Opinión

A propósito de una tradición

Por Pablo Najarro Carnero

Teólogo y docente

A propósito de una tradiciónFoto: Congreso de la República

Comienzo rememorando una tradición de Palma, llamada “Un litigio original”. Sucedió en el Perú virreinal. Se encuentran en el camino los carruajes de dos fulanos de alcurnia que no querían ceder el paso por considerar que su linaje les daba derecho de seguir por la vía principal. Cada cual argumentó largo y tendido recurriendo a lo superior de su linaje frente al otro. La discusión dio para largo. Llegó la disputa a oídos del virrey, que después de escucharlos, no pudiendo decidir quién tenía la razón en base a sus blasones, derivó la decisión al rey de España. Se ordenó retirar los caballos y dejar los carruajes hasta que llegará la decisión de la corona. Cuenta Palma que: “por supuesto que cuando, al cabo de un par de años, llegó a Lima el fallo del monarca, fallo que el vencedor celebró con un espléndido banquete, no existía ya ni un clavo de los coches; porque estando los vehículos tanto tiempo en la vía pública y a la intemperie, no hubo transeúnte que no se creyera autorizado para llevarse siquiera una rueda.”

Lo usual en una encrucijada es que, siendo cruce de caminos, al final haya que decidir tomar uno de ellos; continuar el camino, no retroceder, pues uno sabe hacia dónde ir.

El Perú, nuestro Perú se encuentra en una encrucijada mortal. Los poderes en disputa se sienten blasonados morales para no ceder. El momento político es grave para nuestra democracia, ya no endeble, pues está en su nadir. Nuestro Perú camina en piloto automático de nuevo. Arriba, el Legislativo y el Judicial, caminan a su ritmo. Tienen su agenda, no la que les corresponde, sino que han asumido una política: sacar del cruce de caminos al Ejecutivo para ellos hacer el suyo propio.

El Ejecutivo llegó al cruce y no sabe qué camino tomar. No tiene un rumbo definido. Se desgañita pidiendo a los dos primeros caminar juntos, pero el hatillo que trae este caminante no tiene nada que mostrar. No tienen nada que ofrecer como para confiar.

Es verdad que el Legislativo y el Judicial han soltado toda su artillería para darle en la línea de flotación al maltrecho barco de Castillo, pero este no se termina de hundir. El Congreso, al más viejo estilo fujimorista, hace interpretaciones auténticas a la Constitución para vacarlo. Inclusive han propuesto bajar la cantidad de votos para vacarlo entre otros malabares.

Quienes tenemos meridiana claridad político democrática decimos “que se vayan todos”. El inquilino de la casa de Pizarro entiende que no tiene por qué irse. Una minoría de los vecinos de Plaza Bolívar dicen que si hay que irse, se van. Pero como dice el refrán “quien mucho se despide, no quiere irse”.

Cada votación, con cada excusa para la vacancia no ha logrado cuajar. Así que, estamos entrampados.

Triste y vergonzoso momento que vivimos en nuestro Perú. Iniciada endeble desde el momento en que los colonos de aquí – América virreinal – no quisieron pagar a los de ultramar – España, a lo López – y le llamaron independencia, aquella que se selló en la ignominiosa capitulación de Ayacucho. Dice el dicho que lo que mal comienza, mal acaba. Han pasado doscientos años y por fin reventó. Según los dichos debió ser a los cien años, porque un cuerpo no aguanta, pero este aguantó doscientos. Hace tiempo que saltaba la pus – Gonzáles Prada – y el cuerpo ¡Ay, seguía muriendo! – Vallejo – y seguirá muriendo, no hay miles que lo levanten para que resucite.

Quizá sea el momento de una creación heroica – Mariátegui – tiempo de una deconstrucción de lo que llamamos Perú, atada a una Constitución lastre, para ir hacia una reconstrucción de un nuevo Perú. ¿Revolución? Pero nos encontramos ante un imposible. No tenemos políticos o gente pensante que sean los adalides de un nuevo parto social, menos de un pacto social.

El Perú votante lo ha mostrado en las últimas elecciones. La más resaltante es la de Lima. Ha elegido a un evasor tributario de millones de soles. No hay como explicar que haya un voto así. En Puno ganaron, en la región y las dos provincias importantes, tres hombres sin historial social ni político. A punta de marketing han llegado al poder. Por señas, parecen ser fujimoristas. ¡Horror!.

Los que pueden decir “esta boca es mía” y pueden inclinar la balanza, están callados. Ni por la frente se les ocurre el imperativo categórico kantiano de la razón o la moral.