Opinión

Dina Boluarte es todo menos feminista

Por Paloma Rodríguez

Licenciada en Historia por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Magíster en Historia mención Estudios Andinos por la Pontificia Universidad Católica del Perú.

Dina Boluarte es todo menos feministaFoto: BBC News Mundo

La frase del ícono feminista, Simone de Beauvoir, “el opresor no sería tan fuerte sí no tuviera cómplices entre sus propios oprimidos”, explica de manera concisa cómo funciona el sistema patriarcal del poder. Pues el hecho de ser mujer, no implica ser feminista. Es erróneo entender el feminismo de aquella manera. Más bien, hay mujeres que responden y reproducen aquél sistema de exclusión. Y lo utilizan en su propio beneficio.

Un claro ejemplo de ello, es Dina Boluarte. Desde el comienzo de su mandato, ha argumentado (peor, se ha victimizado) repitiendo en reiteradas ocasiones que no la quieren como presidenta por el “hecho de ser mujer”, ya que el Perú es un país machista. Si bien la segunda afirmación no deja de ser absolutamente cierta, Boluarte por sus medidas y acciones, no responde a una lógica feminista, sino todo lo contrario. Por ende, instrumentaliza la lucha histórica de miles de mujeres que buscan la equidad y un mundo más igualitario. Uno que, evidentemente, Boluarte no sólo no desea, sino que pretende mantener la inequidad propia de un sistema patriarcal heteronormativo, con toda la violencia simbólica y estructural que ello implica.

Lo que ha evidenciado de manera patente el estallido peruano actual, es que en el país no existe una democracia sustantiva. Es un sistema sumamente desigual, en el que la gran mayoría de peruanxs son consideradxs ciudadanxs de segunda clase. No merecedores de derechos básicos, ni de una vida digna. El concepto de necropolítica, acuñado por Judith Butler entre otros intelectuales, se refiere a dicha violencia y exclusión social de ciertos grupos y comunidades en específico. Unas vidas valen menos que otras. Y permanecen en un “limbo” entre la vida y la muerte, más apegados a ésta última. No viven, sobreviven. Y el sistema no aspira a erradicar dicha situación, al revés, la potencia. Así, unas muertes son justificables e incluso esperadas para resguardar un orden de exclusión. Es necesario, para ello, des-humanizar al otro que se busca privar de una calidad decente de vida, o de la vida misma.

Aquello se puede palpar en la hipocresía de un grupo privilegiado del país y de la capital, que se jacta de sus tradiciones, cultura y pasado histórico y milenario, pero que “terruquea” a cualquier persona que resida en provincia, luche por sus derechos, o alce la voz. Se romantiza al indígena de algún “pasado glorioso”; el de los museos, el que aparece en los grandes libros de Historia, o el que obedece y sigue los dictados de un sistema siempre paternalista. Empero, se violenta y acusa de terrorista, vago, y se transforma en el chivo expiatorio de la sociedad al que reconoce su poder político. El famoso “miedo al indio” y de su levantamiento tan propio del XIX, que sigue hasta nuestros días. Lo andino es bonito y “místico” mientras no posea agencia política o social. Cuando aquello sucede, se vuelve de inmediato en el enemigo. El racismo y clasismo son los pilares de la justificación de la marginación social instaurada, y de las muertes de quiénes no son “merecedores” de la igualdad. Que Boluarte hable quechua, no significa que apoye y vele por los intereses y dignidad de los quechuahablantes, pues les paga con balas.

Por otro lado, una feminista y demócrata, que también se deben entender como parte de lo mismo, pues nunca una feminista ejercería prácticas autoritarias, ni intervendría la autonomía de una universidad pública, como lo es la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Menos aún avalaría la violación de los derechos humanos de estudiantes, indígenas, disidencias y mujeres. De acuerdo a los testimonios de las detenidas el día sábado en la Universidad, agentes policiales las obligaron a desnudarse, para revisar sí en sus partes íntimas llevaban drogas. Dichos actos se configuran como humillación y tortura sexual. ¿Cómo alguien que se hace llamar feminista avalaría dichas prácticas en desmedro de las mujeres? ¿Cómo podría estar a favor de violar los derechos de los estudiantes? ¿Y del pueblo que en teoría debería velar por su integridad? Vale decir también, por todo lo descrito, que otra aliada de la estructura y por ende, nunca de las mujeres ni disidencias, es la rectora de San Marcos, Jeri Ramón que permitió semejante salvajismo.

