Opinión

El fetichismo del sistema electoral

Por Alicia del Águila

Socióloga, doctora en Ciencias Sociales con mención en Historia. Docente de la Pontificia Universidad Católica del Perú

En [el mundo religioso] los productos de la mente humana parecen figuras autónomas, dotadas de vida propia (…) Otro tanto ocurre en el mundo de las mercancías. A esto llamo el fetichismo (…)”

Carlos Marx, El Capital

Se ha abierto un nuevo capítulo sobre la reforma electoral. Esta vez, ha sido el Presidente Vizcarra quien ha propuesto un debate centrado en el retorno a la bicameralidad, la eliminación del voto preferencial y la correccción del “concepto de la cifra repartidora”.

Al escucharlo, tal parece que mecanismos como la cifra repartidora (método D´Hondt) fueran entes autónomos que, una vez “enmendados”, pudieran resolver por sí mismos los problemas de nuestra alicaída democracia. Lo mismo que las mercancías de Marx, nos olvidamos de la pregunta por las “relaciones sociales” (léase políticas) que hay detrás de las normas.

Sería bueno mirar detrás de esas normas y analizar nuestras prácticas políticas. Primero, porque buena parte de los efectos y defectos de nuestro sistema electoral responden no tanto a las reglas mismas como a nuestras acciones, a la manera como operamos (y nos saltamos) esas reglas, a la “flexibilidad” o discrecionalidad para seguirlas o no, antes que el “efecto pernicioso” de una u otra regla por sí misma. Un ejemplo, al retirar a Julio Guzmán y César Acuña y dejar a Keiko, acusada de lo mismo, se estaba distorsionando seriamente la voluntad popular ¿Se imaginan que en Chile o en Francia hicieran lo mismo? ¿retirar a dos candidatos presidenciales en plena contienda y mantener a otro -acusado de lo mismo- en carrera? Sería Inadmisible. Y a nadie se le ocurriría echarle la culpa de la consecuente distorsión al método de cifra repartidora.

En segundo término, al colocar de frente un debate sobre mecanismos específicos, el presidente parece saltarse por la garrocha la opinión de la ciudadanía. Así, se ha abierto de nuevo un debate sobre la reforma electoral y se vuelve a cubrir de silencio el masivo clamor nacional que exige democratizar el sistema político.

En cambio, el supuesto problema que se prioriza, implícitamente, es la debilidad de nuestros partidos y, por tanto, la principal tarea que se deriva es cómo fortalecer a estos partidos y sus cúpulas. Sin un análisis histórico y territorial que nos permita reconocer los problemas estructurales, las relaciones políticas detrás de la debilidad estructural, se termina señalando, como ha hecho el Presidente Vizcarra, que sus “causas” son la cifra repartidora (que se usa en muchos países del mundo) o el voto preferencial (con opiniones a favor y en contra, que funciona muy bien en unos países y es criticado en otros, pero difícilmente puede considerarse como causa del precario desempeño de nuestros partidos).

No se discute por qué una reforma electoral no debiera primero atender al razonable reclamo de la ciudadanía de poder elegir nuevas opciones. Al contrario, la tendencia en el Congreso es a cerrar aún más el sistema, con proyectos como los de los Congresistas Mulder y Acuña, dirigidos a cerrar el paso a Julio Guzmán y Verónika Mendoza.

¿Es que el problema principal, ahora mismo, es fortalecer la capacidad de mando de las cúpulas (Keiko, Alan o Acuña) en sus partidos? En esa lógica, puede tener sentido buscar eliminar el voto preferencial (aunque tampoco aseguraría soluciones definitivas).

Por lo demás, ¿cómo así creemos que las reglas restrictivas para crear partidos y llegar al Congreso alientan el acercamiento de la ciudadanía con estos, fortaleciéndolos? Sería como pretender que el hacer casi imposible el divorcio en el país, constituirá mejores familias.

También se afirma que eliminar el voto preferencial reduciría el filtro del dinero ilícito. No necesariamente, más bien puede hacer menos opaco el filtro de ese dinero, dentro de la cúpula ya que se encarecerá la “compra” de los primeros puestos elegibles. Por otro lado, ¿realmente creemos que sin voto preferencial no saldrían elegidos los mismos congresistas cuestionados de ahora? Por ejemplo, ¿los congresistas con compañeros de estudios fantasmas o con amigos mafiosos? No suena lógico. Los que defienden la eliminación del voto preferencial señalan que ello tiene sentido si se hace junto con reglas estrictas de democracia interna. Conociendo nuestros partidos sería necesario aprobar nuevas reglas internas y sólo luego abrir el debate sobre el voto preferencial. No antes ni al mismo tiempo, ¿o no hemos visto cómo el Congreso suele “desmembrar” los temas de reforma, según negociaciones o consensos?

En algunos países, el voto preferencial es visto como un mecanismo que incentiva la competencia interna de los partidos. Sin embargo, el debate está abierto y todos los argumentos son atendibles. Pero volvemos a la pregunta inicial: ¿resuelve un problema prioritario?

Como hemos señalado en otra ocasión, si revisamos el Informe de la Unión Europea sobre las Elecciones Generales del 2016, las recomendaciones de reforma no van por ese lado. Y la ciudadanía tampoco lo percibe así. Por último, en el cuestionado proceso electoral del 2016, ¿cuántos no vieron el uso de su voto preferencial como un valioso recurso ciudadano? Y, sin embargo, ¿vamos a comenzar una reforma por ahí? No tiene mucho sentido.

Recordemos que no hay mejor fórmula electoral, en abstracto. Evitemos esa mirada fetichista escuchando a la ciudadanía.