Opinión

Algo hay que aprender de todo lo que ocurre, so pena de seguir siendo “inocentes” (¡a estas alturas!)

Por Fernando Eguren

Sociólogo

Algo hay que aprender de todo lo que ocurre, so pena de seguir siendo “inocentes” (¡a estas alturas!)Foto: Flickr Presidencia de la República

1.La izquierda realmente existente no ha sido capaz, en las últimas ¿tres? décadas, de lograr ninguna institucionalidad seria. Los “partidos” y “frentes” han obedecido a comportamientos oportunistas. Los programas políticos no han cumplido ningún papel. Ninguno. A lo más, han sido elaborados para cumplir los requisitos de alguna inscripción formal. No hay, pues, partidos que merezcan tal nombre (y, por lo tanto, tampoco pueden haber frentes), ni programas, ni ideología elaborada, debatida y consensuada.

2.La izquierda ha sido muy oportunista. Se ha prendido de partidos que giran alrededor de alguna persona (Toledo, Humala, Castillo) que, por razones generalmente coyunturales, logró ponerse en lo alto del tablero político, con la esperanza (ingenua, por decir lo menos) de tener alguna influencia, o simplemente de aprovechar una partícula de poder. Al beneficiario (el nuevo presidente o partido) le conviene, pues la izquierda está dispuesta a transmitirle la experiencia y conocimientos del cual este carece. Cuando al beneficiario ya no le es de ninguna utilidad, simplemente la aparta.

3.Este tipo de “apoyo” (“apoyo crítico” suena más políticamente correcto), supone, claro está, que la izquierda misma no se ha dotado de la estructura partidaria necesaria para competir en serio por el poder. Hace treinta años que no lo hace. Todos los intentos fracasan, ya sea por personalismos, porque no se comparte de una idea común de lo que es el Perú y sus necesidades, por el hecho de que no hay una ideología o principios suficientemente claros, sólidos y compartidos. Y, por qué no decirlo, todo esto acompañado de un poco de pereza y autocomplacencia.

4.Urge una definición de qué es hoy la izquierda, cuáles son sus valores (importantísimo), qué es lo que plantea para el país. Falta no solo el gran rollo que da la orientación estratégica general, sino también el programa, la plataforma, la propuesta concreta, que sea al mismo tiempo radical y ejecutable. Lo que tiene para ofrecer (por ejemplo, los planes de gobierno de las últimas elecciones) carece de radicalidad, de imaginación, de visión de futuro, de ubicarse en un complicado siglo XXI, de la conciencia de que somos parte de una región y de un mundo complejo en continua interacción.

5.Hay que aprender de lo que ocurrió entre la primera y la segunda vuelta electoral. Puesto que la candidata Fujimori no era una opción posible, muchos de la izquierda, aún con amplia experiencia política y oenegística, incluso “leídos” y “escribidos”, llegaron, entre la primera y segunda vuelta electoral, a grados de intolerancia frente quienes –centristas o también izquierdistas– no se rindieron ante las supuestas atribuciones y virtudes del candidato Castillo. El hecho de que fuera cajamarquino, profesor de primaria de una escuela rural, de clara extracción popular y dirigente sindical, lo convertía, a los ojos de muchos y por una extraña alquimia, en un ser especial, en la personificación de los valores y los intereses de los pueblos explotados y oprimidos; estas virtudes, además, serían suficientes para gobernar de manera apropiada. Y no sólo para gobernar, sino para emprender la complejísima tarea de realizar los profundos cambios que el país requería. Quienes no participaban de estos sentimientos, quienes apelaban a la experiencia y a la razón para ser escépticos de esta casi sacralización del candidato, eran considerados por varios de los súbitos entusiastas del profesor, como sospechosos de preferir, al final de cuentas, una opción de derechas. Esta actitud es afín de aquella que expresa su admiración a gobiernos autoritarios, cuando no dictatoriales, como los de Nicaragua, Venezuela y Cuba, en los que el pueblo –en cuyo nombre gobiernan– vive en la pobreza y sin democracia.

6.Hay una repetida evidencia de que Castillo es incapaz de gobernar; que se rodea de personas que no solamente son incapaces sino sospechosas de corrupción; que entre los ministros que escoge hay los que son ineptos, sin experiencia o con antecedentes reprobables; que aparta, por su propia acción u omisión, a las pocas personas que podrían compensar en algo esa incapacidad. De todo esto, Castillo es absolutamente responsable. Lo único que podría aminorar su responsabilidad es que simplemente no sabe, de verdad, de qué se trata todo este embrollo, de sus nefastas consecuencias para “el pueblo”, y de cuál es su papel en todo ello.

7.Lo único más o menos novedoso planteado por este gobierno fue el ofrecimiento de la Segunda Reforma Agraria. Resultó ser solamente marketing político; como han mostrado varios conocedores del tema, esta oferta no tenía mucho contenido ni novedad. Sin presupuesto, sin ideas nuevas, con un Midagri estructuralmente débil y burocratizado, sin liderazgo, no podía esperarse nada de ella. Con el cambio del ministro Víctor Maita, probablemente en algunas semanas nadie la recordará. Aquí también debe anotarse la ingenuidad de muchos que creyeron que tal ofrecimiento era un real cambio de prioridades de política agraria, que había llegado el momento de poner en el centro a la agricultura familiar.

8.¿Qué hay que aprender de todo esto? En primer lugar, que todo lo que ha ocurrido sirva para que la izquierda realmente existente constate su propia precariedad, atomización y desorientación sobre qué es y para qué se hace política. Luego, que hoy más que nunca se necesita una izquierda de verdad, y la imperiosa necesidad de construir un partido que le dé real viabilidad política. Costará construirlo, pues es algo mucho más complejo, sustantivo y trabajoso que recoger firmas para presentarse a las próximas elecciones.

9.¿Y la derecha? Habrá derechistas decentes (es decir, honestos y demócratas) preocupados de la crisis que vivimos, que podrían reflexionar sobre el comportamiento de la mayor parte de la derecha en los últimos años: su tendencia antidemocrática, su ética precaria, su rentismo, su conservadurismo, su desconocimiento del país, su intolerancia ante las diferencias sociales, su racismo y su complicidad con la corrupción.


Febrero 2 del 2022 (al día siguiente de la juramentación del gabinete Héctor Valer)