Opinión

Las secuelas invisibles del Conflicto Armado Interno

Por Enver Quinteros P.

APRODEH

Las secuelas invisibles del Conflicto Armado Interno

Cientos, sino miles de jóvenes y adolescentes fueron movilizados de sus lugares de origen, comunidades rurales o urbanas, para enfrentarse y matarse entre sí durante el Conflicto Armado Interno (CAI). Unos con el objetivo de imponer su utopía totalitaria de una nueva sociedad vía la violencia y muerte, otros con el objetivo de defender a la sociedad de ese propósito. Voluntariamente o incorporados por la fuerza, vía la leva militar del ejército o reclutados por Sendero Luminoso (SL), estos peruanos no solo se enfrentaron entre sí, también cometieron crímenes y atrocidades contra miles de sus compatriotas y comunidades campesinas.

Dos décadas después, ¿cuál es la imagen que hemos construido sobre los soldados del ejército peruano que cumplieron el servicio militar obligatorio durante el CAI? Ampliando la pregunta; ¿cuál es la imagen que hemos construido sobre los integrantes de los grupos armados (senderistas y soldados) que se enfrentaron y asesinaron, pero también reprimieron brutalmente a los civiles en ese período?

Independientemente de la orilla en la que nos ubiquemos, nuestra sociedad optó por construir sujetos binarios: el senderista/terrorista (incluido el del MRTA) que en nombre de su apuesta asesinó y masacró a individuos y colectividades, y, el soldado/represor que en nombre de la defensa de la patria hizo lo propio. No fuimos o no pudimos ir más allá por lo fresco de las heridas. No obstante, el paso de los años viene posibilitando que los actores armados empiecen a hablar y se conozca sus vivencias, memorias y narrativas que es importante incorporar en el espacio público.

Así, sobre quienes militaron en SL se han escrito trabajos que ayudan a conocerlos en su complejidad. Uno de los ángulos de estos estudios permite conocer a los “militantes de bases” senderistas que estuvieron conformadas sobre todo por jóvenes de zonas urbano marginales y rurales. Además de dar cuenta de la barbarie cometida, estos estudios nos permiten conocer y entender a estos militantes en su humanidad y no solo como “máquinas de matar”. Es decir como personas que experimentaron dolor, hambre, solidaridad, amor, dudas, deserciones y un conjunto de emociones puestas al límite por SL en el CAI.

El testimonio compartido por Lurgio Gavilán en su libro “Memorias de un Soldado Desconocido”, no solo da cuenta de esa realidad que vivieron los jóvenes de las bases senderistas, sino que revela una realidad más compleja y densa en la cual muchos de estos jóvenes transitaron entre los diversos actores institucionales involucrados en la guerra. Es decir, da cuenta de personas que experimentaron la guerra siendo parte de SL, primero, y del ejército después –y probablemente muchos incluso siendo parte de las rondas campesinas.

En el caso de las Fuerzas Armadas y más propiamente sobre los integrantes de tropa del ejército y su rol en el marco del CAI, por el contrario, los estudios son recientes y en menor número. Tal vez por ello la imagen binaria construida hacia este grupo sigue reduciéndolos solo como a sujetos represores proclives a la violencia. El nuevo libro de Lurgio Gavilán y Jelke Boesten, “Perros y Promos; memoria, violencia y afecto en el Perú posconflicto” (IEP, 2023), sin embargo, es un primer gran aporte que abre el debate para trascender esa mirada, desprejuiciarnos y comprender a este actor dentro de sus complejidades.

Efectivamente, cuando inicie la lectura del texto e influenciado por mi activismo pro DDHH, esperaba que esta vez el texto diera cuenta de lo que no se dijo en el evento público organizado en el Lugar de la Memoria (LUM) en agosto 2022, que también convocó a exsoldados a testimoniar sobre su experiencia en el CAI. Esperaba, como sucedía entonces en Colombia, que narrasen los hechos y crímenes que habían cometido como una suerte de redención ante sus víctimas y el país. Mi vivencia en el sur, que me permitió conocer y conversar con exmilitantes y exsoldados sobre los crímenes producidos, me invitaba ingenuamente a ese deseo redentor. Sin embargo, eso no pasaría en el LUM y tampoco ahora en el texto citado.

