Opinión

Crisis de los cuidados: la necesidad de pensar nuevas redes de solidaridad y colaboración

Por Daniela Perleche

Bachiller en arquitectura, investigadora principal en URBES LAB – Centro de investigación en teoría urbana y territorial.

Crisis de los cuidados: la necesidad de pensar nuevas redes de solidaridad y colaboración

No hay sociedad ni economía que pueda existir sin actividades que aseguren la vida y la supervivencia. La alimentación o el cuidado de los hijos y familiares son algunas de estas labores asociadas al sostén de la vida, denominadas también como tareas de cuidado. A pesar de su importancia, la priorización de la economía y el trabajo productivo ha llevado a la invisibilización y/o relativización del sobresfuerzo y precarización de estas tareas, así como a la normalización de que la carga familiar sea asumida por las mujeres. Ante la crisis sanitaria y económica, las preguntas de cómo reproducir y asegurar la vida necesitan una respuesta urgente. La siguiente columna es una reflexión sobre la feminización de las tareas de cuidado en el Perú, posicionando a la solidaridad y la organización como forma de resistencia frente a la crisis.

Uno de los principales problemas de las tareas de cuidado es su clara división de género en la región. Los resultados de la primera Encuesta Nacional de Uso del Tiempo en el Perú (INEI, 2010) evidenciaban cuantitativamente que era mayor el porcentaje de mujeres que asumían la carga de cuidados en el hogar. Sin embargo, esta carga no es la misma para todas las mujeres, ya que varía por diferentes factores: el nivel socioeconómico de la familia, las condiciones de habitabilidad de las viviendas o las propias condiciones individuales de las mujeres como la edad o la salud. En un país con amplias desigualdades sociales, los retos que asumen las mujeres de familias vulnerables son mayores, ya que muchas además de integrar dentro de sus rutinas el cuidado de los niños y adultos mayores en casa, la alimentación de la familia o la limpieza de la vivienda, tienen que contribuir también a la economía del hogar.

Ante esa situación, los mecanismos de colaboración colectiva han sido de gran ayuda para poder buscar soluciones ante la ausencia de un Estado de bienestar. El vaso de leche, los comedores populares o las ollas comunes, se convierten en organizaciones de mujeres ante la precariedad de una vivienda o las condiciones económicas que no permiten ni aseguran lo mínimo para sobrevivir dentro del núcleo familiar. La pandemia y la crisis sanitaria durante los años 2020 y 2021 puso en evidencia la necesidad de muchas familias por encontrar este tipo de equipamientos y la falta de políticas públicas que consideren estas actividades más allá del financiamiento. De tal manera que, durante estos dos últimos años y al encontrar dificultades para asegurar su sostenibilidad, muchas ollas comunes buscaron diversas estrategias para conseguir fondos a través de donaciones o pedidos al gobierno local (Perleche, Aiquipa y Tuanama, 2022). Este año, la crisis alimentaria global y el consecuente incremento del precio de alimentos eleva la dificultad de sostener estas actividades colectivas, lo que pone en crisis a muchas familias[^1]

Si bien un paso importante fue la aprobación de la Ley de Ollas Comunes, la cual las reconoce y garantiza su sostenibilidad y financiamiento, sin más acciones que tengan como base los cuidados y que incluyan más dimensiones del mismo como el autocuidado o el cuidado de otros, se hace complicado pensar en perspectivas alentadoras hacia el futuro. La alimentación no es la única tarea sobre la que ronda el cuidado y que terminan asumiendo muchas mujeres de forma colectiva. El apoyo de redes familiares/barriales para el cuidado de los niños, o, por ejemplo, durante la pandemia, el apoyo a vecinos adultos mayores contagiados mediante colectas y/o diversas atenciones (Perleche, Aiquipa y Tuanama, 2022), terminan siendo otras estrategias comunales para poder sobrellevar la vida cotidiana. Inclusive los roles políticos y la participación dentro de agrupaciones vecinales para la mejora del barrio terminan siendo esenciales para la vida diaria. Muchas de estas tareas trascienden el espacio familiar y ponen énfasis en las redes barriales de apoyo.

Sin embargo, al ser tareas sostenidas por los núcleos familiares y barriales a través de arreglos formales e informales de cuidado, se ignora la clara responsabilidad del Estado para asegurar el bienestar básico de las comunidades. Es crucial proponer políticas vinculadas a la provisión de servicios, institucionalizando las organizaciones colectivas existentes no solo mediante el financiamiento sino mediante una red de equipamientos que consideren espacios para estas actividades (guarderías, centros comunales, centros de atención al adulto mayor), y a su vez tener en cuenta variables como la proximidad al hogar de los mismos (Cioccoletto, 2014; Gonzales, 2020). Para esto se debe tener un enfoque territorial que contemple la diversidad de escenarios de organización comunal tanto en el ámbito urbano como en el rural.

Finalmente, es esencial que este tipo de acciones estén acompañadas de políticas culturales y educativas que aborden la división sexual del trabajo y que se entienda que el cuidado no es netamente responsabilidad de las mujeres ni algo que se aborde puertas adentro del hogar. En ese sentido, los proyectos de ley como el 904 -el cual elimina la autonomía al Ministerio de Educación y que incluye a los padres a participar en el proceso de elaboración de materiales y textos escolares de los hijos- puede amenazar el tener una educación con enfoque de género y que aborde estos temas.

El cuidado es un problema de todas y todos por lo que las respuestas deben pensarse de forma colectiva y en sociedad. Diversas organizaciones sociales pueden abrir un sinfín de escenarios para recuperar la vida en colectividad, con base en la solidaridad y en la interpelación de la individualidad dentro de un sistema que termina precarizando y vulnerando los derechos de grupos oprimidos. Posicionar al trabajo de cuidado es y debe ser clave para esta transformación social.

[^1] Actualmente solo en Lima Metropolitana existen más de 2200 ollas comunes ubicadas en los distritos con menor nivel socioeconómico.

Referencias:

Ciocoletto, A. (2014). Urbanismo para la vida cotidiana: Herramientas de análisis y evaluación urbana a escala de barrio desde la perspectiva de género.

Gonzales, J. (2020). Mujer y barrio: Un enfoque de género aplicado al equipamiento cotidiano en Villa El Salvador. ACTAS de Las Jornadas de Investigación de La FADU-UBA, 126–203.

Perleche, D., Aiquipa, A., & Tuanama, M. (2022). Condiciones de habitabilidad durante la pandemia por COVID-19: San Juan de Lurigancho, Lima-Perú. Bitácora Urbano Territorial, 32(2), 227–240.

INEI. (2010). Encuesta Nacional de Uso del Tiempo 2010.