Opinión

Áncash: "Nosotros esperamos otra tierra"

Por Augusto Rubio Acosta

Escritor y gestor cultural

Áncash: "Nosotros esperamos otra tierra"Imagen: Composición Noticias SER

De pronto pensé en las cordilleras, en la Negra y en la Blanca, en el mítico callejón y en su milenaria historia; en sus lagunas y antiguas civilizaciones en su vasto territorio y en los imperios que lo ocuparon. Pensé en Chavín y Guitarrero, en sus cazadores de animales y recolectores de plantas, en el refugio y la sobrevivencia de las peruanas y peruanos prehistóricos; en las cuevas de Yungay y en sus campos de pallares, ajíes y ollucos donde las mujeres y los hombres defendieron siempre la tierra su derecho a existir.

Pensé en Sechín, la religión, el culto y las ceremonias; en Punkurí y La Galgada, en la margen izquierda del río Tablachaca y en la arquitectura de las cuencas de los ríos Chuquicara y Santa, dos mil quinientos años antes de Cristo. Pensé en los antiguos pescadores y marucheros de Los Chimus, sobre todo en Chavín y en el templo de las aguas; en el gran oráculo donde los peregrinos oran y suplican. En sus sembradores de maíz, en las mujeres y telares, en las esculturas zoomorfas y antropomorfas que nos enrostran y a su vez identifican, le dan sentido a nuestras vidas.

La historia de Áncash, de sus luces y sombras, de frutos y vasos de sangre, de abismos y abundante pesca, de vísceras, frondas y flores, es también la historia de nuestra angustia, del dolor y de nuestros muertos y caídos en las marchas a la hora del heroísmo, la represión y la lucha. Nuestra historia habita en la risa y el aullido de nuestros niños hambrientos, en la memoria de los desaparecidos durante la guerra interna, en la mirada de nuestras mujeres bloqueando las carreteras, resistiendo a las violencias que enfrentan cada día.

De pronto pensé en la historia y en la forma que ha sido escrita, en los vacíos y omisiones de la misma, en las cabezas clavas de quienes la legitimaron. Pensé en las rebeliones del viejo Chinchaysuyo, en la influencia Moche, Chimú y Wari sobre nuestros antiguos pueblos, en las sangrientas batallas donde los Huaylas y Huaris fueron sometidos. Imaginé a Hernando Pizarro entrando a caballo en Áncash desde Huamachuco, tras la conquista de los caminos incas que conducían a las vetas de metales preciosos, masacrando luego a los nativos masivamente en Sihuas y Pomabamba, repartiendo a los sobrevivientes en encomiendas, los primeros días de Huarás. Pensé en las rebeliones en Chacas y Piscobamba, contra los tributos y abusos de caciques y corregidores, en el germen independentista recorriendo el callejón de Huaylas, enrolando soldados en los ejércitos de San Martín y Bolívar.

¿Qué ha hecho que memoria y realidad contemporánea no se fundan a la hora del orgullo y del sentimiento identitario?, ¿por qué las hijas y los hijos de Áncash no se adhieren con altura al épico esfuerzo en que siempre ha consistido el devenir?

Pensé entonces en lagunas y montañas, en la más árida llanura costeña que conecta a varios puertos, de gente amable y violenta, de seres explotados que con tenacidad se imponen al destino envueltos en cabelleras de humo. Pensé en la Huaca San Pedro, en las Cuadrículas y El Castillo, en la cima de los cerros fortificados de la cultura Recuay, en los santeños que resistieron a los incas, heredando a sus hijos la impronta de su espíritu.

Pensé en Pedro Nolasco y Cayetana abandonando Santa, afincándose en el puerto, en sus ranchos de caña junto al pantano, el junco y la totora. Pensé en el estallido de una luz en la llanura, en el día incandescente en que los huanchaqueros redescubrieron su vocación por la sal. Pensé en el recodo inmemorial de estas playas donde estallaron los petardos y arreció otro tiempo; pensé en los alaridos multiplicados en Chimbote bendiciendo los junios, la extraviada luz de nuestras sienes; en cómo se apagó la noche en que los nudos de nuestra red contrita se desvanecieron infinitos con el dolor de una cuchara, en cómo los indios alcanzaron su nuevo reino y nunca más los pescadores reconocieron el silencio, en cómo desde entonces sólo supieron de anarquía y dinamita, granizada y fumarolas, en cómo desde entonces se empezó a vivir [de a pocos] el ácido bemol de una esperanza.

¿Qué ha hecho que una caleta de pescadores y migrantes, de ferrocarriles, muelles y aduanas no pueda integrarse con las hoyadas, cordilleras y torrentosos ríos donde discurre la memoria quebrantada de lo que somos, de lo que fuimos?, ¿por qué no reflejarnos y reconocernos en las aguas de Llanganuco o de Las Aldas, donde habita el porvenir?, ¿por qué no nos hurgamos en el pecho y nos apretamos desesperadamente el uno al otro buscando encontrarnos?, ¿por qué no amamos nuestros ojos, nuestras cosas, nuestra vida, la dulce serenidad de descubrirnos diferentes, pero también complementarios?, ¿por qué hay instintos y embestidas furiosas que nos destruyen sin que existan batallas, sólo vientos irascibles que intentan arrancar nuestra raíz, lo mejor de nosotros?

Ya es hora de ir poniendo las cosas en claro, de empezar a ser nosotros mismos en esta la región de los aullidos, del racismo y la discriminación, de las niñas y los niños en llamas, de las mujeres y diversidades maltratadas y asesinadas, de la corrupción, la flagrante violación de los derechos humanos y de los crímenes impunes.

Pensar en Áncash es ponerse a escuchar las hermosas melodías que arden bajo el pecho, es levantarse para luchar contra nosotros mismos, encender el fuego que calcine las sombrías páginas de nuestra historia, de nuestros malos sueños. Pensar en Áncash es ir al encuentro del golpe de mar sobre el rostro, es canalizar la energía de una rabia que explique errores y frustraciones, es mirarse al espejo con los ojos abiertos, con un gesto de infinita cercanía que permita sentir el vibrar de nuestro gozo, de la alegría y nuestras lágrimas, el esplendor del amanecer; es abrir las manos y la mente para poder recoger los corazones despedazados de lo que pudimos haber sido, es imaginar una región donde la honestidad y la justicia, la cultura y el arte [el arte], constituya la fuente más poderosa de creación de comunidad y de sentido. "Porque la tierra, niño, te cobijará [Juan Ojeda] en sus dones eternos, porque ya se avecina la edad de una historia fecunda: mira, mira estás ruinas. Luego caminemos hacia los montes fértiles."

*Texto leído hoy durante los Cabildos Bicentenario Áncash, Festival de voces y propuestas para nuestro futuro 2022