Opinión

Aprender de la historia

Por Carlos Herz
Aprender de la historia

La historia y la política profunda no se analizan por los hechos fortuitos legales o ilegales que merecerán las sanciones o recompensas del momento, o por las formas diversas de aprovechamiento de las diversas fuerzas en pugna. Se miden por los procesos en curso, y por lo pertinente o no que fueron para acelerar o retrasar tendencias de cambio. Ahora, la lógica positivista y legal nos dice que Castillo cometió una gran torpeza, dando pie a toda la prensa conservadora a seguir con ese monotema de golpista y dictador. Y si lo es –o lo fuera–, la otra lógica, la cual estamos tan lejos de vivirla y comprenderla, nos dice que lo que hizo Castillo sin proponerse, puede acelerar el camino de ciertos cambios con la participación de la gente, que no se movilizaba, y que ahora sí empieza a salir a las calles con sus demandas y agendas. Esto puede o no agradar a determinados sectores, pero tiene la capacidad de imponerse, más allá de algunos pronunciamientos cortesanos o protocolares, bien intencionados, pero sin sabor a pueblo. La frustrada medida política de Castillo ha devenido en una respuesta popular que expresa la indignación acumulada ante el persistente maltrato racista y clasista a una persona que asumió la presidencia sin ser parte de los tradicionales grupos de poder. Vuelve a mostrar lo que el Perú tiene de diferencias y de una realidad no superada por una parte del país que arrastra la continuidad de las taras coloniales hasta nuestros días.

Y para colmo de la ignorancia y del desprecio a lo que pueden sentir las poblaciones locales, el escarmiento y ensañamiento con tinte legal del Congreso contra Castillo termina sancionándolo junto a sus ministros, poniendo sus cabezas en bandeja de plata ante una anodina fiscal de la nación. Muchas veces la ley es una cosa y la realidad social otra. El Estado de Derecho, que tanto se argumenta como el marco en el cual podemos convivir armónicamente, termina siendo pisoteado o interpretado bajo el interés de quienes tienen el control del gobierno. Sin embargo, una vez más la historia nos enseña como también ese Estado de Derecho puede ser trastocado por las movilizaciones sociales. Sino veamos cómo un desconocido señor Merino fue ungido de presidente con una legalidad que, a los escasos días, tuvo que ser modificada por otra impuesta por las juventudes movilizadas, lamentablemente con el sacrificio de Inti y Bryan. De allí que, cuando se escuchan tantos argumentos legales sobre cómo proceder ante la crisis política, pareciera que no ponemos por delante el marco de la realidad y de la historia que estamos viviendo para que nos permita tomar decisiones sabias y humanas más que estrictamente legales. Después de todo, esas personas se olvidan del dicho que ellas mismas han acuñado: Hecha la ley, hecha la trampa. Si no, como nos explicamos la forma de dictadura impuesta por el congreso bajo un ropaje aparentemente legal.

Ahora, una vez más ha ocurrido algo que muchos estábamos olvidando. Tarde o temprano las sociedades organizadas o no determinan –a su manera– los procesos de transformación, mientras las mentes lúcidas y destacadas en los medios elitistas tradicionales estamos mirándonos entre nosotros, nuestros ombligos. Se repite la historia y pareciera que no queremos aprender de ella. El enigma de ese cauce popular, como ya ocurrió antes, puede estar lleno de prácticas o propuestas autoritarias y hasta provocadoras. Y así han transcurrido los tiempos. Ello, en buena medida, también es responsabilidad de nosotros mismos quienes, desde nuestros privilegiados y diversos espacios de poder (academia, medios, partidos, ONG, redes, cooperación, etc.), no hemos sabido llegar, estar más cerca, compartir o formar parte de ese movimiento social, y contribuir al desarrollo de mayores capacidades de organización y de propuestas, dentro del respeto de esos procesos institucionales locales. Casi siempre los hemos observado desde fuera, como estudios de caso, como críticos de café.

Cada vez es más evidente que lo que tenemos de democracia, ya precaria y deprimente como es, está muy lejos de la realidad y las expectativas de la gente. Que la llamada democracia representativa requiere de instituciones políticas sólidas, probas y confiables, que no las hay. Que nuestros países pueden lograr mejores condiciones para ejercer buen gobierno, con otras formas de democracia, la participativa y directa, desde lo que se suele llamar gobernanza o un sistema de toma de decisiones consensuado y compartido entre los diversos actores y sectores, para lo cual es menester contribuir a acompañar el fortalecimiento de las instituciones locales y los liderazgos alternativos, así como la construcción de una ciudadanía plena. El panorama es confuso y complejo, pero ése se constituye hoy en nuestro gran desafío.

La grave situación que enfrenta el país puede complicarse más si quienes están en el gobierno continúan sin hacer una lectura correcta de la realidad, desde una cómoda burbuja afirmando unos que son vándalos los que están detrás de las movilizaciones, en el legalismo otros creyendo que todo se resuelve con normas y resoluciones, o directamente pidiendo más represión. Es difícil también que la población confíe en una convocatoria a elecciones en periodos percibidos como tan largos, proceso que sería conducido justamente por quienes son rechazados frontalmente por la gente y han demostrado con creces su falta de escrúpulos para imponer sus intereses mezquinos. Se ha configurado una peligrosa crisis política y es necesario que, quienes pueden tomar las decisiones, asuman su responsabilidad y, con creatividad, busquen la mejor y más rápida manera de responder a las exigencias políticas del país que se moviliza, que por lo demás son claras y precisas, aunque no todas en conjunto: cierre del Congreso, salida de la actual presidenta, elecciones generales y convocatoria de una asamblea constituyente.

A ello se puede agregar un proceso de reforma política y electoral para evitar en lo posible que volvamos a lo mismo. Es una oportunidad de salir del atolladero, y no se puede hacer una tortilla sin romper algunos huevos. No dar una salida hoy, puede significar el fortalecimiento de alternativas dictatoriales de uno y otro color. Sobre esa base y en perspectiva se puede conversar después más realistamente de debates, consensos y elaboración de agendas para construir país.