Opinión

El agua de la ciudad no es solamente la que sale de la llave

Por Giselle Andrea Osorio Ardila

Antropóloga colombiana, maestra en urbanismo, doctora en planeación urbana y regional. Experiencia en formulación de Planes de Ordenamiento territorial. Investigadora de conflictos socioambientales, segregación Socioespacial y Ecología Política de la Urbanización. Investigadora Asociada de UrbesLAB.

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El agua es fundamental tanto para la vida humana como la vida animal y vegetal. Aunque se considera un recurso renovable, esta característica depende del buen funcionamiento del ciclo hidrológico. Por eso, además de asegurar el abastecimiento para toda la población, las ciudades necesitan asegurar el buen estado de los cuerpos de agua y de los ecosistemas asociados a éstos.

Los primeros asentamientos humanos surgieron en proximidades a fuentes y cuerpos de agua dulce, pues además de ser fundamental para la vida humana, es imprescindible en actividades productivas como la agricultura y la cría de animales, en las cuales se basó el proceso de sedentarización. Las culturas indígenas respetaban deidades asociadas con los cuatro elementos, y el agua siempre tuvo un lugar importante en las cosmologías de todos los pueblos del mundo. Y no hay que olvidar que ciudades como México y Bogotá fueron construidas sobre espacios de agua dulce (Legorreta,2006; van der Hammen, 1998).

Con la invasión europea la relación con el agua de las personas en lo que hoy son las metrópolis de América Latina cambió profundamente. Posteriormente, con la modernidad se consolidó una forma de entender el mundo a partir de clasificar sus elementos en pares opuestos como, por ejemplo, natural-artificial; biológico-cultural; urbano-rural (Bateson,1998). Con los avances científicos y tecnológicos se afianzó la idea de dominar la naturaleza. Este esquema de pensamiento se extendió por el mundo mediante procesos de colonización e imperialismo, cuya herencia se siente en la actualidad. Una muestra de esto es cómo se concibe el agua de la ciudad.

En el caso de América Latina, el siglo XX correspondió a la aceleración de los procesos de industrialización y urbanización, donde se consolidaron los centros económicos que hoy son grandes metrópolis. En este contexto se modificaron los cursos de los ríos, se canalizaron y se crearon represas. En cada ciudad tramos específicos fueron privatizados para el beneficio y el disfrute de sectores sociales particulares (Capilé,2018), mientras otros se convirtieron en receptores de vertimientos, en cloacas estigmatizadas como espacios abandonados, escenario de crímenes o destino final de cadáveres. De manera similar sucedió con los humedales, frecuentemente convertidos en receptores de los escombros de la construcción de infraestructuras para generar más superficies urbanizables a costa de interrumpir la conexión de los cuerpos de agua superficiales y subterráneos y destruir el hábitat de diversas especies de flora y fauna.

El agua se concibe como un recurso al servicio de las personas, una mercancía con la que incluso se especula en el mercado financiero. El ciclo de uso, también llamado ciclo urbano del agua ocupa el centro de atención de las acciones de los gobiernos con prelación sobre el ciclo hidrológico, del que se entiende como separado. Este ciclo está conformado por las fases de abastecimiento, saneamiento y reutilización, necesarias para que al abrir los grifos tengamos agua potable. No obstante, el agua de la ciudad no es solo el agua que sale cuando abrimos la llave.

Como los ríos y cuerpos de agua dulce, de los que depende el abastecimiento, hacen parte de ecosistemas, es decir, de un conjunto de elementos relacionados que se necesitan mutuamente para existir, las modificaciones en estos implican la interrupción de la conectividad del sistema hídrico y el secamiento de quebradas y lagunas. Además, la expansión urbana fuente de recursos para las obras civiles urbanas, se acompaña del desplazamiento de la frontera agrícola, lo que implica la transformación de los ecosistemas más allá de las ciudades. Estos procesos tienen implicaciones de efectos variados, algunas perceptibles de inmediato y otras se evidenciaron solo después de décadas o en situaciones específicas como las inundaciones.

En la actualidad, la prevención y gestión de riesgos hace parte de las políticas de ordenamiento territorial de muchas ciudades. Sin embargo, estas políticas suelen centrarse en soluciones de ingeniería destinadas a intervenir sobre los cuerpos de agua, en muchos casos, como en las actuales adecuaciones al Río Bogotá, en Colombia, en que este es intervenido para hacerlo más ancho y prevenir inundaciones. Estas intervenciones suelen estar acompañadas de la tala indiscriminada de la vegetación de las orillas lo que significa el desplazamiento de las espacies de aves y otros animales. Se trata de una visión centrada en el interés de grupos sociales específicos que generan desequilibrios ecosistémicos y en el ciclo hidrológico cuyos impactos a largo plazo no son del todo previsibles, por lo que resultarían menos arriesgados, modelos de gestión del agua que trascendieran el ciclo urbano del uso para entender su interrelación con el ciclo “natural” y actuar en consecuencia.

Referencias bibliográficas

Bateson, Gregory. (1998). Pasos hacia una ecología de la mente. Buenos Aires: Lohlé-Lumen.

Capilé, Bruno. (2018). Os muitos rios do rio de janeiro: Transformações e interações entre dinâmicas sociais e sistemas fluviais na cidade do Rio de Janeiro (1850-1859). Tese de Doutorado em História—Rio de Janeiro: Universidade Federal do Rio de Janeiro. PPGHIS.

Legorreta, Jorge (2006). El agua y la ciudad de México. De Tenochtitlán a la megalópolis del siglo XXI. Universidad Autónoma Metropolitana-Acapotzalco.

Van der Hammen, Thomas. (1998). Plan ambiental de la Cuenca Alta del Río Bogotá: análisis y orientaciones para el ordenamiento territorial. Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca.


Giselle Andrea Osorio Ardila es antropóloga colombiana, maestra en urbanismo, doctora en planeación urbana y regional. Experiencia en formulación de Planes de Ordenamiento territorial. Investigadora de conflictos socioambientales, segregación Socioespacial y Ecología Política de la Urbanización. Investigadora Asociada de UrbesLAB.