Opinión

Una Protesta Francesa (martes 14 de julio de 1789)

Por Nicanor Domínguez

Historiador

Una Protesta Francesa (martes 14 de julio de 1789)Foto: PD. La toma de la Bastilla. Cuadro pintado por Jean-Pierre Houe¨l y expuesto en la Biblioteca Nacional de Francia. | National Geographic

Acaba de celebrarse la semana pasada en Francia la “Fiesta Nacional” del país, el viernes 14 de julio último. Recientes protestas por la violencia policial contra jóvenes ciudadanos --hijos de familias de inmigrantes africanos residentes en los “banlieues” (suburbios) de la capital-- causaron preocupación entre las autoridades, pero las ceremonias prosiguieron finalmente sin mayores contratiempos. Esta gran festividad fue establecida oficialmente hace 143 años, en 1880, durante la llamada Tercera República (1870-1940). La fecha fue escogida porque conmemoraba sucesos históricos ocurridos entonces 90 años antes --al inicio de la Revolución Francesa en 1789 y 1790--, que había dado origen a la Primera República (1792-1804). La fecha corresponde a dos eventos ligados entre sí, pero de naturaleza opuesta.

El 14 de julio de 1789, hace 234 años, el pueblo de París tomó por asalto la fortaleza de la Bastilla. Esta violenta acción no buscaba simplemente liberar a los pocos prisioneros que allí se encontraban, sino apoderarse de la pólvora y las armas que se guardaban en este cuartel-prisión. El objetivo era prepararse militarmente para enfrentar la represión política inminente que se temía por parte del ejército del rey Luis XVI. Durante los dos meses anteriores, desde el 5 de mayo, la población había seguido ansiosamente los sucesos políticos que venían desarrollándose en Versalles, el palacio al sur de la capital, donde el rey había convocado a reunirse a los representantes de todo el país, para discutir los problemas económicos y fiscales de la monarquía (desde 1785 el Estado francés se había declarado abiertamente en bancarrota).

El historiador británico George Rudé se preguntó: “¿quiénes eran los sitiadores? Entre las muchas leyendas que acompañaron a la captura de la Bastilla pocas fueron tan persistentes como las que describen a sus atacantes como vagabundos, criminales, o una chusma mercenaria alquilada en las tiendas de bebidas alcohólicas del distrito de Saint-Antoine. Pero todas las pruebas disponibles refutan este concepto. Gracias a las listas de los ‘vainqueurs de la Bastille’ acreditados, redactadas después por la Asamblea Nacional, conocemos las profesiones, la edad y la dirección de la gran mayoría de los civiles --alrededor de 600-- que intervinieron directamente en la ocupación de la fortaleza. La mayoría, lejos de estar formada por vagabundos o desheredados, eran residentes estables del Faubourg [= suburbio] Saint-Antoine y las parroquias adyacentes; la edad media era de treinta y cuatro años; casi todos eran padres de familia, y además la mayoría estaba formada por miembros de la milicia cívica recientemente formada, de la cual se había excluido rigurosamente a los vagabundos y las ‘gens sans aveu’ [= ‘gente sin confesión’, ‘sin oficio ni beneficio’, desempleados]. […] casi todos eran hombres comunes, reclutados en los oficios y las profesiones típicas del Faubourg y los distritos adyacentes: carpinteros y ebanistas, cerrajeros y zapateros --estos últimos representaban más de un cuarto de los civiles atacantes--, tenderos, fabricantes de gasas, escultores, trabajadores del río y peones, y en el conjunto los artesanos y los tenderos aventajaban holgadamente a los asalariados, de modo que en general constituían una imagen bastante fiel de la población trabajadora del Faubourg.” (pp.87-88)

Los diputados de 1789 participaban en una asamblea de origen medieval, los “Estados Generales”, que no había sido convocada por más de un siglo y medio, desde 1614. Reunía a delegados elegidos por los tres “estamentos” (grupos socio-económicos con derechos políticos limitados) del reino: el “Primer Estado” (el clero, los miembros de la Iglesia católica), el “Segundo Estado” (la nobleza, el grupo privilegiado de propietarios, algunos de origen feudal, otros ennoblecidos por compra de títulos al rey), y el “Tercer Estado” (la mayoría de la población, urbana y rural, propietarios, profesionales y trabajadores, en quienes recaía el pago efectivo de diversos impuestos, sin privilegios fiscales). Se los había convocado un año antes, en 1788, tras el fracaso de dos años de negociaciones entre el gobierno y los “notables”, los representantes de la nobleza y de la Iglesia.