Y es así por la complejidad y dureza de lo vivido y experimentado por los exsoldados. ¿Se puede narrar abiertamente los crímenes, violaciones, masacres y diversos daños cometidos, sin que la culpa y dolor afloren en el sujeto o sujetos que la produjeron?, ¿cómo revelar y admitir estas barbaries a una sociedad binarizante, que al igual que a los senderistas de base, cataloga a los exsoldados solo como criminales y violadores de derechos humanos sin conocer y entender las historias que subyacen detrás de estos sujetos?

Admito que incluso plantearme estas preguntas me resultan difíciles y nuevas. Como activista de los DDHH desde ningún punto de vista sugeriremos posibilidades para la impunidad. La justicia acompañada de pedido de perdón por los perpetradores, a nuestro juicio, es el camino que puede posibilitar atenuar las secuelas del horror en nuestra sociedad y sobre a las víctimas. Por ello, si por un lado consideramos que es fundamental que admitir la responsabilidad y pedir perdón es un paso clave en ese horizonte -que ojalá suceda en el tiempo-, también es importante conocer y comprender el contexto complejo y adverso en el cual miles de jóvenes fueron transformados en soldados para luego ser enviados a combatir a SL.

En ese sentido una pregunta es central. ¿Qué explica que miles de jóvenes soldados enviados a combatir a SL, hayan reprimido con tal letalidad a sus propios compatriotas y comunidades de donde incluso muchos de ellos provenían? Como con los senderistas de base, el adoctrinamiento letal fue la clave para entender esta transformación. Los diez testimonios citados en el texto de Gavilán y Boesten dan cuenta de ello. Así como algunos testimonios de manera general y evasiva admiten los horrores cometidos, el centro de su narración versa sobre las experiencias límite que vivieron en su etapa de formación como soldados del ejército para luego ser enviados a la guerra.

Por la brevedad del espacio -y bajo la idea de invitar a leer el libro-, aquí solo comentamos algunos puntos que consideramos clave. Por un lado, dar cuenta del brutal adoctrinamiento militar que vivieron los veteranos. Después de ser levados, miles de jóvenes fueron literalmente sometidos a extrema violencia física y psicológica durante meses. Esto conllevó no solo a procesos de desarraigo familiar, sino a romper y quebrar con sus propias emociones y valores previamente construidos en familia y sociedad. Ello derivó en el nacimiento de nuevos sujetos, duros e insensibles al dolor propio y del Otro. Listos para la guerra y para matar.

Esto hecho se dio en un contexto donde los sectores más vulnerables tenían una valoración extendida en la época; la inexistencia de los derechos humanos. Así como durante el trabajo de la CVR las víctimas afirmaban “no sabíamos que teníamos derechos”, igualmente, durante la violencia formativa del ejército, un exsoldado señalaba: “si me quejaba era para que me maten; en ese tiempo no había derechos humanos”. Entonces, ante la ausencia de conciencia de los derechos humanos por soldados y víctimas, aunque en absoluto resulte justificable, si resulta comprensible la alta letalidad de la represión producida de los primeros contra los segundos.

Un último punto tiene que ver con sus críticas y cuestionamientos a la narrativa de la CVR y del propio ejército. Mientras al primero lo cuestionan porque consideran injusto situarlos solo como violadores a DDHH, al segundo lo hacen por su abandono e invisibilidad en la lucha por la pacificación (precisando aquí que responsabilizan de ello a sus superiores antes que a la institución). Además, mientras a la CVR le reclaman que no los hayan considerado como víctimas con derechos a la reparación, al ejército le exigen respeto y reconocimiento.

El CAI no solo fue violento en extremo. Tampoco solo enfrentó a dos grupos claramente demarcados. Todo lo contrario. Fue complejo y denso. Incluso dentro de cada actor armado. La guerra fratricida los ubico como víctimas y victimarios a la vez y cuyas heridas y secuelas nos resultan aún invisibles. Y para trascender esa complejidad vivida por los exmilitantes senderistas de base, como por los exsoldados de tropa, es clave, como sugirió Degregori, entender y humanizar a estos actores, escuchándolos sin prejuicios. “Perros y Promos” no solo va en esa dirección, sino que sin explicitarlo, dada la coyuntura de represión y muerte vivida nuevamente entre enero y diciembre últimos, plantea una necesaria transformación de nuestras instituciones militares. Y eso hay que saludarlo.