres de Lucanamarca, Ccano-Huanta, Soras, entre otras, denunciar desapariciones y asesinatos selectivos. Los familiares de las víctimas se reunían desde mucho tiempo atrás en colectivos como la “Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecido del Perú” (Anfasep), para encontrar poder encontrar a las víctimas.

Sin embargo, también en el país existía otra narrativa, en donde el presidente Fujimori y su asesor Montesinos habían logrado derrotar a Sendero Luminoso. Dejando como actores secundarios a las Fuerzas Armadas, policias, rondas campesinas y nativas; reforzando en el imaginario peruano la figura de Fujimori como el “Pacificador” y cualquier crimen cometido en este contexto era justificado.

Este escenario dificultó el proceso de Reconciliación, el cual se encuentra marcado por la construcción de una imagen de victima perfecta, a la cual se le despojó de su agencia política. La memoria se instrumentalizó utilizando la figura de terrorista para descalificar a políticos de izquierda como hemos visto en las recientes elecciones, acusando a Verónika Mendoza y a Pedro Castillo, entre otros de ser terroristas, cercanos a Guzmán sin ninguna prueba más allá de algunas fotos montadas con algún programa de computadora.

Los silencios aumentaron. Cada vez se habló menos de los Cirilos a quienes se les condenó sin siquiera un juicio, para qué juzgarlos si eran campesinos, seguro eran terroristas, y por ello merecían ser asesinados, desaparecidos. Hasta hoy en día no se hacen más preguntas y así la sentencia viene por si sola.

Obligamos a permanecer en silencio aquellas memorias que están latentes y piden emerger, olvidamos que la única forma de desmitificar a Abimael Guzmán es a través de la memoria ya que “un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”, por eso es importante multiplicar la memoria, dar a conocer el trabajo de la CVR y las investigaciones que han ayudado a complementar su trabajo, autores como Carlos Ivan Degregori, Carlos Tapia, Ponciano del Pino y Gonzalo Portocarrero se vuelven imprescindibles pero también nuevas voces desde otras perspectivas como la de José Carlos Agüero, Lurgio Gavilano y Dynnik Ascencio nos ayudan a complejizar y derrotar al olvido.

Finalmente, vienen a mi una serie de interrogantes que espero contestar algún día ¿cómo quedarán todos aquellos que lo creyeron inmortal?, ¿tanta necesidad había de creer, de creer en alguien que prometía cambiar las cosas, a costa de entregar sus vidas?, ¿en qué momento este humano se volvió un Dios para muchos y muchas?, ¿cómo repercutirá su muerte en los que aún creen en él?, ¿qué sentirán los miles de víctimas en la sierra, en la selva, en Lima al enterarse que murió? Y esta pregunta me lleva a cuestionarme si merece ser enterrado.

Merece ser enterrado como mortal que era, sin aspavientos ni ceremonias, pues como bien señala Lévi-Strauss, “En las Grandes Antillas, algunos años después del descubrimiento de América, mientras los españoles enviaban comisiones de investigación para averiguar si los indios tenían alma o no, éstos se dedicaban a ahogar a los blancos que capturaban, para comprobar, después de una paciente observación, si sus cadáveres estaban o no sujetos a la putrefacción (Lévi-Strauss 1952:384), es necesario un cuerpo para saberlo humano, mortal y que simplemente fue un Dios más con pies de barro…

Referencias Bibliográficas

Comisión de la Verdad y Reconciliación. 2003. Memoria, de la negación al reconocimiento. Lima: CVR.

Degregori, Carlos Iván, (2010) Qué difícil es ser Dios, El partido Comunista del Perú – Sendero Luminoso y el conflicto armado interno en el Perú: 1980 – 1999. Lima: Instituto de Estudios Peruanos (IEP)

Jelin, Elizabeth. (1989) Clases y movimientos sociales en América Latina: perspectivas y realidades. Buenos Aires: Centro de Estudios de Estado y Sociedad (Cedes). (2002) Los trabajos de la memoria. Buenos Aires: Siglo XXI de España y de Argentina Editores.

Levi, Primo (2009). Trilogía de Auschwitz. Barcelona: El Aleph Editores.

Levi-Strauss, Claude, (1952) Tristes Trópicos. Barcelona: Paidos

Portocarrero Gonzalo, (1998) Razones de sangre: Aproximaciones a la violencia política. Lima: PUCP