Asimismo, del mismo modo que Sebastián Piñera en el estallido social chileno, Boluarte no solo no ha hecho un mea culpa de las más de 60 muertes que hasta el momento ha dejado el saldo de su gobierno, sino que ha entregado total apoyo y ha felicitado el actuar policial, perpetradores de dichos crímenes. Ya que su permanencia en la Presidencia hasta la fecha se apoya en “las fuerzas del orden”. Para la filósofa Hannah Arendt, la violencia no es solamente diferente al poder, sino que son opuestos. La violencia jamás puede ser el fin por sí mismo, como parece serlo en este des-gobierno, y sería el último recurso para mantener intacta la estructura de poder. Asimismo, para la autora, los artefactos inhumanos que permiten la violencia (perdigones, bombas lacrimógenas, entre otros) pueden destruir el poder, pero son incapaces de crearlo. Nunca de un arma vendrá el poder, ni la autoridad. Es por ello que sí un gobierno se apoya solamente en la violencia, es porque está perdiendo o no posee poder. Bajo dicha premisa, el gobierno de Boluarte carece de todo poder.

Para Arendt, el poder necesita del número, de la mayoría. Es por ello que, la manera más extrema del poder, sería la de “Todos contra Uno”, y la “extrema forma de violencia es la de Uno contra Todos”. Aquello se evidencia en el fuerte despliegue militar y policial para tratar de contener las marchas y protestas, que tardíamente pero persistentemente se han desplegado también en Lima, y que cada día ganan más adeptos en las diferentes regiones del país. Lo que evidencia que el poder lo posee el pueblo, no la presidenta. La autora, entonces, clarifica que: “el poder nunca es propiedad de un individuo; pertenece a un grupo y sigue existiendo mientras que el grupo se mantenga unido. Cuando decimos de alguien que está “en el poder” nos referimos realmente a que tiene un poder de cierto número de personas para actuar en su nombre. En el momento en que el grupo, del que el poder se ha originado (...) desaparece, su poder también desaparece“(Arendt, 1970,p.62).

El gobierno de Baluarte no solo carece de poder (nadie la eligió, y más del 70% de la población está en su contra) sino también de legitimidad y autoridad (no inspira respeto). Si quisiera, como pregona en sus discursos televisivos, lo mejor para el país y sus ciudadanos, ya habría renunciado al cargo o estaría gestionando el adelanto de elecciones, pero al parecer solo quiere aferrarse al mando autoritariamente. Trata de justificar el poder y legitimidad que no tiene y su persistencia en el cargo a través del terror, desinformación, y odio que crean, a través de fakes news, los medios de des-información que son aliados del régimen. Criminalizando la protesta, y a los protestantes.

Como se ha argumentado, que una mujer logre estar ubicada en un puesto jerárquico en la esfera pública, no es sinónimo de feminismo sí replica la cultura masculina patriarcal. Más bien, el movimiento feminista pretende lograr que cambie radicalmente cómo se ha comprendido la estructura del sistema, y no perpetuarlo. Como analiza la historiadora Mary Beard,“eso significa que hay que considerar el poder de forma distinta: significa separarlo del prestigio público; significa pensar de forma colaborativa, en el poder de los seguidores y no solo en los líderes; significa, sobre todo, pensar en el poder como atributo o incluso como verbo (“empoderar”) no como una propiedad” (Beard,2018,p.88).

En este sentido, a pesar de la fuerte e injustificada represión a la protesta pacífica, en las calles del Perú, se están empoderando colaborativamente y solidariamente los grupos siempre excluidos y violentados por la estructura tradicional. Replanteando, repensando la idea de país y de un buen gobierno, y cuestionando el violento, patriarcal y corrupto sistema que prima en el Perú. Esperemos que de tanto dolor, provenga un futuro distinto: una estructura humanista y equitativa, dentro de lo posible (pues los grandes cambios requieren tiempo) y, por ende, feminista para lxs peruanxs.