Las elecciones para los “Estados Generales” habían dado pie a una movilización política inédita a nivel nacional, tanto en la capital como en las provincias. Pese a los diversos y encontrados intereses entre los “privilegiados” (la nobleza y el clero, de mayores ingresos pero exentos del pago de varios impuestos) y el “Tercer Estado” (que planteaba el fin de los privilegios fiscales), había ciertos puntos en común. Estos se expresaron en los llamados “cuadernos de quejas” (‘cahiers de doléances’), documentos elaborados como instrucciones de las comunidades locales a sus representantes electos de los tres “estados”. Aspiraban a limitar el poder monárquico y, como en Inglaterra, someter las decisiones del gobierno a un Parlamento, que se encargara además de discutir la leyes en beneficio del país. Para imponer este nuevo orden, se buscaba elaborar un documento que estableciera los deberes y derechos de todos los franceses, comenzando por el rey. El modelo de “ley suprema” era el de una Constitución, como la que acababa de redactarse en los Estados Unidos en 1787.

En palabras de Rudé: “los ‘cahiers’ del clero y la nobleza generalmente destacan su adhesión a los privilegios y las inmunidades tradicionales, aunque a menudo reconocen el principio de que deberían pagar una parte más considerable de los impuestos. Al mismo tiempo, se unen a los documentos del Tercer Estado en el reclamo de que se eliminen los abusos más opresores y destructivos de la monarquía absoluta. […] En un terreno más concreto, reclaman libertad de prensa y del individuo, aunque todavía no libertad de conciencia [religiosa], y una constitución que, si bien afirmando la autoridad tradicional de la Monarquía, conferirá a los Estados Generales convocados periódicamente el derecho de aprobar leyes y votar impuestos, cuya evaluación y recaudación será confiada a asambleas provinciales y municipales electivas. En resumen, había un grado considerable de acuerdo entre los tres Estados en las cuestiones referidas a la reforma política y administrativa.” (p.65)

Un año después de la toma de la Bastilla, el 14 de julio de 1790, la relación entre el rey y los representantes elegidos, ahora reunidos en una autoproclamada Asamblea Nacional, había mejorado. La represión masiva que se esperaba no se había concretado, y el proceso político iniciado con las elecciones de inicios de 1789 seguía un curso en ese momento prometedor, elaborándose en esos momentos la primera Constitución para el país. Para celebrar que las cosas no habían ido tan mal como se llegó a temer, se organizó en París aquel día, hace 233 años, la “Fiesta de la Federación”. El rey participó destacadamente, junto con representantes venidos de las 83 provincias del país entero. Francia parecía destinada a convertirse en una armónica y pacífica Monarquía Constitucional.

Poco más de un año después, la esperada ‘Carta Magna’ estuvo lista. Nuevamente en palabras de Rudé: “Al proclamar la Constitución el 28 de setiembre de 1791 y recomendarla a los franceses acompañada por un conmovedor alegato en favor de la unidad nacional, Luis XVI declaró solemnemente: «La Revolución ha concluido». Era una esperanza compartida, mucho más sinceramente, por la mayoría de la Asamblea e incluso por algunos miembros de la oposición democrática. Sin embargo, en el lapso de un año [en setiembre de 1792] se desechó la Constitución, el rey perdió su trono, los principales [políticos] monárquicos constitucionales estaban siendo proscritos o se habían exiliado, y la Revolución, lejos de haber terminado, ingresaba en una nueva y decisiva fase.” [p.113] ¿Qué ocurrió? En síntesis, el rey intentó huir del país y encabezar una invasión extranjera (prusiana y austriaca), buscando restablecer la Monarquía Absoluta en Francia. Su fallida traición acabó con la efímera Monarquía Constitucional, dando paso a la proclamación de la República.

Como siempre, el futuro resultó impredecible, y lo que en cierto momento pudo parecer como un proceso cerrado y acabado, dio lugar a nuevos reclamos y estallidos de violencia. Tanto en 1789 y 1792, como hoy mismo, en el año 2023.

Referencias

George Rudé [1910-1993], La Revolución Francesa [1988] (Buenos Aires: Javier Vergara Editor, 1989) < https://archive.org/details/rude-g.-la-revolucion-francesa-ocr-1989/ >