Opinión

De elecciones y lecciones de racismo

Por Karina Pacheco Medrano

Antropóloga y escritora

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Imposible olvidar que hace cinco años el fujimorismo se negaba a aceptar su derrota en la segunda vuelta y también acusaba de fraude a unos resultados sumamente ajustados que no le favorecieron. En revancha, con su mayoría absoluta en el congreso, se encargó de boicotear la estabilidad democrática del país en los años siguientes. ¿Qué hará si se confirma su derrota por tercera vez, pese a haber gozado de tantos medios, olvidos y millones a su favor?

En 2016, Pedro Pablo Kuczynski (PPK), obtuvo 42.597 votos más que Keiko Fujimori, una ventaja bastante menor a la que en 2021 le ha sacado Pedro Castillo. Pero cuando se recibieron los resultados de aquella segunda vuelta entre PPK y Fujimori, no hubo grandes medios ni tampoco grandes despachos de abogados que pusieran en entredicho que pueblos enteros de la sierra y la Amazonía hubieran volcado su voto hacia PPK de la primera a la segunda vuelta. En el imaginario de muchos, pese a las oscuridades de su pasado como lobista, PPK era considerado “el candidato de lujo”. ¿Cuánto de ese “lujo” tenía que ver con que fuera “blanco”?

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Hoy, cinco años después, ¿cuánto del horror que provoca en las élites la candidatura de Castillo tiene que ver con su origen campesino? Porque si a este se le acusa de improvisación, populismo/comunismo y se le expurga cada error, en el caso de la candidata Fujimori, igualmente populista, revanchista y encima con numerosos y graves procesos judiciales detrás, no se dice nada.

Una de las expresiones más asombrosas y recurrentes de ese racismo y clasismo es su incapacidad para aceptar que las poblaciones indígenas tengan capacidad de análisis crítico; la idea de que la educación, la inteligencia y el pensamiento crítico se miden por la cantidad de plata que uno haya pagado por matrículas en colegios y universidades. Se ignora que las poblaciones que más trabajan en el Perú sin poder salir de la pobreza son casi siempre campesinas, llevan siglos sobreviviendo a mil opresiones y olvidos, y por tanto son las que sopesan mucho más con qué candidato podrán negociar mejoras o cómo mínimo cuál le infligirá menos perjuicios. Por eso en 2016, tras haber votado por muy diversos candidatos en primera vuelta, para la segunda reconocieron mejor que mucha de la gente pobre y rica de las grandes ciudades, que Keiko Fujimori representaba mayores peligros que PPK, no solo mayor corrupción y seguramente los mismos olvidos, sino además mayor represión en caso de quejas. Los grandes despachos de abogados, entonces, no se dedicaron a expurgar la legalidad de su votación, ni observaron con lupa si sus firmas en actas eran exactamente las mismas del DNI. Tampoco los votantes de PPK que hoy han votado por Fujimori pusieron en sospecha que hubiera miles de mesas en el sector rural donde PPK obtuvo más del 80 % de los votos, muchos más de los que obtuvo en Lima (como el caso de Checca, en el Cusco, donde PPK pasó a tener 1.6% en la 1ra vuelta, a un 87.3% en la segunda), o San Cristóbal, en Moquegua, donde hubo mesas que en un 100% favorecieron a PPK.

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Ese Perú que los racistas de las ciudades desconocen siempre ha sido más sabio; como cualquier pueblo del mundo, puede equivocarse, pero sabe distinguir bien dónde puede haber salvación y dónde está el abismo. Que después de todo el oprobio que el fujimorismo ha desenfundado solo en los últimos cinco años, hoy, por favorecerlo, se busque desconocer a millares de votantes del sector rural, o se repita una vez más, que viene de gente “manipulada” es por demás escandaloso. También demuestra que de nuestras taras como país, el racismo sigue siendo de lo más extendido y perturbador.