Opinión

El factor Bellido. Que tal raza

Por Gustavo Montoya

Historiador

El factor Bellido.  Que tal razaFoto: PCM

“habría que volver a preguntarse sobre los mecanismos de dominación en el Perú”

Alberto Flores Galindo (1988)

Ahora que el defenestrado premier Bellido retorne a sus funciones parlamentarias, interesa ensayar una mirada en torno al sujeto social que representa y trazar los contornos simbólicos del nuevo actor político colectivo que parece emerger a la escena pública. Alejarse un poco, aunque no tanto, de la gritería de sus adversarios en las redes y los medios, con sus lamentos y sus maldiciones. Incluidos ciertos centristas ilustrados, que no han dudado en identificarlo como el más depurado representante de la izquierda bruta y achorada. Quizás Bellido, en términos culturales, representa a uno de esos personajes arguedianos, magistralmente anunciados en ese relato limite que es El zorro de arriba y el zorro de abajo. En realidad, una tendencia, efecto de las grietas que exhibe un sistema político a la defensiva. Anquilosado y con toda seguridad, considerado como uno de los peores lastres que ha exhibido la pandemia. Tipos sociales, resultado del Perú hirviente de esos años, y que no han concluido. A pesar que, entre una y otra época, se haya producido otra guerra civil, de las tantas que cobija esta agrietada república bicentenaria.

No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta que, con Bellido, en realidad lo que ha salido a flote, es cierta cultura política, cierta sensibilidad plebeya regional estridente y que hasta ahora se había mantenido bajo la sombra. De ahí el espanto de sus detractores, hacia su estilo de comunicación, su lenguaje, el uso profuso del quechua, sus aforismos y el despliegue de recursos histriónicos. Una banda política sonora, hibrida y descreída. Y lo más sobresaliente, cierto aplomo, casi un desafío a los usos y modales citadinos. A la corrección en las formas. O, mejor dicho, a esa hipocresía estructural entre la clase política y sabiamente resumida en el dicho popular: lo que haces suena tan fuerte que no oigo lo que dices. Habría que preguntarse por qué esa chusquedad que denuncian sus detractores, es sentida como fortaleza por sus seguidores. En la disputa simbólica y cultural que define la confrontación entre los dominados y explotados, entre esas masas empobrecidas, que, en las coyunturas electorales, se transfiguran en turbas radicalizadas, y los guardianes del orden y el modelo, no hay duda que los de abajo, hace rato que pusieron su pica en Lima.

El desembalse de aspiraciones, reclamos y exigencias por parte de los oprimidos, hace parte de un proceso en curso ya indetenible. La crispación de los operadores modernos y cosmopolitas, esos que se disfrazan de vez en vez, pero que en el fondo defienden el statu quo, no dejan de admitir la ruptura y las grietas de tal orden. La tendencia es irreversible. La lucha de clases en el Perú, nunca dejó de registrar el encono étnico y el desprecio mutuo entre lo rural y urbano. Por ello causa gracia, cuando los alarmistas de oficio, claman por el fin de los tiempos y el preludio apocalíptico. En realidad, esa es la seña del proceso político peruano, y que hace décadas está en caída libre.

Esa imagen del poema Un caballo en mi casa, de Washington Delgado, podría sintetizar la decisión del profesor presidente para deshacerse del locuaz ex premier; solo que tal equino apacible y triste que habitaba la morada del poeta, es en los actuales escenarios y de cara al futuro, una de esas mulas chúcaras, llenas de vigor y de energía. Y se pasea con descaro aun entre los reflectores y las lentejuelas de la actual sociedad del espectáculo. Con su habitual frivolidad y narcisismo ya opaco. Con un poco de imaginación histórica, uno podría ensayar la lectura que podrían tener sobre estos temas, mentes lucidas y comprometidas, digamos, por ejemplo, Alberto Flores Galindo, Carlos Franco o el gran Aníbal Quijano. Si algo definía a los mencionados, era justamente su auto exigencia de trasponer la coyuntura e intentar avizorar las tendencias. El niño pastor que fue Bellido, que se hizo líder estudiantil en el Cuzco, que militó en un partido de izquierda radical, que fue electo congresista, que llegó a Lima e hizo de las suyas; en fin……. Así como en Lima y el resto del país, miles y miles veían a Montesinos como paradigma de vida, otros tantos deben ver a Bellido, por cierto, desde consideraciones abismales. El profesor presidente puede seguir ensayando o jugando a ser estadista. Puede poner y quitar actores según los humores y colores doctrinarios que lo rodeen. Cinco años pasan rápido. No es nada ante esa impaciencia plebeya y chúcara que, desde los márgenes, sin orden ni discurso estructurado, ya tiene décadas y décadas de insomnio ideológico. Nada está dicho. La historia sigue su curso.