Opinión

Acerca de “festejación” y la “ignorancia” de nuestra futura Primera Dama

Por Félix Terrones
Acerca de “festejación” y la “ignorancia” de nuestra futura Primera DamaAndina/Andrés Valle

Se trataría de una anécdota más si ésta no explicara lo que han sido los últimos meses en la política peruana. Hace unos días, Lilia Paredes, la futura Primera Dama, declaró a un periodista que la verdadera “festejación” por la elección de Pedro Castillo tendría lugar en la discreción del hogar familiar. Festejación. Bastó que la “palabreja” fuera pronunciada para que las redes hicieran eco a la indignación colectiva. ¿Cómo era posible que quien haya accedido a tan alto cargo ni siquiera sepa hablar español? Hace poco, escuché a Phillip Butters afirmar que Pedro Castillo no tenía nivel ni siquiera para ser director de escuela. También vi a un médico cirujano con numerosos seguidores en TikTok exponer la falta de conexión entre el cerebro y la lengua del recientemente elegido presidente, lo cual explicaría su pésima expresión. Claro, añadió en un momento de su video, lo decía desde su posición de médico, sin clasismo ni racismo de por medio. Así, Pedro Castillo y su entorno no serían más que gente incivilizada, incultos campesinos que por una especie de carambola cósmica se vieron catapultados a los más altos cargos nacionales para desgracia nacional.

Quienes somos peruanos lo sabemos muy bien. En nuestro país quien “no habla bien” debe “ubicarse”; en otras palabras, quedarse en silencio, bajo riesgo de ser señalado con el dedo. Me gustaría simplemente recordar palabras como “urbanicidio”, “bestializado”, “fatalización”, “pesadillesco”, “letrismo”, entre otras más. Ninguna está catalogada en el Diccionario de la Real Academia (una suerte de libro sagrado para los guardianes del templo lingüístico). Ninguna de esas palabras ha sido utilizada por el profesor rural Pedro Castillo, menos aún por su esposa, sino por quien estas últimas semanas se ha convertido en el garante intelectual de la rancia derecha. Me refiero a nada menos que Mario Vargas Llosa quien escribió esas palabras en sus columnas de opinión semanal publicadas en toda Hispanoamérica. ¿Eso significa que Vargas Llosa habla mal el español? No olvidemos que desde 1996 Mario Vargas Llosa forma parta de la Academia que “limpia, fija y da esplendor”. Tampoco que en el año 2010 ganó el Premio Nobel, máximo reconocimiento en el mundo de las letras. Menos aún que muchos de sus escritos están contaminados de francés (lo mismo que en el caso de Julio Ramón Ribeyro). Me pregunto quién entre todos los que critican a la señora Lilia Paredes haría lo mismo con Mario Vargas Llosa. Ninguno, está claro, bajo riesgo de pasar por ignorantes.

El asunto, como es obvio, va más por otro lado. No es cuestión de encontrarnos frente a alguien cuyo manejo del idioma refleja lo mal que gobernará por culpa de su falta de capacidades cognitivas o su mala educación. Se trata de la manera cómo necesitamos construir “un indio bruto”; más aún, adaptar a quien se ha elegido presidente con una caricatura racista que arrastramos desde mucho tiempo atrás. Lo cual dice más de lo mal que estamos como sociedad que del nivel de nuestro futuro gobernante y su familia. Buenos Aires, la capital mundial del psicoanálisis, nos queda relativamente cerca, pero ni así hemos podido lidiar contra atavismos que arrastramos desde hace siglos. El desprecio frente al español incorrecto es quizá la muestra más flagrante de lo acomplejados que somos como sociedad, esa autoestima tan aplastada, disminuida y minusválida con la que andamos por el mundo.

Hace unos años, cuando Pedro Pablo Kuczynski fue elegido presidente, muchos miraron al cielo como si de pronto se hubieran despertado en un país nórdico y no en estas áridas tierras. La historia es harto conocida, pero no por eso deja de tener comicidad. Pedro Pablo Kuczynski no solo era el hijo de un científico europeo brillante, sino que también había sido educado en los mejores establecimientos mundiales. Por otro lado, además del castellano, Kuczynski hablaba inglés, francés, un poco de alemán. No olvidemos que además era primo hermano de Jean-Luc Godard, uno de los directores más innovadores de la Nouvelle Vague. Tantas credenciales no sirvieron de nada a la hora de gobernar Perú. Después de haber intrigado con Kenji Fujimori para liberar a Alberto Fujimori, esperanzado en que eso le evitaría las iras fujimoristas, Pedro Pablo Kuczynski se vio contra la pared, no le quedó otra más que renunciar. Así, dio inicio a la crisis institucional que el año pasado nos dejó tres presidentes (legítimos o de facto) y en plena pandemia. Del presidente de lujo que muchos consideraron demasiado lote para el Perú, quien ahora se encuentra bajo prisión preventiva, no quedó ni la sombra. En fin, como corolario de la anécdota lingüística, recordaré que, a diferencia de los términos utilizados por Vargas Llosa, festejación “no es una formación incorrecta por su morfología”. Y lo dijo nada menos que la RAE en su cuenta Twitter.

Desde luego, en el fondo no es un asunto de corrección o falta de ésta. Quienes trabajamos con el idioma, sabemos que éste nunca está quieto, sino que se encuentra en permanente transformación, cada locutor tiene —por sus afectos, su pasado, su lugar de enunciación— una manera singular y personalísima de “estar” en el idioma. Y qué suerte tenemos de hablar un idioma como el que llamamos español, un idioma mestizado con inglés, francés, árabe y también el quechua, el aymara y otras lenguas amerindias. Muy pocos idiomas pueden jactarse de dar forma, sin desnaturalizarse, a variedades infinitas, gracias a los préstamos de otras lenguas, la adaptación de morfologías y sintaxis foráneas. En un mundo que se pretende sin fronteras es precisamente el idioma español quien salta aduanas, esquiva a los agentes del orden, trafica a cada instante con la creatividad y lo original. Por eso, quienes critican a la nueva Primera Dama lo hacen desde una concepción del idioma que demuestra precisamente aquello que apuntan en el Otro: lo atrasado, arcaico; mejor dicho, lo primitivo de su pensamiento. Y aquí lo dejo. Regreso con mis hijos, educados en el bilingüismo: francés y español (bueno, no estoy contando el alemán que les viene por el lado materno). Entre los tres hemos creado un idioma familiar que no es ni español ni francés, sino un idioma que mezcla ambos. Y nadie se señala con el dedo, sino que nos divertimos un montón.